A veces siento envidia de otros colegas que trabajan en ciencias aplicadas, basadas en las matemáticas. Cuando trabajas con matemáticas aprendes una lengua diferente y no sigues líneas intuitivas y sensoriales, de hecho, los sentidos nos limitan porque están hechos para funcionar en nuestro pequeño mundo animal y nos engañan si nos salimos de la estrecha función para la que están diseñados. Decía Eugene Wigner que las matemáticas tienen una utilidad irracional en el universo porque las inventamos nosotros, no las descubrimos mediante la observación de nuestros sentidos.
Los que nos dedicamos a la biología (humana en mi caso), somos unos pioneros avanzando por un mundo complejo con herramientas mínimamente eficaces. La biología es una ciencia juvenil comparada con la física (dice Richard Dawkins) y eso me causa una envidia tremenda.
Si al menos fuéramos a la par en todas las ciencias, seríamos tan modestos que estaríamos cuestionándolo todo y por ello, seríamos más cautos. Por el contrario, nuestros descubrimientos sobre el universo y las leyes de la física, nos hacen ser prepotentes en otras áreas de la ciencia en donde estamos, aún, muy atrasados. Este razonamiento es la base que justifica que haya tal profusión de las llamadas “medicinas alternativas” y que cosas como la homeopatía, que desafía una de los principios de la química como es el número de Avogadro, tenga, incluso, rango universitario impartiéndose “Master” y demás constructos sobre una teoría no demostrable.
Pero todo éllo está a punto de acabar. Las matemáticas se acercan, como lo demuestra en este vídeo, Irina Kareva, investigadora en el EMD Serono Research Center near Boston Massachusetts, USA.
Merece la pena verlo
Video (pinchar aquí)