No encontré otra instantánea del antiguo “Café Begoña” en la red, establecimiento que se lamó antes, como acertadamente se indica a pie de imagen, “La Aurora”. La fotografía se corresponde con un tiempo relativamente reciente, cuando se derriba el edificio que compartía con una tienda de ultramarinos a su derecha y una sola planta de viviendas por encima, cuando hacía tiempo que Galache no regentaba el local ni vendía las excelencias de unos churros con forma de lazo que servía Valentín en las mesas donde se jugaba al ajedrez y al dominó. La “Peña Ambulante”, heterogénea donde las hubiese, hacía tertulia alrededor de las partidas y de otros clientes leyendo el periódico, mientras la jefa reprendía a su hija:
-¿Para eso estudiaste? ¿Príncipe de Gales?… Eso es en asturiano!!!!, será de “galas”.
El local tenía una puerta giratoria a su izquierda y otra normal, que no siempre permanecía abierta, a su izquierda; la entrada hacía presagiar un local de más vuelos que ofrecía una barra de madera demasiado alta, invitando a la clientela a permanecer poco tiempo en ella; al fondo había un teléfono de fichas que permitían, por tres pesetas, hacer una llamada local.
Este tipo de cafeterías abundaban por el Gijón de los años setenta, desde el Dindurra hasta el Oriental o el Alcázar, y fueron cerrando poco a poco, pasando a la nostalgia de un pasado que, desde mi punto de vista, sí fue relativamente mejor, al menos en la hostelería. El viejo Dindurra duerme el sueño de cafeterías trasnochadas, poco rentables en la actualidad y ocupando una esquina emblemática de la que se debería hacer cargo la municipalidad, para conservar el antiguo establecimiento como era hace cien años, del mismo modo que hizo con el teatro o de otras inversiones en valores locales menos significativos. Lamentaría ver las luces estridentes y cursis de un Mc Donald’s o un Pan’s & Co., en la esquina entre el Paseo de Begoña y la calle Covadonga, aunque los sesudos economistas de las multinacionales concluyan que solo con márgenes comerciales verdaderamente indecentes, se puede aspirar a hacer un buen negocio con un establecimiento de estas características en el centro de las ciudades, algo que solamente puede obtener un restaurante de comida rápida, habitualmente franquiciados. Lejos queda la tranquilidad de la terraza de verano, de la especial leche merengada que se servía a guisa de primera copa, sin alcohol, en la madrugada temprana de un Gijón que se acostaba antes, en el que la música era menos estridente y en el que aún había locales donde se escuchaban temas como los “corazones rotos” que publicamos hace pocas fechas y que te permitían bailar con la muchacha a la que mirabas tímidamente desde la otra esquina de la barra.