Revista Gente
¿Qué se ha hecho Gwyneth Paltrow?. Mi teoría en los últimos años es que, a diferencia de Jennifer Aniston, superó lo de ser abandonada por Brad Pitt, subió un par de tonos su tono de rubio, dejó de estar tan pálida y tan escandinava, latinizó algo su imagen, se quitó ese absurdo peinado de flequillo ladeado y albinoide al que parecía haberle pasado la lengua un camello, y, zas, he ahí (con alguna ayudita del Photoshop, igual que la foto de Scarlett Johansson de hace unos días) el paradigma de la belleza global. También, diría, que ha empezado a optar por películas en las que su presencia física no dependa de su belleza. La naturalidad ha forzado el lado sexy, el que no salía de cualquier otra manera.Que nadie se enfade: pues ayer saqué a Wert con los pómulos jokerizados. Llamar a Wert hijo de puta o bastardo o desgraciado o indigna bazofia producto de una mala noche de diarrea, o, como dijo la Banda trapera del río, hijo del coño de una puta y del polvo de un borracho, no parece que vaya a acarrearme consecuencia alguna. Somos tantos. Pero, sin que las que me leen tengan por qué enfadarse, Paltrow debe hacerme olvidar a Wert, y debe servirme de enganche con el único tema que hoy no se me escapa entre los dedos. Pues no era ella quien salía en cierta película donde tomar o no tomar cierto tren (y por tanto, creo recordar, volver o no volver a casa y atrapar a su novio entre las piernas de otra) venía a representar ese cruel y único momento en que nuestra vida va a uno o a otro lado. Pues pensé eso ayer cuando vi a Messi por los suelos, con gesto de dolor; que ese portero fuera más o menos impetuoso en su salida lo alejaba o no de batir récords y de estar en una fase clave de la temporada, alejaba a toda la masa barcelonista, masa mayoritariamente catalana y por tanto desencantada y menospreciada, de breves momentos de fervor y felicidad. Hasta Karina se asustó. Jodido portero.