La fórmula para escribir una historia como ésta es sencilla: coger a unos pocos personajes anónimos y situarlos en el ojo del huracán de un momento crucial que marca un antes y un después en la historia. Sencillo, sí, pero pocos saben hacerlo tan bien como Alfonso Zapico, autor también de la excelente La guerra del profesor Bertenev.
¡Qué maravilla! Esto también parece sencillo
El momento que escoge Zapico para esta historia es la fundación del Estado de Israel, y los personajes centrales de la historia son Yechezkel "Chaskel" Damjanich, un joven judío húngaro, virtuoso del violín; su madre Shprintza, superviviente de Auschwitz, donde perdió a su marido del modo más atroz imaginable, y que tras su llegada a Palestina empezará a dejarse morir poco a poco; su tío Yosef Nagy, "el león de Budapest", un antiguo líder sindical que, tras casarse con una gentil, emigró a Palestina unos años antes y que desde entonces no se habla con Shprintza; y Yaiza, una joven árabe, independiente y alegre, que se enamora de Chaskel. Acompaña a éstos una serie de personajes secundarios retratados con exquisita sencillez: el periodista, el marino, o el sargento británico (hasta la creación del estado de Israel, Palestina fue un protectorado británico), en tre otros. A través de todos ellos, nos acercamos a la antigua Jerusalén, la de antes del "reparto", donde judíos, musulmanes, armenios y otros convivían en relativa armonía, y la de después, donde, por el fanatismo de unos, la negligencia de otros, y el interés de los de más allá, todo se irá a pique. La creación del estado de Israel hace que aquel remanso de respeto y concordia que era el Café Budapest, símbolo de lo que podría haber sido, y hasta cierto punto era, Jerusalén, se convierta en un hervidero de recelos, sospechas, rencores y, finalmente, muerte.
Del mismo modo que existe el sueño americano, existió durante un tiempo el sueño de Israel. Sin entrar a valorar las aspiraciones de Theodor Herzl, padre del sionismo, es indudable que a lo largo de los siglos hubo incontables generaciones de judíos europeos que, discriminados, perseguidos y, finalmente, masacrados, nunca dejaron de soñar con una vida mejor en Palestina. (Me pregunto hasta qué punto ese sueño existe todavía; supongo que hay todo tipo de motivaciones entre los que hoy emigran a Israel, y que no son pocos los que son conscientes que tendrán allí una vida peor). Así, Café Budapest se abre con Chaskel corriendo entusiasmado a contarle a su madre que acaba de recibir una carta del tío Yosef, en la que éste les anima a dejar Hungría, donde los comunistas continúan a pasos acelerados su implacable liberación del país, emigrar a Jerusalén y vivir con él.A este lector le da la impresión de que, a pesar del siempre incuestionable trabajo de documentación de Zapico, su retrato de Jerusalén está algo idealizado. Sin ir más lejos, el café que da título a la obra tiene cierto aire de Cheers, el mítico bar de Boston y la serie de TV. No obstante, si en efecto este retrato de la ciudad santa está idealizado, lo está en la medida justa. Zapico no ha querido escribir una novela histórica propiamente dicha, sino que, como hizo en La guerra del profesor Bertenev, su intención ha sido, primordialmente, escribir una historia sobre el modo en que los ciudadanos de a pie se ven envueltos en guerras que nunca buscan y que poco o nada tienen que ver con ellos.
Al igual que en la novela sobre la guerra de Crimea, en ésta Zapico no puede ocultar el cariño que siente por sus personajes. Así, a los verdaderamente "malos", los vemos siempre de una manera fugaz, y su función parece ser la de realzar la nobleza de los "buenos". Hay que decir, no obstante, que el autor evita cuidadosamente incurrir en maniqueísmos y estereotipos, y se esfuerza por ofrecernos un punto de vista imparcial, mostrándonos, por ejemplo, fanáticos y terroristas de ambos bandos. Pese a ello, supongo que alguien podría pensar que, en la novela, la balanza de la nobleza tiende a inclinarse del lado palestino, y que no hay manera de que los judíos se libren de la imagen de los siniestros lobbies en Nueva York. No sé si será también significativo el hecho de que Yosef es ateo, y Chaskel también acaba perdiendo su fe. Entonces, ¿consigue el autor darnos una visión imparcial del conflicto? No lo sé, no me importa, y creo que al mismo autor no le preocupaba demasiado. Zapico sabe que, ante todo, un autor debe siempre ser honesto consigo mismo, y que esa honestidad no consiste en contar "la verdad", sino en ser consecuente con su obra. Zapico no nos intenta vender la verdad de los hechos ni, como ya he dicho, disfraza su obra de novela histórica. Café Budapest no es sino un sincero alegato pacifista y una bonita historia de amor.
En definitiva, aparte de una obra interesante y muy entretenida, estamos ante lo que en inglés se llama una "feel good story", es decir una historia de ésas que te hacen sentir bien. Deliciosa, pa entendernos.