La maldad tiene distintos grados y momentos de mayor o menor virulencia, como la de Hitler o Stalin, que pese a enviar millones de seres a la muerte más horrenda se enternecían uno con su perra pastor Blondi y otro con su hija Svetlana Alilúyeva.
Se observan las imágenes ante los jueces de Francisco Javier García Gaztelu, Txapote, el etarra que le pegó dos tiros en la nuca hace ahora veinte años a Miguel Ángel Blanco y se descubren sus deseos de seguir asesinando como hizo con al menos seis personas más hasta que lo detuvieron en 2001.
Si Txapote hubiera llegado a donde Hitler o Stalin es posible que hubiera sido peor, y sin embargo tiene simpatizantes que no lo consideran malvado; gente que forma una larga cadena de cómplices, activos o pasivos.
De cada eslabón nace otra cadena, como la que actuó el pasado 15 de octubre en Alsasua, Navarra, con el linchamiento de dos guardias civiles desarmados y sus parejas, que afortunadamente no llegaron a matar.
Una cadena con maldad de distintos grados, de mayor o menor virulencia.
Lejos del asesino de Miguel Ángel Blanco y del linchamiento de Alsasua –que continúa todavía con insultos y agresiones—, y contagiado por la misma peste, Podemos emitía en Madrid un comunicado de apoyo a los nueve imputados en la Audiencia Nacional por aquellos ataques en el pueblo navarro.
Los consideraba “tan víctimas” como los agredidos y cambiaba las asaltos por “peleas de bar” para atenuar su gravedad.
Esa infección llegó hasta Manuela Carmena, la alcaldesa de Madrid por Podemos, que se negó a homenajear en solitario a Miguel Ángel Blanco, cuya muerte descubrió más que ninguna el horror terrorista y que provocó gigantescas manifestaciones por toda España.
Sin embargo Carmena le había dedicado una placa municipal presentándolo como héroe a un matón antifascista asesinado por un fascista al que provocó, sabiendo que estaban ambos preparados para matar.
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SALAS