Revista Opinión

Cadenas que ya nos atan

Publicado el 04 diciembre 2017 por Elturco @jl_montesinos

Publicada en DesdeElExilio.com

Siempre me resultó simpático que a los cadáveres de las series y películas americanas hubiera que identificarlos por las tarjetas de crédito, por el carné de la biblioteca o probar suerte en alguna base de datos con las huellas o el ADN. Supongo que ustedes serán conocedores de la razón. En los Estados Unidos de América nadie tiene el equivalente a nuestro DNI. Existen otras identificaciones más o menos oficiales, como el carné de conducir o el pasaporte, pero si no conduces o no viajas, puedes vivir largo tiempo sin identificar. No son los únicos. Heredaron la costumbre de no vivir marcados como ganado de la Pérfida Albión. Quizá vaya el tiempo, que así parece discurre mientras vemos a próceres de Berkeley quemar libros, mermando estás libertades. Quizá copien la obligatoriedad de inscribir a los neonatos en el Registro Civil o de portar identificación oficial con la mayoría de edad, los equivalentes estatistas (y menos dolorosos, ¡gracias Papa Estado!) al hierro candente con la divisa. Los hechos demuestran que se pueden levantar imperios, coloniales o económicos, sin el dichoso numerito.

También tiene cierta vis cómica eso de que busquen interpretes para los testigos o los sospechosos que no hablan el idioma. Además de no cargar con marca alguna, tampoco cargan con idioma oficial, al menos a nivel federal. Por desgracia son muchos los Estados que sí se apuntan a eso de tener reglas para las cosas que no hace falta regular. No me parece mal que los burócratas se marquen reglas que ellos mismos han de seguir. Cualquier organización, pública o privada, las tiene. Pero no es de recibo tener que cargar con la Real Academia de turno. Así ocurre con el idioma más hablado del mundo. Es el acuerdo espontáneo de todos sus hablantes el que lo genera. Luego ya la administración se va apañando como puede. Podría cualquier ciudadano británico dirigirse a sus burócratas en su inglés y son los funcionarios los que han de hacer el esfuerzo. El que paga manda, aquí sí. La pulsión, por desgracia, también va mal encaminada en este punto. Esperemos que el tiempo la enderece.

Son estos dos ejemplos que la mera visión crítica de la televisión nos brinda. Los que más destacan en mi opinión. Supongo que si me aficionara al cine de otros diversos países encontraría pequeñitas parcelas de libertad en las que el Estado de turno no ha entrado.

Contrasta todo esto con la evidente invasión que los gobiernos locales perpetran constantemente en nuestras parcelas privadas. Un sistema educativo como el español, de dudoso éxito académico, parece que produce en cantidad mentes aborregadas. Ganado que quiere ser tratado como tal y que acaba tratando como animales a quien no se pliega a sus deseos. No estoy generalizando, pero los hay. Las diferencias autonómicas, no obstante, ponen de manifiesto que en algunos lugares sí se hacen mejor las cosas. En dónde prima la política sobre las necesidades de los chavales, no. Luego se copa la administración con funcionarios cuya vocación de servicio es nula y que deciden en que idioma han de relacionarse dos personas adultas. O lo que es peor, un adulto y un niño, hurtando al menor la posibilidad de desarrollarse de la mejor manera posible y a sus padres el inalienable derecho a educarlo como les de la real gana.

Ahora bien, cuando se les pase por la cabeza eso de la centralización, recuerden que de Ibiza a Valencia o Madrid hay menos kilómetros que a París o Lisboa. Y que mantenemos una forma de comunicación común. Recuerden también que los niños de Castilla y León funcionan mejor en el informe PISA que los de Cataluña. Y no hay que compararlos con los finlandeses, ni aprender suomi. La decisión es más sencilla y es su – nuestra – responsabilidad.


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