Hace unos días saltó la curiosa noticia de que en una sala de cine, donde proyectaban el último trabajo de animación de Pixar, "Del revés", hubo un error y proyectaron una película de terror, concretamente "Insidious", ante las sorpresa mayúscula del público asistente. Ahora sucede algo similar, un grupo de cinéfilos gafapásticos y presuntuosos acudió al cine a ver una reposición de "La palabra" de Theodor Dreyer, y por error se sentaron en la sala donde se exhibía "Jurassic World". El servicio de emergencias no daba abasto, ante los ingentes síndromes de orgullo herido y otros síntomas relacionados con la displicencia. Varios de los asistentes tuvieron que llevar collarín en el cuello durante algunos días, debido a su continuo giro de cabeza al negar lo que estaban viendo en pantalla. Muchos de ellos recurrieron al auto flagelo y el silicio por permitirse cometer semejante despiste que ha mancillado su espíritu de pureza fílmica. Es evidente que siempre se le puede exigir a una película de entretenimiento que sea algo más que un aluvión de efectos especiales y de acción abrumadora . Ignoro en que medida se le puede demandar a un blockbuster veraniego algo más de calidad en su argumento y más solidez en sus diálogos. No hay nada escrito sobre ello, aunque supongo que, después de todo, el primer mandamiento de este tipo de películas, y el que no deben dejar de cumplir jamás, es la de ser entretenidas, no cometer bajo ningún concepto el pecado insoportable del aburrimiento. En ese sentido, la película es impecable y, tras un inicio algo pausado, se nos muestra tan efectiva como una montaña rusa. Es cierto que nunca está de más afinar el argumento y tornarlo, si es posible, más interesante o si se prefiere más adulto. Es un riesgo que muchos prefieren evitar para abarcar a todos los públicos y, no siempre, se desempeña bien una actitud demasiado intelectual en una película como la que nos ocupa. Eso ya lo intentó Michael Crichton en la primera novela de la saga, "Parque Jurásico", y en mi humilde opinión no funcionó demasiado bien, quizás porque no parecía muy lógico que las discusiones científicas y morales sobre la recuperación de los dinosaurios transcurrieran tan a menudo, incluso cuando un Tiranosaurio Rex les pisaba los talones para merendarse a tan sesudos tertulianos.
Existe un tipo de espectador muy particular, el que quiere siempre buscar una lógica absoluta a todo y cualquier cosa que sucede tiene que tener una coherencia real. Por qué los niños se quedan solos ante el peligro, por qué la moto de Chris Pratt y demás vehículos pueden seguir a los velociraptores sin tropezar en la jungla, por qué los pterosaurios atacan como si no hubieran comido en varias semanas, por qué no matan enseguida al Indominus, por qué los dinosaurios pueden comunicarse entre ellos, quién fue primero la gallina o el huevo...
Pero sobre todo existe la gran pregunta, la que atormenta día y noche a los detractores de esta entrega jurásica, la que les ha relegado a convertirse en eremitas en busca del conocimiento, atormentados por saber la respuesta: ¿Por qué Bryce Dallas Howard corre con los tacones puestos? Bueno, debe ser de las pocas cosas que no son un truco informático, se ve a la legua que tan atractiva señorita se las apaña muy bien para dominar tan desafiante calzado. Entiendo que se le quiera extraer cierta lógica a una película que, en todo caso es ciencia ficción, y claro según el nivel de ciencia y el de ficción se podrá elevar el listón de lo que es plausible y de lo que no. No obstante, no debemos ser tan cartesianos y repelentes hasta el punto de ir buscando concienzudamente lo que no nos parece coherente. En estas ocasiones es más sano y elemental el dejarse llevar. Al fin y al cabo, cuando uno sube a una montaña rusa, nunca se plantea si es recomendable o no correr a tanta velocidad, se deja llevar por la adrenalina y punto. Es como rechazar al pato Donald porque va vestido y habla, cosa que no es posible en la vida real.
Hay cierta parte del público, que expresa su rabia respecto a este tipo de cine con la expresión muy conocida de que, cada vez que acudimos a ver una película como "Jurassic World", nos están robando la cartera. De esas acusaciones sabe mucho uno de los máximos ejecutores de este tipo de blockbuster, Roland Emmerich, al que uno imagina vestido de caco y atracando a los espectadores en las taquillas. Como si el cine, llamémosle serio, viviera del aire y le fuera indiferente hacer unos buenos dividendos. En el Hollywood clásico se decía que uno vale lo que su última película, que en otras palabras más vulgares significa que, los responsables de los estudios, te daban una patada, borraban tu nombre del despacho y te quitaban la plaza de aparcamiento si tu última película no conseguía beneficios. Vivimos en un mundo libre y cada uno elige acudir o no a una sala de cine. Ya lo decía Fernando Trueba, que no acudiría a ver "Avatar", salvo que la guardia civil le llevara a rastras.
Otra cosa bien distinta es preguntarse si "Jurassic World" era una película necesaria, porque en el fondo es una réplica puesta al día de aquel primer "Parque Jurásico" del año 93. El esquema es muy similar, aunque, de una forma lastimosa, ya no nos sorprende tanto como aquel impacto visual del primer tyrannosaurus rex que hizo temblar un vaso de agua hace más de dos décadas. Mucho más original y extravagante era el proyecto del guionista John Sayles para un "Parque Jurásico IV", que nos ofrecería una extrañas criaturas con mezcla de ADN de dinosaurio y humano, una especie de isla de doctor Moreau. Parece un proyecto condenado por el momento al cajón de los descartes.
A pesar de que la película me ha resultado gratamente entretenida, perdonando sus imperfecciones, no quisiera pasar por alto un detalle de cierta importancia. Hasta la fecha, el único título que había visto en 3D en pantalla grande, que no fuera de animación, había sido "Avatar", una experiencia estimulante pero algo pesada con el paso de los minutos. Sin embargo, "Jurassic World" me ha parecido un lamentable producto en tres dimensiones, una soberana estupidez que ha estropeado de forma considerable la película. No bromeo si les digo que me quedé estupefacto en determinadas escenas en las que llegué a indignarme. Cada vez que salía un helicóptero en escena parecía un juguete guiado por radio control. Las tomas generales del parque se me antojaron maquetas ridículas, una especie de recortables que a buen seguro no lo eran en la versión convencional, el 2d de toda la vida. Los dinosaurios en algunos planos no parecían tan grandes y, desde luego, menos reales. Ya me puso en alerta un tráiler de "Everest", en el que un plano de los personajes cruzando una especie de pasarela o puente daban la apariencia de un grupo de playmobil más que de personas reales.
Para concluir, no esperen una película extraordinaria, pero si divertida y con unos méritos innegables, como las continuas referencias nostálgicas, en forma de homenaje, a su film iniciador de la saga, por seguir cimentando la carrera de un actor que dará que hablar en el cine de aventuras y ciencia ficción, como es Chris Pratt y, sobre todo, por devolver el reinado al rey indiscutible de los dinosaurios, el Rex.