Revista Cultura y Ocio
Cabe inferir silogísticamente el dogma de la inmortalidad del alma. Véase:
La muerte es el único acontecimiento que no puede pertenecer al plan de una divinidad perfecta. Y ello se sigue de esta disyuntiva: Si la vida racional es un fin en sí, pues sin vida racional no hay sabiduría, es una contradicción crearla para aniquilarla; y si la sabiduría no es un fin en sí, entonces la estolidez constituye el máximo bien, lo que es absurdo. Por tanto, dado que Dios no puede reemplazar la vida racional por un bien superior ni le está permitido preferir lo pésimo a lo óptimo, lo que equivaldría a contradecirse, Dios no puede quitar la vida para siempre.
Sentado que todos los verdaderos bienes participan de la sabiduría, va de suyo que un universo en el que esta participación no tenga término y pueda aumentar infinitamente es mejor en grado sumo que otro donde dicha participación tenga término y cese por toda la eternidad. Luego, se mire como se mire, o la muerte es abrogada o Dios no elige lo mejor y no es perfecto. Ahora bien, es imposible que Dios no sea perfecto, ya que Dios es la Perfección indestructible. Por tanto, es necesario que la muerte sea abrogada.