Durante estos días de verano, aprovecho la menor ocasión para reflexionar sobre la vida, mi vida. El tiempo libre y la presencia de la Naruraleza me invitan a hacerlo, pues ella es la gran maestra de nuestra vida y su devenir imparable y permanente es, sin duda, la mejor escuela. Y estos días pienso en las diversas cincunstancias que hoy me rodean e intento encontrar el sentido profundo que cada una de ellas tiene y la lección que sin duda nos trae. Más allá de lo concreto y circunstancial de nuestra vida externa y, por tanto, temporal e irrelevante muchas veces, busco en las razones ocultas de mi interior la correcta interpretación, lo que me confiere una cierta serenidad, ante los acontecimientos a veces locos o confusos de mi vida cotidiana.
Los signos y símbolos externos
El ser humano es, por definición, débil e inexperto ante muchas de las situaciones -previstas o no- de su vida. Admitir con humildad esa vulnerabilidad humana es muy importante, pues nos invita a aceptar, de entrada, el posible fracaso pues es la mejor forma de aprender de los errores. Uno de los efectos más claros de esa fragilidad ante las circunstancias es que, frecuentemente, necesitamos estímulos externos, como signos y símbolos, que nos ratifiquen o manifiesten lo evidente de nuestro interior! La razón, obstinada siempre en cuestionar, analizar y comparar, busca continuamente argumentos y razones para vivir “su vida”, aunque sea limitada. No le basta con la firmeza interior ni con la intuición que nos permite “vivir y sentir sin ver”! Está claro que los sentidos (vista, oído, tacto y gusto) existen para corroborar nuestra manera de percibir la realidad y, a la vez, para establecer la relación oportuna con lo que nos rodea. Esa es una de las muchas limitaciones del ser humano, pues eso nos invita a circunscribirnos únicamente a lo tangible y físicamente real de nuestra vida y, por tanto, dejar fuera de nuestra vivencia toda esa esencia mágica y también real de nuestra existencia, que solo puede ser captada desde el interior.
La fragilidad de nuestro estado de ánimo
Nuestro estado de ánimo varía constantemente, ocilando continuamente entre sentirnos bien o sentirnos mal. Eso, sin duda, proviene de la dualidad de la mente, que todo lo juzga como “bueno” o como “malo”, cuando muchas veces las situaciones solo son, sin que, a priori, podamos saber si tienen un efecto “positivo” o “negativo” para nosotros, en un momento dado. Muchas veces es el tiempo quien le da o le quita la razón a este juicio mental! Evidentemente eso tiene su remedio. Solo si sabemos reencontrarnos con nuestro ser interior y dejarnos llevar por las emociones auténticas -y no por los sentimientos elaborados después por la propia mente, siempre dual, basada en el pasado y en la comparación- lograremos sentir autenticamente y, por lo tanto, vivir aquello que es ahora -sin más- en nuestra vida. Ni que decir tiene que todo esfuerzo por tratar de modular -aunque es necesario siempre el equilibrio- o evitar esas emociones auténticas, nos provocará sufrimiento -con su efecto oportuno en nuestro organismo, su altavoz- y, ante esto, cualquier acción que pongamos en práctica para disuadirnos una emoción, será, a la vez, algo que nos traerá aún más confusión. La confusión no puede generar más que confusión, en nosotros mismos y en nuestro propio entorno. En nuestro interior es el único lugar donde hallaremos la serenidad y la lucidez.
Las emociones contenidas
Siempre afirmo, a la vista de mi experiencia personal propia o con los demás, que no hay peor enemigo que evitar las emociones o dejarlas de manifestar, tanto si son consideradas “buenas” o “malas”, por nuestro mal hábito adquirido de siempre analizar y de juzgar, para luego actuar. Una emoción siempre es! Y una emoción no manifestada se enquista dentro y eso, nuevamente, nos hace sufrir y deja una huella casi perenne en nuestro caracter y en nuestra manera de ver y de vivir la vida. Las emociones deben aflorar siempre y, si son perjudiciales para uno mismo, uno debe mirarlas de cara y, cuestionándolas, hacerlas desaparecer o cambiarlas por otras más beneficiosas. ¿Cuál es el síntoma más evidente para saber si son perjudiciales para nosotros mismos? De nuevo la confusión, como el sufrimiento y su efecto en nuestro cuerpo. Cuando uno se halla alineado con sus emociones internas y beneficiosas, irradia paz y, por tanto, se siente bien, alegre y feliz!
Concentrarse en lo positivo
En muchas ocasiones, las circunstancias de nuestra vida ordinaria no nos llevan en todo momento a sentirnos bien, pues nos crean confusión y eso, a la vez, nubla nuestra visión de la vida. Ni que decir tiene que el impacto que las circunstancias en nuestra vida dependen más de como las sentimos y percibimos, que de las propias circunstancias y de su naturaleza, en sí. Aceptar y gestionar nuestras emociones, como he mencionado anteriormente, es esencial para solventar una dificultad o una situación adversa en nuestra vida ordinaria. Pero, en un mundo en que no se nos enseña a gestionar -ni tan siquiera aceptar- el fracaso como parte de nuestro aprendizaje, ni se nos enseña a gestionar ni a manifestar nuestras emociones -por miedo a ser excesivamente vulnerables o parecer débiles frente al prójimo- eso no siempre resulta fácil. En primer lugar deberíamos identificar -es decir, no buscar culpables fuera ni aceptar ser víctimas- y luego aceptar la confusión, en cuanto aparece. Después mirar hacia nuestro interior para ver si allí nace o ver si lo hace solo en nuestra mente confusa. Uno puede sentir serenidad interiormente y, en cambio, sentir gran confusión “solo” en sus pensamientos y en su propia elaboración mental, los sentimientos. Pero la mente es muy poderosa! Por ello, debemos tratar de concentrarnos en lo positivo de nuestra realidad momentánea, pues la poderosa mente humana es capaz de sesgar la realidad y, en función de lo que seleccione en ella, nos hara ver, sentir y actuar en consecuencia. ¿La botella medio llena o medio vacía? Si nos concentramos en lo “beneficioso” -no solo en lo aparentemente “bueno”- de cualquier situación, nuestro propio estado de ánimo y disposición mental y emocional nos portará esa visión positiva de la situación, por confusa, complicada o adversa que ésta sea. Y viceversa, claro!
La Conciencia, nuestro eterno juez
Ante he mencionado que la mente actúa siempre como un juez que juzga lo “bueno” y “malo” ante lo que acontece en nuestra vida. Pero la mente se basa solo en los hechos concretos, en la experiencia, en nuestras creencias inculcadas desde nuestra infancia (aunque muchas de ellas son, claramente, limitativas y/o erróneas) y en la realidad sensorial -o de los sentidos- percibida. Eso, como he mencionado antes, es limitado y excluye a toda esa “otra realidad” interior y más trascendente -o mágica, llámale como quieras- que nos rodea y otorga toda esa riqueza que la vida en sí posee y nos ofrece. Pero, como no podía ser de otra forma, sí poseemos cada uno un juez o vigilante que de manera continua juzga nuestros actos integralmente, comparando nuestra realidad interior con la realidad exterior que vivimos, o sea cómo pensamos, sentimos y actuamos en nuestra vida. Esa es la Conciencia, esa voz interior que más tarde o más temprano -y tras los vociferios altisonantes de nuestra mente- nos hace darnos cuenta de la auténtica realidad de las cosas, interpretándolas tal como en nuestra propia realidad son y las sentimos interiormente. Es un buen hábito desoír el caos mental y aprender a escuchar la Conciencia, pues ella siempre nos procurará la serenidad, permiténdonos cuestionar siempre nuestros pensamientos, sentimientos o actos, en busca de nuestra verdad. Aunque, para tu consuelo, muchas veces es la propia vida la que crea las situaciones vitales oportunas para ponernos cara a cara con lo esencial de nuestra vida, obligándonos a despreciar lo supérfluo y atender a nuestra Conciencia para hacernos sentir bien, alegres y felices, de nuevo.
Dejar fluir la vida
Cualquier intento de intentar influír en la vida, modificarla o disuadirnos de su evidencia es siempre perjudicial y se paga con creces, como cuando lo hacemos ante nuestras propias emociones y hemos ya mencionado antes. La vida, simplemente, es… y debemos amarla, pues es todo lo que poseemos! Y amar de verdad siempre es respetar, comprender, confiar y querer, ya sea a la vida… o a una persona concreta en ella. Y amar la vida es, sin duda, dejar sin miedo que se manifieste en nosotros y en todo lo que nos rodea. De vez en cuando la vida nos ofrece aparentes “casualidades” o señales (como los sincronismos, sucesos o interpretaciones de éstos aparentemente fortuítas, etc.) que nos demuestran que estamos en la buena línea con lo que sentimos y vivimos en ella, con respecto a lo que sentimos y vivimos en nuestro interior!
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