Hablar del cine de Haneke no es una tarea demasiado sencilla, porque estamos ante uno de los claros exponentes del cine contemporáneo, el que más cosas novedosas ha aportado al mundo del séptimo arte. Aportar no quiere decir gustar y como siempre pasa para todo esto, sus trabajos no están elaborados para que todos los estómagos los puedan asimilar. Aun así hay que reconocer que estamos ante algo distinto, algo que no vamos a encontrar en el cine comercial habitual al que todos estamos probablemente mucho más acostumbrados.
Precisamente esa es la premisa principal del cineasta a la hora de hacer sus realizaciones, el asemejarse menos posible. Porque sino es capaz de entregar al mercado USA un remake de Funny games (2007) hecho exactamente igual, plano a plano, para demostrar a estos que no hay otra forma de hacer el film y contar lo que él quiere contar. Solo él tiene ese desparpajo a la hora de decir a la cara las cosas, de poner al espectador frente a los problemas de la vida.
Caché (2005)es un ejemplo más de lo desarrollado en los anteriores párrafos, supone una exposición de un hecho que va de frente contra la moralidad del espectador. Con ello se pretende que cuando nos levantemos de la butaca y salgamos de la sala, nuestra conciencia se haya conmovido y haya enviado al cerebro la orden de pensar en la historia que hemos sido testigos.
El vehículo para conseguir todo esto es lo más neutro posible, para que la idea prepondere sobre el entorno en el que se acaba desarrollando. No importan los personajes, son meros soportes para que la narración fluya, incluso da la sensación a veces que acaba maltratándolos. No somos conscientes siquiera de porque están ahí, de donde han venido o hacia donde van, sus desarrollos son bastante planos sin giros ni altibajos.
Por otro lado los diálogos según el propio director es la parte del film que más le divierte, sensación totalmente opuesta es la que siente un servidor cuando está frente a los de este film. Sobre todo los que se llevan a cabo entre el que podemos denominar protagonista Georges (Daniel Auteuil) y Majid (Maurice Bénichou), incluso con el hijo de este (Walid Afkir), de alguna manera uno representa a la Francia que machacó a los argelinos (representado por los otros dos) como parte de la metáfora general que supone la producción.
El caso es que tanto los irreconciliables diálogos, como los planos que utiliza el director demuestran una y otra vez lo que anteriormente hacíamos referencia de la metáfora narrativa, viene a poner al espectador en la diatriba moral de que todo el mundo tiene un pasado oculto. En este caso es bastante evidente que trata sobre la colonización francesa sobre Argelia, pero cualquier espectador o país puede sentirse identificado ya que todos tenemos algo que esconder y que en algunos caso vuelve a salir a flote tarde o temprano.
No obstante la película podría tener muchas vertientes en cuanto a su análisis, incluso si la tomamos plano a plano, cada uno le podemos dar una interpretación distinta, aunque hay alguno muy rotundos. Les recomiendo su visionado para que ustedes mismos por ejemplo busquen una solución al tema de las cintas que aparecen en el domicilio de la familia Laurent, que opinión les merece, incluso sobre el final abierto que plantea Haneke al acabarla.
TRONCHA