La verdad, es que, cada tanto, surge un nuevo escritor original (llamémoslo si lo desean, Jean Giraudoux o Paul Morand, ya que siempre se vincula no sé porqué a Morand con Giraudoux, como en la maravillosa Noche de Châteauroux, Natoire de Falconet, sin que tengan ninguna semejanza). Este nuevo escritor en general es fatigoso para leer y difícil de comprender porque une las cosas con relaciones nuevas. Le seguimos bien hasta la primera mitad de la frase y ahí caemos. Y sentimos que es sólo porque el nuevo escritor es más ágil que nosotros. Ahora bien se producen escritores originales como se producen pintores originales. Cuando Renoir empezaba a pintar no reconocíamos las cosas que mostraba. Hoy es fácil decir que es un pintor del siglo XVIII. Pero al decirlo se omite el factor tiempo, y que se necesitó mucho, aun en pleno siglo XIX, para que Renoir fuese reconocido como gran artista. Para lograrlo, el pintor original, el escritor original, proceden a la manera de los ocultistas. El tratamiento –por su pintura, su literatura– no siempre es agradable. Cuando ha terminado, nos dicen: Ahora miren. Y entonces el mundo, que no fue creado de una vez sino que lo es tan a menudo como surge un nuevo artista, nos resulta –tan diferente del antiguo– perfectamente claro. Adoramos las mujeres de Renoir, Morand o Giraudoux, en las que antes del tratamiento nos negábamos a ver mujeres. Y queremos pasearnos por el bosque que el primer día nos había parecido todo menos un bosque, y sí por ejemplo, un tapiz de mil matices en el que faltarían justamente los matices de los bosques. Ese es el nuevo universo perecedero y nuevo que crea el artista y que durará hasta que surja uno nuevo.
Marcel Proust
Prólogo a Tiernas Mercancías de Paul Morand
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Mi querido Proust:
Desde hace varios días no abandono su libro; me lleno de él con deleite, me sumerjo en sus páginas. ¡Ay de mí! ¿Por qué me resulta tan doloroso amarlo tanto?… Haber rechazado este libro quedará para siempre como el más grave error de la NFR, y (como tengo la vergüenza de ser en gran parte el responsable de esto) una de las tristezas, de los remordimientos más dolorosos de mi vida. Me parece, con toda probabilidad, que en esto se advierte la presencia de un destino implacable, ya que es una explicación de veras insuficiente de mi error decir que me había hecho de usted una imagen después de unos pocos encuentros “en sociedad”, que se remontan a hace casi veinte años. Para mí, usted seguía siendo ese tal que frecuenta asiduamente a las señoras X… y Z…, ese que escribe en Le Figaro… Lo creía -¿se lo debo confesar?- “uno del grupo de los Verdurin”.
Un esnob, un mundano diletante, lo más molesto que pudiera haber para nuestra revista. Y el gesto, que hoy entiendo tan bien, de ofrecerse a ayudarnos a publicar el libro, que habría sido para mí fascinante si lo hubiera comprendido bien, no ha hecho más que confirmar, ay, mi radical error. No tuve a disposición sino uno de los cuadernos de su libro, el cual abrí con mano distraída, y la mala suerte quiso que mi atención cayera de inmediato en la taza de manzanilla de la página 62, para luego resbalarme, en la página 64, en la frase (la única del libro que no logro de verdad explicarme hasta ahora, ya que no soy capaz de esperar a terminarlo del todo antes de escribirle) que se refiere a una frente de la que se transparentan las vértebras. Y ahora no me basta con amar este libro, percibo que siento por él y por usted mismo una especie de afecto, de admiración, de predilección singulares.
No puedo seguir… Tengo demasiados remordimientos, demasiados dolores -y sobre todo si pienso que quizá mi absurdo rechazo pudo haber tenido consecuencias para usted, que lo habrá hecho sufrir, y que hoy yo merezco ser juzgado por usted, injustamente, tal como yo lo había juzgado a usted. No me lo perdonaré jamás, y es sólo para aliviar en algo mi dolor que me confieso ante usted esta mañana, suplicándole que sea indulgente conmigo, más indulgente de lo que yo mismo no consigo ser.
André Gide
Carta a Marcel Proust, Enero de 1914
Foto: Marcel Proust en 1900