Entonces empieza todo otra vez como pequeñas pinceladas.
Son violentas. Bruscas y cortas.
Pequeñas e intensas.
Son breves. Menos mal.
Pocas veces noto este sentimiento.
De hecho es nuevo. Y yo neófita en él.
Cuando aparece, si tengo los ojos abiertos, empiezo a entrecerrarlos.
Una especie de mirar mal.
Lo que siempre sale es fruncir el entrecejo.
Es que manda cojones.
Y no hay frase más española que esa.
Manda co jo nes.
Con las enes bien marcadas.
¿Qué hemos hecho?
¿Qué hicimos?
Tú no querías probar cosas nuevas y yo tampoco.
Nos forzábamos a ello.
Recuerdo que muchas veces fui yo contigo. Y tú también lo intentaste conmigo.
Y ahora lo entiendo.
Al igual que a mí no me interesaba lo más mínimo compartir algo que desconocía, a ti tampoco te atraía el gusto de lo nuevo en un ámbito que te la soplaba.
Te la traía al pairo.
Traer al pairo.
Creo que tú nunca caíste en eso. Porque siempre demostrarte que me querías de otras mil formas.
Pero acabamos descuidando los aspectos importantes del otro.
Nos quedamos en tal silencio que, por no quebrarlo y creer que lo íbamos a estropear, lo terminamos de romper.
Y lo rompimos en trocitos de lo que tiene importancia y lo que no.
Qué gusto…
Qué egoísta suena, pero qué gusto, joder…
Qué peso quitado de encima.
Qué triste decirlo…
Sin embargo qué verdad más inmensa.
Qué alivio.
Ya está.
Se acabó.
Fuimos.
Eres y soy.
Serás y seré.
Afortunadamente cada uno por su lado.
Y seguiremos caminando.
Cada uno por su lado.
Menos mal.