Para Román, por recordarme a quién debo los pliegues.
Hace 15 años diseñé un cachalote. Eran otros tiempos, ya lejanos, en mi búsqueda de origami. Soñaba con panteones olímpicos, con convenciones y libros por montones. Soñaba con modelos complejos, con figuras que me darían reconocimiento entre todos los plegadores del mundo.
En aquel momento no sabía casi nada de diseño, pero obviamente aquello no importaba. En realidad nunca ha importado. Diseñé un cachalote: simple, plano y geométrico. No tenía grandes esperanzas aquel modelo y sin embargo me llenó de orgullo, ese orgullo ciego de quien apenas comienza a plegar.
Diagramé sus pasos y estuvo durante años en la página de Nicolas Terry. Con el tiempo pasó al olvido, como suele pasar con muchos origamistas y con sus modelos, como suele pasar con muchos sueños sin sentido. Los diagramas se perdieron y olvidaron también ellos. Quizás, por tratarse de un cachalote esté bien visto decir se hundió en algún profundo abismo.
Hace unos días pensé en plegar una ballena. Tomé una hoja y busqué un par de veces. Nada fluyó en aquel momento. Pareciera que no está mi alma para profundidades por estos días. Intenté de nuevo, y la memoria quiso que recordara aquella ballena de hace 15 años. No recordé sus pasos, mi cabeza no da para tanto, pero buscando entre cosas viejas pude recuperar su secuencia de plegado.
He cambiado un par de cosas, actualizado unos detalles, y diseñado una mejor manera de cerrar aquel modelo. He cambiado también sus sueños y su destino.
He plegado este nuevo cachalote, para descubrir mientras escribo que en realidad es el mismo modelo. Más maduro hoy, como si hubieran pasado 15 años. Ha cambiado él, y también yo, todo sea dicho.
También en los pliegues se nos va notando la vida que pasa.