Los familiares de los ocho yihadistas marroquíes muertos en Cataluña, dos en la explosión en la casa que habían okupado para preparar bombas, y seis por la policía, exigen que las autoridades españolas traten sus cadáveres según las normas islámicas.
Quieren facilitarles el encuentro con sus 72 huríes prometidas a cada uno por asesinar a 16 personas en Barcelona y Cambrils.
Muchos musulmanes creen que si se profanan sus cadáveres pueden ser arrojados fuera del Paraíso y enviados al vacío de la desaparición o al infierno.
Temor que parece compartir el cónsul de Marruecos en Gerona, Mohamed El Harrak, que ha pedido que se trate a los cadáveres según sus ritos religiosos, marcados por el Corán y los hadizes.
Pero, muy al contrario, lo que deben hacer forenses y autoridades es proceder con esos cuerpos igual que con otros muertos y no facilitarles lavados litúrgicos, sudarios, ni acomodos hacia La Meca, por ejemplo.
Y además no deben recibir el mismo respeto que sus víctimas; y recuérdese que en algunos países islámicos, y según la sharia, deben exhibirse los cadáveres de los delincuentes insertados en estacas para anunciarle su futuro a otros criminales.
La sociedad laica debe explotar los miedos de la mayoría de los mahometanos al tratamiento de sus difuntos y aprovechar que los teólogos islámicos no están de acuerdo en si salen o no del Paraíso las almas tras ser profanados.
Debe advertírsele a los aspirantes a yihadistas que su “martirio” puede no llevarles al Juicio Final porque sus cuerpos serán inyectados con grasa de cerdo o sangre menstrual femenina, y después incinerados. Huríes, no: el infierno.
Que los aspirantes a imitadores de los ocho islamistas, los que se explotaron y los muertos a tiros, sepan que recibirán ese tratamiento: nos salvaremos de muchos atentados.
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SALAS