Era octubre de 2009 cuando entrevisté a Norberto José Olivar a propósito de Un vampiro en Maracaibo. Nos citamos en el restorante del hotel en donde me hospedaba, y con la consabida premisa de puntualidad inglesa (yo no sé si esto es cierto), allí estaba a la hora acordada, con una parquedad tremenda que se fue disolviendo con la ingente cantidad de café que tomamos. Hubo chistes, risas y hasta una caricatura hecha al mejor estilo de Zapata, como ofrenda y dedicatoria a mi ejemplar vampiresco.
Este encuentro fue posiblegracias a mi amigo poeta, profesor universitario y magallanero furibundo, Valmore Muñoz Arteaga, quien me dijo “ahora tenéis que leer Cadáver exquisito”. Luego añadió el clásico sustantivo, a veces adverbio y otras tantas adjetivo marabino que no pienso reproducir en estas escuetas y cortas líneas, pero que es fácil imaginarse por sus cualidades multiuso, las cuales sirven hasta para darle nombre a un teléfono celular.
Terminé de leer Cadáver exquisito en la tierra del poeta Francisco Arévalo, Ciudad Guayana, y me saltaron a la memoria algunos versos de su autoría e irremediablemente la breve sinopsis que del poeta Hesnor Rivera me hiciera Valmore. De su Silvia, salté a la Silvia de Hesnor y de ésta al matizado homenaje entre crónica e historia, realidad y ficción, poesía y narrativa que hace Norberto José Olivar en su Cadáver exquisito.
Uno de los elementos que destaca en el trabajo literario de Norberto, para mí fundamental y que lleva en su entraña una firme raíz de intelectualidad, es el humor.No hablemos ya de Un vampiro en Maracaibo, título a través del cual ya se puede intuir su presencia; Cadáver exquisito también goza de esta herramienta mientras el autor va mezclando las voces allí presentes. Nace la duda, la inquietud por saber si lo allí narrado fue cierto, si es una artimaña del narrador (¿o el autor?) por hacer del texto una crónica, un texto de ficción o un prolongado flashback a una historia verdadera, comprobable.
Con esa magia que sólo la literatura puede ofrecer (bueno, también el cine), Norberto le da vida, sentido y voz al gran surrealista Hernor Rivera; ese, quien en pleno proceso de parto trajo a la luz al grupo Apocalipsis, dijo:
sepan que la poesía es una forma de entendernos con la muerte, es una sinfonía de cuervos; si no les gusta, si no entienden, es mejor que se vayan ahora porque no estoy hablando en metáforas nifloreando la vaina. Para ser poetas hay que bajar al infierno, hay que pagarlo con la vida, si no, confórmense con ser juglares playeros.
¿Ficción?, sí; pero el compromiso de lector me dice que es el mismo Hesnor Rivera quien habla, arengando a los demás poetas, Miyó Vestrini, César David Rincón, Néstor Leal, entre otros, a continuar la dura senda de la poesía.
El narrador de Cadáver exquisito está comprometido hasta los tuétanos con el personaje principal de su historia. Con el transcurrir de las páginas y a medida que nos presenta hechos curiosos, como por ejemplo el referido a platillos voladores sobre el Lago de Maracaibo o a las apocalípticas revelaciones del predicador evangélico Arturo Terán, llega también el momento para la reflexión en donde el autor reconoce ese proceso necesario de mímesis para alcanzar la imagen justa que de Hesnor Rivera quiso dar: ¡Quién iba a decirlo! Tengo que disfrazarme de Hesnor para mirar, con honestidad, en mi particular abismo, pero haciéndolo, descubro sus entrañas también. ¡Qué misterio! He llegado a Hesnor no por casualidad, sino porque es mi propia búsqueda, mi propia biografía, porque soy Hesnor Rivera desde antes de aquella vez que fui a dejar en su casa de Tierra Negra un ejemplar de Balada para una ciudad maldita.
Otro elemento importante que destaca dentro de la obra, es el referido a la intertextualidad que Norberto José Olivar maneja con una soltura envidiable, muy a lo Vila-Matas –que también aparece en la novela–, seguramente ganada con la pericia desde su grado de historiador y demás embates literarios. El autor camufla su voz, es Hesnor y otras veces, es el propio Norberto, el mismo que se atreve a confesar: Pienso en Hesnor y recuerdo que una vez quise ser poeta, pero me faltó talento, entonces me hice narrador. Y, por ese azar diabólico que tanto evocó mi personaje, el día de su muerte salió a la calle mi primer libro de relatos.
Sea poesía o narrativa, lo ganamos para las letras venezolanas con resonancias internacionales, no en balde Cadáver exquisito estuvo entre las diez obras finalistas del importante Premio de Novela Rómulo Gallegos 2011.