Revista Cultura y Ocio
La situación es la misma que ir al colegio en Sevilla el día de San Jorge en Cáceres o el de Sant Jordi en Barcelona. Al fin y al cabo, trabajas cuando otros están de fiesta. Lo mismo ocurre con la Fiesta Nacional —Nacional—, si la pasas en Burdeos para dar un par de clases en la Université Bordeaux Montaigne —que es el nuevo nombre de la antigua Bordeaux III— en un proyecto pedagógico para estudiantes de tercero y de máster. Invitado por mi paisana extremeña —de Garrovillas de Alconétar— Nuria Rodríguez Lázaro, catedrática de Literatura Española en esa universidad francesa de Aquitania, he participado en su proyecto de enseñanza de la poesía española contemporánea con una aproximación a la poesía de autores españoles en el lejano oeste de España —Extremadura— y un comentario sobre la poética de Jaime Gil de Biedma. Lo dicho, un par de clases que podrían pasar —que pasarán— como unas conferencias —cuando no una estancia— en una universidad extranjera. Mon Dieu! Non! Esto no es ningún mérito. Esto es la satisfacción de acudir —con un poco más de molestia que si fuese al edificio de enfrente— a un centro educativo distinto, con estudiantes no tan distintos —llevamos dando clases muchos años a los que vienen del programa Erasmus— sin cambiar de idioma y de metodología. Anoche, en la casa en la que vivió Goya, que es hoy la sede del Instituto Cervantes de Burdeos —Cours de l'Intendence, núm. 57— habían puesto el cartelito que pongo abajo. Es mi testimonio hoy de mi día de trabajo. Trabajo gustoso en una ciudad hermosa en la que me gustaría pasar más tiempo para ver más sitios —he paseado por sus calles, he visitado su catedral —Saint-André—, y he estado en lugares con encanto como los cines Utopia, frente a la plaza Camille Julian, en pleno centro comercial de Burdeos. Hoy, Fatima (2015), una película de Philippe Faucon. Me muevo en un triángulo exacto que me lleva a Allée de Tourny, en donde estuvo la Imprenta Lawalle que publicó la Biblioteca Selecta de Mendíbil y Silvela, exiliados aquí, en un local que hoy es una brasserie. A poca distancia de la librería Mollat, que tiene fachada con escaparates y entradas a dos calles, y ofrece una infinidad de libros de actualidad, incluidos los clásicos. Por los carteles que hoy anuncian el encuentro con escritores de éxito, uno aprecia que está en el centro de la actividad cultural-comercial de la ciudad. Lástima que ya no exista la librería Contraportada. He conocido hoy a quien fue uno de sus propietarios, que se lamentaba de la situación insostenible para un negocio así: una librería española en la que se celebraban encuentros con escritores y lectores. Hoy, quien fue librero, al menos, se dedica a la docencia en la Universidad. Cuarenta y ocho horas —más o menos— en Burdeos.