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Revista Cine
Hay películas que son verdaderamente duras, porque reflejan, casi con tanto realismo como el mejor de los documentales, las miserias que suceden a las puertas de occidente. Y en esta ocasión el protagonista es un niño de tan solo doce años que, desatendido por su familia, trata de sobrevivir conviviendo con una refugiada etíope que se ha apiadado de él. Lo peor de la situación de Zain es que la gente que le rodea siempre tiene inmensos problemas: sus propios padres, la refugiada... Asistimos atónitos al día a día de una sociedad en la que los niños son un lastre más que una alegría, lo que no impide que se sigan concibiendo nuevas vidas alegremente. Por eso resulta abrumadora la reacción final de Zain: demandar a sus propios padres por haberle dado la vida, una vida que ha consistido solo en angustias y sufrimientos desde la más tierna edad. Una película tremenda no apta para la sensibilidad de un occidente que sacraliza y protege a sus niños. A veces no somos conscientes de la verdadera naturaleza del mundo que compartimos y películas como Cafarnaúm son una auténtica bofetada a nuestra conciencia.
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