Revista Cultura y Ocio
I El mar es río. Busca un cauce no muy hondo y se remansa en un recodo. Se desliza por el fondo, tan reposado y sereno que el eco guarda silencio. El agua se acuna en el lecho. La brisa en calma pone música a la nana. El mar sueña con ser río al acercarse a la cala.
La marea desciende y el fondo de piedra emerge. Al chocar con los escollos, el agua se precipita, salta en cascadas, se disgrega, se extravía y, en medio del laberinto, busca una salida. Escindida la corriente, sin más guía que su ímpetu, el océano se rompe, revienta en gotas contra las rocas. Vibra en rápidos, remolinos y torrentes. Avanza a saltos, entre burbujas y crestas de blanca espuma; escapa de las grietas y de los recovecos que intentan retenerla.
El agua suspira, aliviada, al alcanzar al fin la playa. Se tiende en la arena y cubre el lecho. Se estira sobre la orilla en una sábana fina a descansar un momento antes del regreso. Se aferra a la tierra, la abraza, la besa, mientras el mar, resacoso, la reclama.
II La bruma guarda un secreto: un instante antes del alba, el sol escapa del cielo y retoza en el océano. Juega a bañarse en la playa, a cabalgar en las olas y teñir de luz la espuma. Juega a iluminar las sombras, a golpear en las rocas y a salpicar con las gotas a las ruidosas gaviotas. Nada, salta, se sumerge, y también juega a esconderse.
Esta mañana, la aurora va rezagada. Un rayo travieso no quiere salir del agua para regresar a casa, no hasta después del ocaso. Persigue un sueño imposible: quiere vestirse de luna y recostarse en la arena a contemplar las estrellas.
Hoy, en el aire hay calima, mas la cala resplandece.
(Gracias a Eme por las fotos, las imágenes cuentan por sí solas la historia).