Recuerdo que corría el mes de Noviembre, yo andaba muy ocupado buscando la inspiración para un nuevo poemario. La editorial me había dado un plazo muy corto y aún no había escrito ni un sólo verso.
Quería hacer una serie de poemas dedicados al amor romántico. ¿Pero cómo? Si me hallaba completamente desilusionado después de una triste y devastadora relación de un año en la que todas mis experiencias se resumen en cuánto había sufrido. Podría, no obstante, escribir sobre desamor, pero bastante de eso hay ya en el mundo para que ahora llegue yo con mi legado a pretender que me lean. No, no era eso lo que quería plasmar en mi obra.
Sólo pensar en ello me ponía de mal humor. ¿Por qué ella no me quiso de verdad? ¿Por qué se fue sin decir nada después de tanto daño como me hizo? ¿Por qué no me dio siquiera la oportunidad de hablar? Sé que yo no soy más que un chico normal, un escritor de medio pelo que lucha por lograr algo importante en el mundo de las letras, pero es que ella no era ni eso. Simplemente era una oportunista, una víbora y una desalmada sin escrúpulos que cuando vio que no podía sacarme más se largó en busca de otra pobre víctima más fructífera.
Me llamo Esteban, soy escritor como ya he dicho, licenciado en filología hispánica, y a mis veintiocho años no he vivido más que una vida de lucha, esfuerzo y entrega. Ahora tengo mi propia casa, pero durante algunos años viví compartiendo piso con un amigo, Carlos, con quien compartía muchas cosas además del apartamento.
Y fue precisamente por él que la conocí a ella. A la arquitecta que me robó el corazón, a la mujer que detuvo mi respiración, a la que marcó mi vida en todos los sentidos y arruinó posiblemente mi inspiración poética.
Su nombre es Eva. Una mujer muy atractiva, segura de si misma, tal vez demasiado. Con sólo una mirada me dobló las rodillas. Era un día como otro cualquiera, un viernes por la tarde, yo estaba en mi despacho trabajando en mi ordenador; estaba cerrando mi primer poemario para entregarlo a tiempo a mi editor. Aquel que más tarde sería un éxito de ventas y que me lanzó al número uno de los más vendidos ese verano. Mi amigo aún no había salido de la oficina, tenía intención de irse a Valencia ese fin de semana. Le apetecía playa, había dicho esa mañana antes de salir. Yo no podía acompañarle, ya que tenía que entregar el manuscrito el lunes sin falta. Me encargó que viera con la arquitecta las modificaciones que habíamos proyectado para el apartamento, de acuerdo con los planos que un amigo delineante nos había hecho. A mí me traían sin cuidado los temas de espacios, diseños y luces, pero como Carlos había insistido tanto acepté. Tenía que venir a casa a ver los detalles esa misma tarde. Y Carlos se retrasaba. Así que me iba a tocar lidiar con esa arquitecta. Yo, que desconocía todo sobre reformas.
Puse café y me senté en mi escritorio, la verdad es que no me apetecía ponerme con el repaso del libro en ese momento, así que me dediqué a mirar el atardecer por la ventana. Entonces llamaron a la puerta, fui a abrir. Me quedé como una estatua al verla.
– Buenas tardes. ¿Está Carlos?- Me preguntó con una sonrisa encantadora.
– Bu… buenas tardes.- Dije tartamudeando, y añadí casi en un susurro.- No. él no ha llegado aún, ¿quien le busca?
– Soy la arquitecta, mi nombre es Eva María Hernández y quedé en venir hoy para supervisar el proyecto de su apartamento. Tú debes ser, ¿cómo me dijo Carlos que te llamabas?
– Es… Esteban. Un placer. Sí, Carlos me dijo que vendría, pase por favor.
– Mucho gusto Esteban. Si no te importa echaré un vistazo.
– Desde luego, adelante.
Yo estaba muy nervioso, tanto que ni sabía lo que decir. Nunca en mi vida había visto ni hablado con una mujer tan guapa. Había olvidado el café que había dejado al fuego, la cafetera comenzó a chillar como si fuera a estallar, fui a la cocina a retirarla del quemador cuando ella se me acercó por detrás.
– Pues ya está, ya he visto cómo está el apartamento, si os parece bien mañana mismo empiezo a trabajar aquí.
– ¿Mañana?.- Pregunté angustiado.
– Sí, mañana. Si os viene bien. Carlos me dijo que corría prisa. Puedo traer a la cuadrilla y que vayan comenzando. En quince días lo podéis tener acabado.
– Esta bien, de acuerdo, señora Hernández, como usted lo considere oportuno.
– Eva. Llámame Eva.
– Muy bien, Eva, pues hasta mañana entonces.- Y le tendí una mano temblorosa y sudada. Ella la miró, no sé si me pareció ver una mueca de asco en su rostro, pero se acercó a mí me dio un beso en cada mejilla y con una sonrisa se despidió.
Cuando se fue me quedé pensativo. Quizás acababa de conocer a la mujer que siempre había estado esperando. Evidentemente, el tiempo puso cada cosa en su sitio. Eso sí, después de haberse cepillado todos los ingresos de ese superventas que logré colocar en el mercado. Y a cada uno en el lugar que le corresponde. Carlos, conoció a una brasileña quince centímetros más alta que él y se fue al caribe, donde lo desplumaron una noche y le rajaron desde el ombligo hasta la garganta; el pobre murió harto de bailar samba. Eva, se casó con un arquitecto de verdad, un italiano de Roma, estaba forrado, pero bebía como un cosaco y la daba unas palizas de muerte. Él vive ahora en Milán con la hija de ambos; Eva limpia casas en una zona residencial a las afueras de Madrid, ya no tiene fuerzas ni cuerpo para buscar otra víctima. Y yo, bueno, aquí estoy intentando buscar la inspiración para este segundo poemario. Sólo dispongo de un mes y como decía no he escrito ni un sólo verso. Tampoco es que me importe mucho. Con las ventas de la novela que publiqué el año pasado, gracias a estas vivencias, podría pasarme la vida tumbado al sol. Pero no en Brasil.