Revista Regiones del Mundo

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Por Moncho Satoló

En África la veneración a los antepasados, la magia y la espiritualidad lo envuelve todo. Cuando llegué a Mozambique, en Maputo, me sorprendió encontrar en la prensa numerosas noticias que hacían referencia a ritos de magia negra, como los robos en cementerios de cráneos o el asesinato de albinos y vírgenes para cortarles sus miembros y conjurar así a los espíritus en favor de una persona. Después, cuando ya me encontraba en Beira, estas noticias siguieron siendo igual de frecuentes. Recuerdo, por ejemplo, una que hablaba de un problema sucedido con un hipopótamo, cuando fue atropellado éste por un tren en una provincia de interior, creo que Tete. Los lugareños, cuando se enteraron de lo sucedido, impidieron que el hipopótamo fuera retirado de la vía, pues se trataba de un hecho extraordinario, poco frecuente, lo que podía estar relacionado con la muerte hacía poco de un cazador de hipopótamos. Afirmaban que el espíritu del cazador se hallaba en el hipopótamo, que trataba de manifestar así su disgusto, según decía la gente del lugar, ante el modo incorrecto en que esa línea de ferrocarril había sido inaugurada, al no haberse respetado correctamente los ritos religiosos pertinentes, por lo que éstos debían ser repetidos. Creo que al final consiguieron convencer a aquella gente para que el tren pudiera proseguir su camino. Otra noticia hablaba de la Cabeça de Velho…

Cabeça de Velho (la cabeza del viejo, en castellano) es una formación rocosa situada en Chimoio, ciudad más importante de la provincia de Manica, con una forma que realmente recuerda a la cabeza de un anciano. La noticia hablaba sobre el problema que se había generado entre los que veneraban aquel lugar (morada de espíritus hasta que la gente comenzó a poblar la zona) y los que arrancaban la piedra de sus entrañas, para luego venderla, deformando su particular estructura. Tradición vs necesidad económica.

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Mi caravana en el PInk Papaya / Moncho Satoló

Al encontrarme en Chimoio, decidí visitarla. Instalado en el Pink Papaya (“Establecimiento ideal para los viajeros independientes”, según mi guía de viajes, completamente recomendable, que con anterioridad había olvidado nombrar: Mozambique, José Luis Aznar Fernández. Edit. Laertes. 2008), un hostal con toques hippiescas regido por una pareja de alemanes entrados en los 60. El lugar resulta agradable, limpio, con un ambiente romántico, moderno, con un color rosa que, aun invadiéndolo todo, no resulta cansino u hortera, sino de lo más original. Tan original que me alojaron en una caravana instalada en el jardín, con todo tipo de comodidades en su interior, por 700 meticales, unos 15 euros.

Una de las empleadas mozambiqueñas del Pink Papaya, que se comunicaba con sus jefes en alemán al haber estudiado hacía 10 años en Alemania, me recomendó que si deseaba visitar la Cabeça de Velho fuese con unos de los empleados del hostal, Eusebio (como mi abuelo y mi hermano), pues sería más seguro, al conocerse muchos casos de atracos a extranjeros en las inmediaciones del lugar. Acepté, por la seguridad, y porque cuando visitas un lugar con un lugareño la realidad se ve de otra manera, explicándote éste cosas que a lo mejor de otra manera habrían pasado desapercibidas o las habrías interpretado de una manera errónea. Sin embargo, la empleada me pidió que no dijera nada a la “patrona”, pues no le gustaba que tomase esas iniciativas por su cuenta. Le dije que no se preocupase y, a la mañana siguiente, quedé con Eusebio a las 7. La señora me avisaría cuando Eusebio llegara y éste esperaría fuera.

Al día siguiente, la dueña alemana (muy simpática, con un tatuaje ilegible en su brazo derecho) me comentó que le habían dicho que me dirigía a la Cabeça de Velho, por lo que debía tener mucho cuidado, que no llevara conmigo cosas de valor, como tarjetas de crédito, dinero, ni tampoco cámara fotográfica, pues ya habían robado a otros extranjeros alojados en el Pink Papaya. Le dije que no llevaba nada de importancia, excepto la cámara, pero que no se preocupase, que tendría cuidado. Eusebio, para mi sorpresa, se encontraba allí con nosotros, pero la empleada me dijo que saliera, que no me preocupara por él, y que lo esperara al superar la primera curva a la derecha.

Hice lo que me dijo y, tras superar la curva, Eusebio ya me había alcanzado. Eusebio, con su gorra y su camiseta del Oporto (el equipo de su corazón y que yo había confundido con la vestimenta de la selección argentina, por sus franjas azules), comenzó enseguida a preguntarme emocionado si había visto el día anterior el partido entre el Real Madrid y el Milan. Lo sabía todo: nombres de jugadores, del entrenador de ambos equipos, del estilo de juego, sustituciones, del por qué el Real Madrid había empeorado en la segunda parte, etc., etc. En la primera parte habían quedado 0-1 a favor del Madrid, resultado que ya conocía pues había ojeado el partido mientras tomaba una cerveza en un bar, para luego terminar empatando 2-2, marcando el Madrid el gol del empate en el último minuto (según me dijo él).

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Chimoio / Moncho Satoló

Nos dirigimos a la Cabeça do Velho caminando, pues se halla a pocos kilómetro de Chimoio. Atravesamos primero la ciudad, algo rápido, por sus pequeñas dimensiones, cuadriculada, con tres grandes avenidas, las cuales son atravesadas por una decena de calles, sin ningún atractivo arquitectónico, aunque tranquila. Después nos adentramos en un camino de arena rojiza, donde las grandes edificaciones dieron lugar a humildes construcciones de barro y cemento. Pronto, desde la lejanía, se descubrió ese característico perfil de la Cabeça de Velho, que ya había visto en fotos. Realmente parece una cabeza de anciano, con su mentón pronunciado, sus mejillas hundidas y sus ojos ahuecados.

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Cabeça de velho, en la distancia / Moncho Satoló

A medida que nos íbamos acercando, los niños se aproximaban a nosotros solicitando que les sacase una foto. Luego me daban las gracias, educadamente, por haber tenido el detalle de haberlos inmortalizado con mi cámara. Eusebio me iba hablando sobre su vida: que acababa de ser padre de una niña, aunque le hubiese gustado un niño (por el tema del fútbol); que su esposa todavía estudiaba pues ella tenía 18 años y que él tenía 26; que estaba viviendo solo desde que su mujer había dado a luz al encontrarse ésta con sus padres para recibir una mejor atención; que en el hospital, cuando había acompañado a su esposa, había visto a una niña de 13 años que también estaba a punto de dar a luz… Y así, caminando, con total tranquilidad, llegamos a la Cabeça de Velho.

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Típica postura de los niños mozambiqueños ante una cámara / Moncho Satoló

Se veían a lo lejos varias personas, algunas ascendiendo y otras en sentido contrario. Las que descendían, pronto nos las encontramos: dos mujeres que llevaban sobre su cabeza grandes pedazos de roca. En la ladera, una mujer cantaba, con los brazos al alto, en una lengua local que no entendía. Comenzamos la ascensión. Una escalada rápida y sencilla por una rugosa pared de piedra, aunque el tabaco y la falta de práctica me dejó sin aliento un par de veces. Sin embargo, esa facilidad se habría convertido en un acto mucho más peligroso si comenzara a llover. Esa noche había llovido, y con el cielo cubierto de nubes, éste podría comenzar a escupir agua en cualquier momento.

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Rezos en la ladera / Moncho Satoló

Nos aproximamos a la cumbre, donde la vista resultaba embriagadora: con el hermoso contraste de la llanura de Chimoio por un lado, y las montañas rodeándola de manera escalonada, por el otro: majestuosas, imponentes, envueltas por anillos de niebla. Y tras unos pasos más, alcanzamos la cima. Allí, sentado, un joven leía un libro, me imagino que la Biblia. A unos metros de distancia, otros dos, unidos de la mano, con los ojos cerrados, mirando al cielo, gritaban a Dios, solicitando ayuda. “Oh, Dios Todopoderoso, ayuda a nuestros jóvenes, sí Señor Todopoderoso, ayuda a que el dinero venga a nosotros; la salud te pedimos, oh Señor”, rezos repetidos, en ocasiones convulsionando, de pie, arrodillados, con su rostro pegado al suelo, entre lágrimas. Le pregunté a Eusebio si uno de ellos era el sacerdote y otro uno de los miembros de su iglesia (Evangelistas), pero me dijo que no, que los dos eran simples creyentes.

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)
Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)
Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)
Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Buscando ayuda en DIos / Moncho Satoló

Nos ocultamos tras un lado de la roca, creo que la nariz del viejo, sentándonos para descansar y beber un poco de agua. Muy cerca, aparecieron un grupo de cabras montesas, negras, peludas, una de ellas, una cría, con un lazo rojo al cuello. Había leído que esas cabras eran sagradas, que nadie las podía tocar. Eusebio me lo confirmó, aunque me dijo que pensaba que únicamente era la que llevaba el lazo. Desde allí se veía también, en el lado opuesto al lugar por el que habíamos ascendido, una cantera. Le dije a Eusebio si podríamos acercarnos, para sacar fotos: “No, creo que es mejor que no vayamos, porque ellos saben que están haciendo mal y pensarán que les espiamos. Podríamos tener algún problema”, concluyó.

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Cabras sagradas / Moncho Satoló

 

Decidimos descender. Al regresar a donde se encontraban los dos chicos rezando, vimos que el que antes leía se había unido a ellos, de rodillas, rezando por su cuenta. Eusebio me comentó que los fin de semana ese lugar se llenaba de gente que pasaba allí la noche lanzando plegarias al cielo. El descenso fue rápido, aunque esta vez bajamos por la frente, en vez del camino por las cavidades de los ojos que habíamos elegido antes. Al llegar abajo pude ver cómo la coronilla del viejo había sido pelada, pulida, por la gente que buscaba su piedra, como si de indios corta cabelleras se tratasen.

Nos alejamos. Se distinguían, ahora, dos mujeres vestidas de blanco, que habían comenzado sus rezos en la ladera, en los demacrados mofletes del viejo.

P.D.: Justo en el momento de entrar en mi caravana, como si el viejo hubiera estado esperando a que me encontrara resguardado, el gran diluvio cayó, batiendo con fuerza el techo de mi casilla rodante, hace tiempo parada. A lo mejor lo hizo porque, si se conoce su historia, aquello termine siendo zona protegida y prohiban a los picapedrereos deformar su rostro, quitarle lo poco que le queda de vida, destruirlo…

Cabeça de velho, Chimoio (4 de noviembre)

Cabeça de velho, por que perdure / Moncho Satoló

 


 


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