Revista Cine
Se puede señalar, con razón, las deudas que Caballo de Guerra (War Horse, EU, 2011), el más reciente largometraje de Steven Spielberg, tiene con el John Ford de Qué Verde Era Mi Valle (1941) -la visión idílica de Devon, en donde se ubica inicialmente la acción-, con el Frank Capra de ¡Qué Bella es la Vida! (1946) -el contagioso populismo de la escena de la subasta del cuaco reencontrado- y, arriesgándose a la herejía, con el Robert Breson de Al Azar Baltazar (1966) -por el papel protagónico del caballo del título. Sin embargo, creo que no hay ir tan lejos en el tiempo ni, mucho menos, traer a colación al venerable Monsieur Bresson, quien habitó y habita en un mundo fílmico muy diferente al de Spielberg. Y es que si Caballo de Guerra merece compararse con la obra de algún maestro del cine, ¿para qué tanto brinco estando el suelo tan parejo?: el largometraje número 26 de Spielberg no es un pastiche fordiano/capriano/bressoniano sino una obra profundamente personal del propio cineasta, que abreva de algunos de los temas que siempre le han interesado. Más aún: la puesta en imágenes a través de la virtuosa cámara de Janusz Kaminski -con todo y esos contrapicados con los cielos bellísimos al fondo-, el montaje clásico de Michael Kahn repleto de hallazgos cómicos/melodramáticos -la solicitud a gritos de otras pinzas y el corte a una decena de ellas aterrizando en el fango, el plano medio del abuelo correoso y el corte a un primer plano de la nieta con una lágrima oportunísima cayendo por la mejilla- o cierta mágica transición de escenario -el tejido que se transforma, disolvencia de por medio, en un campo arado- nos remite al Spielberg de siempre, desde la obra mayor Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977) hasta la agotadora Las Aventuras de Tintin (2011) pasando por la tan atacada en su tiempo El Color Púrpura (1985).Caballo de Guerra está basado en una novela juvenil homónima de Michael Mopurgo -adaptada también como pieza teatral de marionetas-, centrada en la vida de un valiente cuaco que nace en Devon, Inglaterra, y que termina siendo "enrolado" en la caballería de Su Majestad en la Primera Guerra Mundial. Hasta donde entiendo, el libro está narrado por el propio equino llamado Joey, recurso al que renuncia Spielberg para mostrar las vicisitudes del caballo de marras desde afuera, solicitando nuestra complicidad no sólo con el sufrimiento del cuadrúpedo, sino de los humanos quienes lo rodean: el granjero adolescente que lo cría y educa (Jeremy Irvine), el decente capitán inglés que lo usa en cierta batalla (Tom Hiddleston con apostura de héroe de matiné de los años 30/40), el par de soldados adolescentes desertores del ejército alemán (David Kross y Leonhard Carow), el anciano belga (gran Niels Arestrup) que sabe demasiado bien que no puede proteger a su frágil nietecita mandona (Celine Buckens), y así hasta regresar, nuevamente, a las manos de su dueño, en el mejor estilo del más efectivamente chantajista/lacrimógeno/populista Spielberg. Como se trata de una cinta familiar -adjetivo que, para algunos, es sinónimo de bostezo-, Spielberg no subraya la crueldad de la guerra en general ni la estupidez de esta confusa Gran Guerra en particular, pero tampoco la esconde ni minimiza. A través de una elipsis clásica -Joey cabalgando sin su jinete-, se nos da a entender a quién han alcanzado las balas del enemigo; con una elegante encuadre -en plano general alejado y las aspas de un molino dando vueltas- se nos muestra/escamotea un terrible fusilamiento que de todas formas no queremos ver; con un mero intercambio de palabras nos enteramos de la muerte inevitable de otro personaje, porque "la guerra se lo lleva todo". No todo, en realidad: en buena parte del cine de Spielberg siempre quedará espacio para la reconciliación, sea entre las clases sociales -el jovencito ricachón que podrá tener mucha lana pero demostrará ser noble con su plebeyo compañero de armas-, sea en el seno de la familia -el encuentro spielbergiano entre el padre alcohólico (Peter Mullan) y el hijo que ha regresado de la guerra-, sea en la infernal Tierra de Nadie, cuando un soldado británico y otro soldado alemán, saliendo de sus respectivas trincheras, arriesgan su vida para liberar al atrapado Joey mientras intercambian miradas, bromas y saludos, en la mejor escena del filme. En el cine de Spielberg, pues, todavía hay esperanza, todavía hay decencia, todavía hay humanidad. No sé, la verdad, por qué le molesta tanto a algunas personas esto. No todas las películas pueden -ni deben- ser dirigidas por Haneke o von Trier. Digo.