Revista Educación

Caga o te meto

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Caga o te meto

Llega la Navidad. Este es el tiempo del amor fraternal, los buenos deseos y darle palos a un tronco para que te cague regalos.

Aquí en mi tierra de adopción es tradición recoger un tronco ( tió) en el bosque, ponerle cara y barretina y acomodarlo en un rincón del hogar tapado con una mantita que le dé calor. Durante el Adviento se le alimenta (con peladuras de naranja o trozos de pan duro, que un tronco no precisa alardes). Llegada la Nochebuena, toda la familia se reúne en torno a él empuñando largas varas y, en una jovial tonada, le espeta:

Caga, tió, ametlles i torró / Si no vols cagar / Et donaré un cop de bastó

(Caga, tió, almendras y turrón / Si no quieres cagar / Te daré un bastonazo)

Acto seguido alguien levanta la mantita por su parte posterior y descubre que el tió ha cagado presentes varios (tampoco nada del otro mundo, dietas austeras rinden ñordos austeros). Eso sí, no siempre el tronco obedece a la primera y hay que seguir amenazándole un rato (entre risas y canciones, sí; con un palo, también). Supongo que el sistema digestivo de un leño es como el mío: impredecible bajo presión.

Cuando un catalán explica esta tradición a un foráneo lo hace con orgullo. Nada extraño. Así es como todos explicamos nuestras tradiciones. Pero se me hace raro que el foco se ponga siempre en el asunto cagar. El catalán hace alarde de su gusto por lo escatológico. Es identidad nacional. Yo ni me asusto ni estoy tan de acuerdo: he vivido cenas familiares canarias con concursos de pedos, he presenciado concursos de pedos en clases de literatura de 2º de BUP canario y, lo admito, soy de esos que se giran a admirar su obra. A mí lo que me preocupa es lo otro, lo que no explican con detalle, lo que pasan por alto, lo de amenazar con violencia física para obtener un regalo aparentemente merecido por engorde. ¿Es eso también identidad nacional?

Pero vamos, que tampoco es que me escandalice. No es la primera vez que una tradición se nos va de las manos. Ahí está el Lazarillo de Tormes, obra que pretendía criticar los vicios e hipocresías de la sociedad de su día y ha servido para siglos de justificaciones. La tradición de la picardía castellana. El lazarillo, un buscavidas. Un buscavidas español. Porque solo aquí las pasaban putas. En la Francia del siglo XVI las fuentes públicas daban leche y miel, pero aquí tenías que trabajarte las castañas (más secas y menos digestivas que la leche con miel) a base de bien. Y si uno tenía que engañar para sobrevivir, pues engañaba. Porque lo primero es lo primero. Y de ahí a blanquear la corrupción del siglo XXI basta un pestañeo: ya se sabe cómo somos los españoles (los latinos, si tenemos el día globalizador), unos pícaros, tú harías lo mismo en su lugar.

Tenemos también la lucha canaria como paradigma de la nobleza del pueblo canario. De todo el pueblo. Aunque peses 50 kilos o estés afiliado a Coalición Canaria. Mucho me parece.

Pero pasan los años y las décadas y los siglos y seguimos quedándonos con lo que nos conviene para explicar lo que nos interesa. Y la parte acaba engullendo al todo y la anécdota pasa a ser la explicación. Y tan contentos hasta que nos llevan la contraria. O nuestra parte hecha todo entra en conflicto con la parte hecha todo del de al lado. Un lío.

De todos modos, tampoco me hagan mucho caso. Yo tengo sangre de buscavidas zamorano, me he criado entre ventosidades insulares y ahora mismo estoy guardando pieles de naranja para poder desahogarme con un tronco y que me cague turrón (que ni siquiera me gusta). Yo qué voy a saber.


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