Mientras tomo una taza de café, sintiendo en mis labios el calor de éste, en esta tarde soleada y fría de ese enero que debería ser nuestro, sentada en la cocina y viendo la calle llena de gente feliz. Con esa música de fondo que me dijiste que te gustaba; jazz. Pienso en ti. Pienso en todo lo que aún me haces sentir, lo que remueves dentro de mí. Y me doy cuenta de que ya no encuentro las palabras para poder transmitirlo.
Cierro los ojos y ya no me necesito nada, porque tú, estás ahí, frente a mí. Con una palabra de amor y aliento para mí.
Y me pregunto entonces, ¿cuándo llegará el momento en que yo pueda hacerte sentir un poquito de lo que tu provocas en mí? Bebo un sorbo de mi café, siento su amargo sabor. No, no creo que el café lo que amarga, es el amargo sentir de no poder estar a tu lado, el amargo sentir de mirar la foto de tu web en una triste pantalla. Ese amargo sin sabor, el de no estar a tu lado.
Tomo otro sorbo, hay un ligero dulce ahora que puedo percibir, y en ese momento, en esa fracción de segundo lo percibirlo, y sonrío, porque llegará el momento en que todo ese dulce lo pueda percibir para mí. Ese día que ha de llegar en que estés junto a mí. Y poco a poco voy terminando mi taza de café, saboreándolo cada vez más. Pero, a lo mejor no es el café lo que bebo, te bebo a ti, bebo tu recuerdo, y lo bebo despacio, porque quiero que se quede perenne en mí.