Los origamistas tenemos, casi siempre en una habitación oscura donde pocas personas cercanas tienen acceso, un cajón de sastre. Para quienes no conocen el concepto (quizás, demasiado coloquial) el cajón de sastre se refiere a una caja en la cual los maestros de la aguja y el hilo guardan tanto aquellos proyectos que no llegaron a buen término, como los retasos de prendas terminadas.
Los origamistas también tenemos nuestro cajón. Es cierto, no todos lo ubican en una habitación oscura, pero siempre lo tenemos. En él ponemos modelos inconclusos que esperamos que "en otro momento podamos terminar", o ideas que "aún no resultan como quiero", o incluso pedazos de modelos que pensamos que "tal vez pueda usarlo en un modelo diferente..." Casi siempre es una ilusión tonta. El cajón de sastre en muchas casas no es más que un agujero negro.
Es cierto, estoy exagerando un poco, porque claramente no todos los cajones de sastre son iguales. Algunos, con un hambre voraz se van devorando todo lo que hacemos. Ya nos les vasta con modelos que no se terminaron, a veces incluso empiezan a llenarse con obras que meses atrás formaban parte de una vitrina, incluso de alguna exposición. Hay cajones, que con su sed infinita se llevan a su abismo modelos que no deberían terminar en cautiverio.
Sin embargo, en extraños días en los cuales se efectúan confusas conjunciones astronómicas, los origamistas nos atrevemos a poner nuestras manos en el interior de dicho cajón. Es un asunto que no deja de ser arriesgado, pues uno mismo corre el riesgo de ser engullido por sus fauces de cartón o plástico. Pero cuando se vence en tan singular combate, nos encontramos modelos que no merecían vivir allí, modelos que desean nadar por nuevos mares.
Hace poco he entrado en mi cajón de sastre, y este modelo me ha pedido salir. Esperemos viaje a buenos mares