Revista Diario
El fin de semana pasado estuvimos en el pueblo y mi hijo disfrutó un montón en la huerta de mi padre. De allí se trajo unas calabazas para llevarlas al cole y enseñárselas a sus amigos. Ayer le preguntamos a la profesora que si podíamos llevarlas y como nos dijo que si pues esta mañana hemos ido al cole con ellas. Es el primer día que ha entrado sin llorar, iba todo emocionado enseñando sus calabazas a todo el mundo y ni se ha inmutado cuando me he ido.
Cuando he ido a recogerle por la tarde estaba muy apagado y lloroso, me han comentado las profesoras que estaba muy cansando y la verdad es que se le veía al pobre en la carita. El cansancio es el caldo de cultivo ideal para que se coja una rabieta. Cuando íbamos hacia el coche se me ha ocurrido preguntar (si es que a veces estoy más guapa calladita) si le habían gustado a sus amigos las calabazas. En que hora, se ha puesto a llorar como un loco porque quería sus calabazas, no había forma de calmarle. Y la rabieta cada vez iba a más. Así que nos veis a los dos en la puerta del cole, él en plena rabieta de las gordas y yo sin saber que hacer. Le abrazaba y se calmaba y parecía que iba a entrar en razón pero en cuanto íbamos otra vez hacia el coche otra vez a llorar por sus calabazas. Como habrá sido la cosa que al final una de las profes me ha sacado las calabazas para que se las trajera a casa.
Creo que hemos entrado de lleno en la época de rabietas y que a partir de ahora solo me queda tener mucha paciencia.