Roberto Calasso.
La Folie Baudelaire.
Traducción de Edgardo Dobry.
Anagrama. Barcelona, 2011.
M. Baudelaire ha encontrado la manera de construirse, en el extremo de una lengua de tierra considerada inhabitable y más allá de los confines del romanticismo conocido, un quiosco raro, muy decorado, muy atormentado, pero coqueto y misterioso, donde se lee a Edgar Poe, donde se recitan sonetos exquisitos, donde nos embriagamos con hachís para después reflexionar sobre ello, donde se toma opio y mil drogas abominables en tazas de porcelana muy fina. Este quiosco peculiar, hecho de marquetería, de una originalidad ajustada y compleja, que desde hace un tiempo atrae las miradas hacia la punta extrema de la Kamchatka romántica, yo lo denomino la folie Baudelaire.
De ese texto de Sainte-Beuve, el crítico literario más influyente del XIX y uno de los más reticentes con Baudelaire, al que quiso ocultar tras su silencio aquel segregador de veneno, toma Roberto Calasso el título y la trama de La Folie Baudelaire, que acaba de publicar Anagrama con traducción de Edgardo Dobry.
Para quien está rodeado y como atormentado por la desolación y el agotamiento -afirma Calasso- es difícil encontrar algo mejor que una página de Baudelaire. Prosa, poesía, poemillas en prosa, cartas, fragmentos: todo sirve. Pero, si es posible, prosa. Y, dentro de la prosa, aquella sobre los pintores.
Y de pintura y literatura hablan las densas páginas de este nuevo libro de Calasso, tan lúcido y tan meticuloso como de costumbre. Un Calasso que deambula mirando aquí y allá como un flâneur por los salones y las calles, por los ambientes culturales o canallas del París de Las flores del mal y del Impresionismo. Porque este es un libro tan ligado a la mirada plástica que uno de sus aspectos más llamativos son las cincuenta y dos ilustraciones con cuadros y daguerrotipos que iluminan el texto.
La Folie Baudelaire traza un mapa cultural, artístico y vital del París de la segunda mitad del XIX, pero es también un descenso al subsuelo de aquel mundo, una bajada a los infiernos en la que Calasso se convierte en nuestro Virgilio particular, en un guía que orienta al lector y le lleva de la mano en aquel complejo laberinto en el que se cruzaron pintores y escritores geniales que engendraron la modernidad estética.
Uno de esos padres reconocidos de lo moderno es Baudelaire, quizá el que captó con más lucidez el carácter radicalmente subversivo de la irracionalidad y de lo onírico.
Una ola invasiva, un tsunami cultural, como explica Calasso:
Existe una ola Baudelaire que lo atraviesa todo. Tiene su origen antes de él y se propaga más allá de todo obstáculo. Entre los picos y las caídas de esa ola se reconocen Chateubriand, Stendhal, Ingres, Delacroix, Sainte-Beuve, Nietzsche, Flaubert, Manet, Degas, Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé, Laforgue, Proust y otros, como si fueran investidos por esa ola y, por momentos, sumergidos. O como si fuesen ellos quienes chocaran con la ola. Arranques que se cruzan, divergen, se bifurcan. Remolinos, vórtices repentinos. Después sigue la corriente. La ola continúa su viaje, dirigida siempre hacia el «fondo de lo desconocido», de donde provenía.
Sobre el telón de fondo del clima psicológico y el ambiente social de aquel París, se perfila la imagen de Baudelaire como crítico de arte, de la pintura explicada desde la literatura, en una sincronía que conecta las dos artes: Simbolismo e Impresionismo, poetas, novelistas y pintores vinculados en un completo y complejo panorama en que se conjugan la mirada, la palabra y el pensamiento en unas páginas que se aproximan mucho a lo que pudo ser aquel tráfago creativo, aquel París que Calasso define brillantemente como un caos dentro de un marco.
El centro de este libro, su eje decisivo, es un sueño de Baudelaire, el sueño del burdel-museo, un cuento sorprendente, el más audaz del siglo XIX, más moderno que los de Poe, más áspero y abrupto, según Calasso, que reproduce la transcripción febril que hizo el poeta recién despierto.
Pero además de ese centro de gravedad, La Folie Baudelaire es una incursión en la labor de Baudelaire, más que como teórico de la modernidad, como analista de la esencia de lo moderno en el arte. Y en ese sentido, algunas de las páginas fundamentales de este libro son las que se centran en Constantin Guys, un artista al que dedicó El pintor de la vida moderna, el ensayo más bello e iluminador –explica Calasso-sobre un artista de todo el siglo XIX.
Santos Domínguez