Revista Cine
Director: Aki Kaurismäki
Ya era hora de volver a ver esta película -tercera vez y no me canso, compañeros terrícolas- para así poder comentarla en este blog, pues es casi una maldita obligación considerando que es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. No sé si la mejor de Kaurismäki, no podría decirlo, ya que aún a estas alturas de la vida todavía no logro completar su filmografía; pero sin duda que "Calamari Union" está entre sus puntos altos -y eso que Kaurismäki ha hecho grandísimas películas- a pesar de ser, creo yo, de las menos conocidas. Gran cine, gran humor y gran cosmovisión se pueden encontrar en esta película, y no deben dejar pasar la oportunidad de ponerse al dia con ella. Un auténtico consejo de parte de este humilde sujeto que soy yo.
Alrededor de catorce o dieciseis sujetos llamados Frank, que conforman una sociedad que me imagino tiene como nombre el título de la película, se dan cuenta de que el lugar de la ciudad en el que viven ya no es apropiado para ellos, pues la amabilidad se ha perdido por completo. Dedicen, entonces, sentar raíces en otro lado de la ciudad, por lo que comienzan un viaje que no estará exento de líos y muchas situaciones que nos alegrarán la jornada. ¿Alguien dijo que la ciudad era amable con sus ciudadanos?
¿Pero qué tan complejo puede ser ir de un lado de la ciudad a otro? El viaje entre distritos debe ser pan comido, pero la verdad de las cosas es que el entorno citadino está lejos de ser el paraíso prometido, y moverse entre sus recovecos no debe ser tomado a la ligera. Nada más recuerden aquella genial cinta de Walter Hill titulada "The Warriors" -otra que debería estar sí o sí comentada por acá- en la que la pandilla homónima, luego de ser culpada de un asesinato que no cometieron, tienen que huir de hordas de peligrosos pandilleros, entre ellos los icónicos "Baseball furies", por toda New York, desde el Bronx hasta Coney Island. Los Franks, residentes de Helsinki, viajan desde el Kallio que los expulsa hasta la Eira que promete tratarlos con dignidad y comodidad. Sin duda, un salto al vacío -aunque la distancia que separa ambos lugares no es tan grande tampoco-.
Lo importante, sin embargo, no es la distancia recorrida sino la experiencia misma, pues Kaurismäki explora y reflexiona en torno a un tema que le interesa particularmente y que se puede notar a lo largo de sus filmes -en todos los que de él he visto y me imagino, como buen autor que es él, también en los otros que debo visionar-: la ciudad como elemento repelente, como cuna de los males que asolan a personajes dulces y desafortunados, como una repugnante máquina que no tiembla en sacrificar pequeñas piezas con tal de seguir funcionando. Los Franks en cuestión se mueven por las entrañas de una ciudad que es también el espejo de una sociedad construida a base de valores morales superficiales y plásticos, patéticos y esclavizadores. Mientras los Franks se mueven desvergonzadamente por las calles también somos testigos de los otros humanos, aquellos que trabajan, visten trajes elegantes, se maquillan y hacen todo lo que la sociedad les ordena: ser consumidores. No es de extrañar que estos Franks no se puedan quedar en el mismo lugar, pues así como ellos desprecian a la ciudad y lo que simboliza, ésta les devuelve dicho desprecio con la misma moneda: es una relación de odio mutuo. La ciudad no puede vivir con aquellos desgraciados elementos que amenazan el orden establecido, asi que utiliza todas las artimañas posibles, a través de instituciones y tentaciones, para desbaratar a este entrañable grupo de desadaptados. Es una lucha descarnada, eso es lo que es. Kaurismäki no deja títere con cabeza y repasa todo aquello que le desagrada, no con la brutalidad dramática de "La chica de la fábrica de cerillas" o "Shadows in Paradise" sino con un desbocado sentido del humor; por que tengan esto claro: estamos ante una negrísima comedia negra -sin duda, aderezada con el pesimismo inherente del finlandés, en esta ocasión menos piadoso que nunca-.
Pero qué pequeño es el mundo en que vivimos, o al menos, dentro de su vasta extensión, muy dado a las coincidencias. En el documental del brasileño Eduardo Coutinho -asesinado por su hijo, nada menos que el mismo día en que oíamos la triste muerte del gran Philip Seymour Hoffman- titulado "Do comeco ao fim", en la que él mismo visitaba una comunidad brasileña habitada por una numerosa familia que llegó al lugar hace generaciones, podemos ver a una mujer ya anciana cuyo nombre no recuerdo, que dio a luz a nada más y nada menos que dieciocho hijos, a los cuales llamó, sin excepción alguna, Francisco. Dieciocho Franciscos en la familia; me imagino lo caóticos y divertidos que debieron ser los almuerzos familiares -"Francisco, pásame la ensalada", y ¡zas!, dieciocho brazos extendidos-. La señora, muy religiosa, llamó a cada uno de sus hijos Francisco en respeto a San Francisco de Asís. Aki Kaurismäki, menos religioso sin duda, padre de estos dieciseis Franks, se inspiró en Frank Armoton, personaje principal de una novela que me parece se titula, justamente, "Frank Armoton". Es interesante el mundo en que vivimos, pues dudo que Kaurismäki haya tenido la oportunidad de conocer el caso de esa señora, y sin embargo las similitudes son elocuentes y muy divertidas. Pero la madre brasileña tenía inspiraciones claras de lo que es la rectitud moral, naturalmente muy distintas de las de Kaurismäki, cuyos Franks son, francamente, a pesar de lo entrañables y simpáticos, seres apáticos y despreciables... para la sociedad, claro; yo no tendría problemas en convertirme en un Frank -a mucha honra, de hecho-. Porque estos Franks son, mejor dicho, representan todo lo que Kaurismäki piensa que, en el fondo, deben ser las personas: libres.
Así es, personas libres, no atadas a los convencionalismos sociales del trabajo asalariado y otros asuntos que no vale la pena mencionar aquí. Ni siquiera Kaurismäki los menciona explícitamente... No necesita hacerlo, pues tan sólo con sus personajes le basta para ser tan claro como el agua en lo que quiere decir y transmitir. Nada más échenle un ojo a las distintas maneras en que los Franks van pereciendo a lo largo de este alocado viaje que inician -oh, lo que acabo de decir no es ningún spoiler ni sorpresa, ya que desde el mismo inicio se puede notar lo que estoy señalando-: el primero de todos es también uno de los más claros y elocuentes: antes de partir, un Frank recibe una llamada y atiende; su esposa -sí, un Frank casado, o si no, al menos dominado por su novia- le pregunta si hizo las compras, a lo que él responde positivamente, respuesta que es devuelta con la orden de que vuelva a casa, a la cual el pobre Frank intenta débilmente replicar diciendo que saldrá con sus amigos, pero finalmente termina cediendo y se va a casa con su esposa. Ahí lo tienen, el primer caído, primera presa de la sociedad, primer sujeto dominado con cadenas: es un juguete. O eres un Frank o eres un juguete de la sociedad. Así de simple y así de lapidario. No es de extrañar que uno de los Franks sea despreciado por los demás: por no ser un verdadero Frank, por seguir atado a los valores que los otros ya desgarraron de su ser. Y vamos, que mirar la conducta de estos sujetos es francamente desopilante -el descaro que poseen es admirable-. Todos los demás Franks, que claramente constituyen una figura simbólica, comienzan a perecer de maneras literales o igual de simbólicas, e incluso a veces de las maneras más indignas posibles. Así es la vida del solitario incivilizado que se rige por sus propias reglas, que no paga el café o la torta que come, que no paga por la entrada al cine, que no paga por el traje o por los cigarros o por el alcohól que se adueña, que no pide la cuenta y que no devuelve los préstamos del banco.
Para ser más dramático, o es la vida de un Frank o la muerte, la libertad o la coherción social. Y la verdad, o mejor dicho la pregunta que vale la pena hacer, es: ¿Se puede ser libre en la ciudad, símbolo de la civilización?
Quiero pasar a otro tema no sin antes referirme brevemente y de nuevo a los Frank, para que vean lo poco "humanos" y civilizados que son: ante la muerte de cualquier otro Frank, ellos no tienen mayor reacción que un gris y lánguido "oh, vaya" u "oh, maldita sea". Se ve cariño y respeto, claro que sí, pero en general tampoco hay espacio para los sentimentalismos baratos, pues ya saben la verdad: la muerte siempre acecha si eliges la vida de un Frank.
Ahora sí, en temas más formales, el sentido del humor absurdo y desvergonzadamente inverosímil y sinsentido del que hace uso Kaurismäki no puede ser más ideal para la película: ¿no es absurdo el circo en que vivimos? No podía dejar de reir mientras veía Franks durmiendo en una cabina telefónica o en una alcantarilla o en un árbol o paseando por la ciudad en el capó de un auto -en movimiento-. "Calamari Union" es una oda a lo delirante e hilarante, y no puede ser mejor de esta manera. Súmenle a ello el exquisito gusto del finlandés para elegir excelentes piezas musicales, una sensibilidad estética de lujo -la sobriedad de medios a veces parece ser una inyección a la delicia visual- y un guión simple pero poderoso, que habla por sí mismo y que no necesita vanos discursos baratos, pues Kaurismäki habla a través de la imagen audiovisual... y de qué manera. No quiero caer en descripciones, sólo los invito a ver la manera en que este hombre hace cine -el final es crudo y estupendo, en este sentido-.
Quiero agregar un pequeño apunte: a pesar de ese sentimiento de repulsión que Kaurismäki tiene hacia la ciudad, en este caso habían secuencias en que esa relación lucía más de amor/odio que sólo odio. No lo sé, todos tenemos derecho a la ambigüedad, ¿no? Lo importante es que Kaurismäki nunca se ha fallado ni traicionado, y las opiniones siempre pueden ir variando con los años -y bueno, tal parece que los años han hecho que el finlandés le tome más tirria a la ciudad, tal como lo indican sus películas posteriores, mucho más desoladoras-.
En fin, "Calamari Union" es un clásico instantáneo e inolvidable. No se lo podrán quitar de la cabeza, y mucho menos esta secuencia que les voy a dejar ahora -nada de spoilers, temerosos-, que siempre me ha parecido un fiel y perfecto antecedente de lo que luego serían los "Leningrad Cowboys", protagonistas de dos películas -ambas de Kaurismäki, desde luego- de tanto éxito en Finlandia que la agrupación trascendió la pantalla y dio el salto a los escenarios, lanzando un par de discos. Nada mal, ¿eh? Un incuestionable legado el que tenemos acá.
Disfruten
Los chicos malos vienen a romper todos tus juguetesLos chicos malos viene a romper tu nariz de plásticoLas chicas lloran cuando los chicos malos las molestan muchoSi le dices a tu madre, te tomo en cualquier momento
Porque soy malo, malo, un chico muy malo y no seré tu juguete [x2]
Está haciendo calor así que quítate la ropaSi vienes conmigo no te molesto másSi le dices a tu madre, te tomo en cualquier momentoMétete en la cama, bajo las sábanas con tu oso de peluche
Porque soy malo, malo, un chico muy malo y no seré tu juguete [x4]
Chicos malosCh- ch-ch-ch-chicos malos [x2]
Los chicos maloshacen el amora la hora que quierenLos chicos malosodian cada vezque tienen una oportunidad
Porque soy malo, malo, un chico malo y no seré tu juguete [x4]
¿Puede quedar más claro ahora?
Capturas malas