Revista Insólito

Cachiche, brujería en el Perú

Publicado el 01 mayo 2019 por Redespress60

La leyenda cuenta que éstas brujas aparecieron en la época colonial del Perú. LLegaron  a tierras americanas migrando de Europa, donde la Santa Inquisición ordenaba quemar a quienes fueran considerados culpable por brujería. Una disputa que hubo entre hombre brujos y mujeres brujas,  llevó a la separación de género para asentarse en diferentes zonas del Perú: los hombres se dirigieron al Norte y las mujeres hacia el Sur, muchas de ellas se asentaron en Cachiche , en el departamento de Ica…

Cachiche, brujería en el Perú

El pueblo de Cachiche fue en el pasado sinónimo de hechicería. La zona en general siempre ha sido concebida como una zona mística porque las mujeres tenían poderes sobrenaturales que cualquier deseo para el foráneo era resuelto. Hoy por hoy en Cachiche, se practica brujería relacionada con la naturaleza y orientada a la curación.

En Cachiche se reunían todas las brujas de Ica y sus distritos como salas Guadalupe, San Juan Bautista, Pachacutec, Santiago, Ocuaje, Los Molinos.. El sitio de reunión era donde actualmente se encuentra levantando el monumento de la bruja de Cachiche; conocida a nivel nacional e internacional como la “Doctora Corazón”. Era muy conocida por sus famosos amarres y brujerías, practicaba tanto la Brujería Blanca donde se practicaban el curanderismo, los amarres.. y la Brujería Negra donde se practicaba el daño a ciertas personas.

Se cuenta que al lugar de Cachiche llegó Don Fernando León de Vivero, un político que ocupó cinco veces la presidencia de la Cámara de Diputados de Ica, conocido como el ‘Patriarca Iqueño’. León de Vivero a la edad de 14-15 años era un joven que padecía cierta tartamudez y al ponerse en manos de una de las brujas, no sólo lo sanó, sino que además le auguró que llegaría a tener un futuro brillante como profesional.

La bruja se llamaba Julia Nazaria Hernández Pecho, viuda de Díaz, que fallecería a los 106 años de edad debido a un paro cardíaco, luego de una azarosa vida llena de sortilegios. Al fallecer, León de Vivero, mandó a construir un Monumento en honor a la Bruja que le devolvió el habla. Este monumento está compuesto por un búho que significa inteligencia, sabiduría, brujería blanca; y una calavera que significa maldad, hechicería, brujería negra. Sus brazos están abiertos en forma de ‘V’ que significa victoria y veneración.

Cachiche, brujería en el Perú

Palmera de la Siete Cabezas

En el Lugar de Cachiche también se encuentra la famosa “Palmera de 7 cabezas” que son unas palmeras que se introducen en el suelo y vuelven a salir, tiene forma de un pulpo. Estas palmeras coinciden con un número cabalístico que es el número ‘7’ que para algunas personas es un número de mala suerte. Sin embargo, para este pueblo significa buena suerte.

Se dice que las palmeras surgieron como consecuencia del enfrentamiento entre la bruja y el pulpo que cuidaba el tesoro. Las aguas del mar llegaban hasta donde se encuentra el actual penal Cristo Rey de Cachiche y se cuenta que los conquistadores españoles llegaron a descansar en dicho lugar y el mar los atrapó en sus aguas y el tesoro que llevaban con ellos quedó al cuidado de un pulpo. La bruja ambiciosa, quería poseer el tesoro y desató una batalla. En esta contienda, llegó a cortar seis tentáculos al pulpo y éste mató a la hechicera con el tentáculo que le quedaba. Sin embargo, la bruja mientras agonizaba, iba echando una maldición que al nacer la séptima palmera, Ica se hundiría por completo convirtiéndose en una enorme laguna.

Y la bruja acertó, pues Ica quedó bajo las aguas en enero de 1998. El río se desbordó y miles de personas resultaron damnificadas. Por esta razón, cuando los pobladores ven crecer una palmera en dicho lugar la cortan para que vuelva a cumplirse la maldición de  la bruja.

Cachiche, brujería en el Perú
Foto: “El aquelarre” (1798), de Francisco de Goya / museo Lázaro Galdiano, Madrid

Brujas en Perú

El estereotipo de la bruja malvada de nariz picuda subida en una escoba nunca existió. Tales brujas solo fueron un delirio colectivo que llevó a miles de personas a la hoguera o a la horca por todo el mundo. Muchas de las que se tomaban por brujas recolectaban hierbas para hacer remedios, decían ser adivinas, hacían de matronas y, por tanto, tenían poder sobre la natalidad. Eran figuras clave en el matriarcado pagano que, con la llegada del cristianismo, resultaron ser molestas y hubo que deshacerse de ellas.

La caza de brujas, que acabó enmascarando vendettas familiares, envidias, peleas o el mero instinto de supervivencia, se fue de control y pudo, según algunos autores, llegar a convertirse en un Holocausto. En el caso del Perú, vale aclarar que se trata de la historia de miles de desventuradas que fueron perseguidas implacablemente en tiempos de la Inquisición, acusadas de tener pactos con el demonio, así como de practicar la magia negra y la hechicería, aunque en el fondo, existían otros motivos menos diabólicos para hacerlo.

Una de ellas era una limeña de tez blanca llamada María Magdalena Camacho. Tenía 38 años y desde muy joven se había dedicado ‘a sanar cuerpos y a preparar filtros de amor’. Para que estos surtieran efecto, les pedía a sus clientas una sola cosa: deshacerse de sus rosarios y crucifijos y que nunca más usaran imágenes religiosas. Petrona de Saavedra, en cambio, era mulata, tenía 40 años, y en sus curaciones imploraba a la virgen María y a los santos católicos pero también invocaba al inca y al espíritu de la coca. A diferencia de ambas, Juana de Apolonia era negra y había sido esclava. Era experta en ungüentos amatorios y decía que era capaz de conseguir la ‘ilícita amistad’ de las mujeres. Le rezaba por igual al Diablo y a la figura de María. Antonia de Abarca, de 31 años, no se le conocían tratamientos milagrosos pero la gente decía que solía acudir a parajes solitarios para tener ‘pactos carnales’ con el demonio.

Si algo une a estas cuatro damas, aparte de haber vivido en Lima durante la segunda mitad el siglo XVII, es que todas ellas fueron a parar a la Inquisición acusadas de hechicería. Pero había algo más: eran mujeres que escapaban al control masculino, ya que eran solteras, viudas o prostitutas, y en aquel tiempo ello resultaba peligroso. Era una época en que la mujer debía vivir bajo la tutela del padre, del esposo o del sacerdote, y por ello no es casual que la mayoría de las encausadas por el Santo Oficio escaparan de esta condición. Y si bien tenían independencia y cierto poder debido a su conocimiento de plantas y brebajes, estaban expuestas a ser denunciadas de herejías y de realizar pactos con el maligno ante una Iglesia y un Estado temerosos de las idolatrías y las costumbres paganas.

En esos tiempos de fanatismo religioso donde la corrupta y decadente Iglesia Católica tenia la ultima palabra en todo, tanto en Lima como en otras ciudades americanas, existían tal la cantidad de mujeres dedicadas a la venta de pócimas, a las curaciones milagrosas con imágenes cristianas o con ídolos ancestrales que los casos registrados por la Inquisición durante los siglos XVII y XVIII fueron solo la punta del iceberg. En lo que coinciden los investigadores e historiadores del tema es que aquí no eran brujas, al menos no de acuerdo a la concepción europea del término. “La hechicera colonial no era bruja porque no formaba parte de ninguna comunidad mistérica, y por lo tanto en el Perú virreinal no existieron aquelarres que suponían la práctica de la magia negra”, según el historiador y escritor Fernando Iwasaki. En su opinión eran mujeres expertas en sanaciones y amarres, que sin embargo amenazaron el régimen patriarcal al combinar – como dice la historiadora María Emma Mannarelli – tres elementos peligrosos para el sistema: el sexo femenino, el daño y el poder.

Según Mannarelli, una de las mayores estudiosas de la situación de la mujer en la época colonial, en la segunda mitad del siglo XVII comparecieron ante la Inquisición de Lima 64 mujeres, de las cuales 49 fueron acusadas de hechicería. A partir de los documentos de estas causas de fe conservadas en el Archivo Histórico General de Madrid o en el Archivo General de la Nación, la investigadora ha podido retratar la vida de estas procesadas. Tenían en promedio entre 20 y 40 años y eran de origen étnico muy variado, pero todas pertenecían a las clases bajas de la ciudad. Cobraban entre ocho y 24 pesos por sesión, y entre sus habilidades estaban la unión de parejas, la atención de los partos, la cura de diversos males y la preparación de brebajes a partir de plantas tradicionales y animales, algo que era visto como demoníaco. Más aún porque muchas usaban en sus ceremonias ídolos indígenas e invocaban no solo a santos católicos, sino también al inca y la coya  (su esposa). Toda una gama de sortilegios que demostraban que la Conquista fue también un encuentro de supersticiones: las mujeres venidas de la península ibérica, de influencia mediterránea, donde las pócimas y afrodisíacos eran moneda corriente; y las nativas, basadas en los objetos provenientes de las huacas y en la ingesta de plantas alucinógenas.

Si a esto agregamos las prácticas mágicas procedentes de África, entonces tenemos el combo perfecto. Como afirma el historiador Pedro Guibovich se trataba de una cultura que creía en lo sobrenatural y en el poder de los objetos. Lo curioso es que estas mujeres justificaban sus acciones diciendo que estaban dirigidas a aplacar las iras y las infidelidades masculinas. Esta capacidad que al parecer tenían las hechiceras para dominar a los hombres causó terror entre clérigos e inquisidores. La mayoría de clientes de estas brujas locales eran esposas o amantes que querían ‘hombres dóciles’, y trataban de trastocar ese orden supuestamente natural que determinaba los roles de los géneros.

Aunque en la América hispana no se quemó a ninguna bruja o hechicera, los juicios y procesos no dejaron de ser violentos. Según cuenta Natalia Urra Jaque, historiadora de la Universidad Andrés Bello de Chile y autora de la tesis doctoral Mujeres, brujería e inquisición: Tribunal inquisitorial de Lima, siglo XVIII, “en su mayoría las acusadas comparecieron en autos de fe privados, en iglesias y capillas. El castigo por excelencia era la vergüenza pública, y era bastante denigrante. Este consistía en pasear por las calles más concurridas de la ciudad a la supuesta hechicera, desnuda de la cintura para arriba, y sentada sobre un burro, mientras a viva voz un pregonero iba dictando su sentencia. Se le daban azotes y la cantidad variaba de acuerdo al estado de salud de la condenada. Podían ser 100 o 200. Algo también común era el destierro. Además, muchas debieron cumplir penitencias, custodiadas por algún sacerdote, o fueron obligadas a asistir a ciertas cantidades de misas al año, a confesarse y a rezar muchas oraciones al día”, explica la académica.

Cachiche, brujería en el Perú
Isabel de Andrada de Carvajal en una audiencia de la Inquisición a fines del siglo XVI. Archivo General de la Nación de México. Foto: en “Hechiceras, beatas y expósitas. mujeres y poder inquisitorial en Lima”

No cabe duda que la persecución de las brujas en América se debió a que desafiaba el poder omnímodo de la Iglesia Católica. Pero a pesar de sus empeños, los inquisidores no pudieron erradicarlas. La Independencia de las antiguas colonias españolas en el siglo XIX trajo consigo la desaparición de la Inquisición, pero no de las brujas, quienes libres de ataduras continúan hasta el día de hoy ofreciendo sus servicios a quienes creen en esas supersticiones.

Fuentes: ElComercio // Wediseno


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