BUNBURY EN VALLADOLID. FOTO: RODRIGO MENA RUIZ
Bunbury va sobradísimo por la vida y es normal
Madrid, cinco y media de la tarde. No, esto no va de toros ni de coña. Este soy yo escapándome de la redacción, metiéndome en el coche a mil grados y tirando a la M40. Atascazo, mierda, infierno. ¿Pero a esta hora dónde vais? A los chaletes de Galapagar - La Navata, ya lo sé, pero pensaba que ya estaríais allí. Vais tarde, como yo, que dejo atrás todo lo dejable y quiero básicamente carretera y rock. Todos los semáforos en verde a la vez es una utopía que retumba en hueco. El Club de los Imposibles.
Y recomiendo coger el coche, pagar el peaje y acelerar. Solo eso ya le da al concierto que vayas la dimensión necesaria. En una ciudad como Madrid estamos acostumbrados a que los concis que nos vengan, los que nos caigan encima. Se pierde la mística así inevitablemente. Pero esto es como abrir un vinilo y quitarle el plastiquito. Es un ritual que nos importa. Y meterte en el coche, cerrar la puerta, darle al CD y salir a la autopista forma parte de esa forma de ver la vida.
Además, que dos horas conduciendo solo y sin acompañante y sin críos gritando detrás son el mejor diván imaginable. Te acuerdas de historias, te vienen otras. Te cagas en todo, luego te relajas. Cantas un ratito en voz baja, murmuras, recitas, te desgañitas de repente. Ves el Alcázar de Segovia a contraluz, fijas la mirada otra vez en el asfalto y parece que estás en el desierto de Utah pero no porque hay lavanda a los lados. Bajas las ventanillas y hueles la vida.
Luego se te cuela una mosca, das dos bandazos, puñetazos al aire, te sales del carril estúpidamente mientras escuchas La ceremonia de la confusión y te pegas el susto de la tarde. Tan idílico no iba a ser todo. También pasa que piensas de más y te mosqueas, aceleras de más y te das cuenta cuando vibras de más. En dos horas contigo mismo, tampoco es para tanto. Y para cuando te quieres dar cuenta te dice la pava del GPS que en la siguiente rotonda hagas cuatro trompos y salgas al azar porque, en definitiva, ya llegaste y solo tienes que seguir los gritos de los que están viendo el España - Portugal en las terrazas de los bares.
Valladolid a las ocho y media de la tarde. Has eliminado unos cuantos fantasmas, has creado otros, lo normal. Apagas el CD de Expectativas, sales, das un portazo y te estiras. La ciudad no suena como tu coche, tendrás que adaptarte en lo que vienen siendo dos minutos. Ya está, ya eres de Pucela y el Pisuerga es tu río de la vida. Una cerve viendo el Mundial rodeado de niños que no volverás a ver jamás pero que en ese rato son de los tuyos. Taxi y al lío. Son las 22:25 y Bunbury empieza a las 22:30. La vida a veces parece mogollón de fácil, pero es porque detrás hay siempre tesón, esfuerzo, entrega.
Una pena que justo ese tesón, ese esfuerzo y esa entrega no se traduzca concretamente en miles de personas en Conexión Valladolid. Un festival en un lugar idílico, un pinar desde el que es un lujo ver anochecer y mezclarse el día con la noche. Pero los que estábamos, digamos 4.000, teníamos la actitud correcta. Poco postureo en Valladolid un viernes en la noche y eso se agradece.
Básicamente llegamos derrapando a la intro de Supongo, que es un temazo. Y aún sin la cerveza de rigor, La ceremonia de la confusión con un sonido cristalino y potente. Mi experiencia me dice que salir por ahí a lugares más pequeños siempre te da una vivencia mucho mejor. Y así fue. Vi a Bunbury en diciembre en el WiZink y fue genial, pero no dejaba de estar casi al fondo y eso nunca mola, estás dentro por ímpetu. En esta ocasión estás dentro por decreto. Y suena limpio todo y escuchas todo. Y fijaos cómo sería que había unas niñas de seis o siete años en primera fila a hombros de sus papás y Enrique las vió, las cantó y al final se bajó a cantarlas literalmente a la cara. ¿No hace eso afición?
Tal vez también impresione un poco, vale. Joder, me impresionó a mí que estaba justo detrás y tengo una edad, así que imaginemos lo que pensaron ellas. Qué guay es ser niño y flipar, que no se nos olvide nunca. Pero que es que además 'el cantante' se dio perfecta cuenta y las miró fijamente varias veces y se centro en ellas. El tipo de cosas que nunca vas a vivir en el WiZink Center porque para empezar, que entren niños es un problema absurdo. En fin.
Y me dicen al oído: "¿Cuántas fotos da Bunbury por concierto?" Pues todas, porque hay carisma, hay pose, hay rollazo y, por encima de todo, La acitud correcta. Suenan bastante a clásicas las nuevas, es verdad, como En bandeja de plata o Cuna de caín o Parecemos tontos. Para cuando llega Despierta, resulta que es un himno atemporal y me veo en medio del gentío, cervecita en mano, sintiendo la brisa castellana y pensando "guay". Parezco hasta mogollón de alto, que no es real, pero lo siento así. Te puedes fijar en todo, como que la banda va sobradísima y que Enrique Bunbury siempre da mucho más de lo que se espera de él. Pero de largo. Parece una perogrullada pero ojito con esto, porque es lo que nos hace recorrer kilómetros y lo que a él le convierte en rock.
Porque Bunbury es un puto cantante con todas las jodidas letras. Y un frontman -que dicen los guiris- que te atrapa y no te suelta. ¿Nos vamos a tener que poner serios sobre esto? Menuda chorrada, por favor. Esta noche está cercano, además, porque es lo que toca. Y de Héroes del Silencio caen Mar Adentro, Héroe de Leyenda y Maldito Duende. Guapamente en una noche que ya hace mucho rato tornó en abrazos para entonar Hay muy poca gente, El hombre delgado que no flaqueará jamás, Que tengas suertecita, Más alto que nosotros solo el cielo, El extranjero...
Con Infinito tengo una movida porque siempre pensé que era mi canción con mi primera novia. La del insti. Y cada vez que suena pasa algo. Y cada vez que estoy ahí, se vacía el lugar, me quedo solo, no estáis. Como una estatua plantado en el centro lo recibo y pienso como en la autopista y siento cosas. Tan importante es sentir cosas que no importa que te sigan jodiendo casi veinte años después. Más importante es hacerse preguntas que encontrar respuestas. Luego llega Sí y nos espabilamos con su mantra vital de 'ante la duda sí' y finiquitamos con la épica karaokiana de Lady Blue.
Fue corto, se hizo muy corto. No tocaron La constante. Y al día siguiente en Murcia fue mucho más porque no era un festival. Pero en Valladolid Bunbury y Los Santos Inocentes estuvieron a un nivel insolente para lo que viene siendo la media. Sobradamente por encima, con un cantante al que se puede llamar así, que además atrapa y que va sobradísimo defendiendo un repertorio a estas alturas excelso combinando el hoy, el ayer y la prehistoria.
Porque Enrique Bunbury no es nunca más el cantante de Héroes del Silencio. Joder, lleva desde 1997 dejando eso claro, bonita gira de reunión mediante. Tenéis que moveros vosotros, copón, porque así se valora más todo lo que vas a sentir durante dos horas. Y 200 kilómetros no asustan. Eso no es tanto pedir.
Y para acabar, una reflexión que ahora me parece brillante, mañana a saber: "La resaca es estar en paz con el mundo y en guerra contigo mismo". Y si algo no sale bien... serás mi constante.