La calidad en nuestro trabajo se plasma en todo lo que hacemos. En ordenar nuestras tareas, de modo que no se nos olvide ninguna; en acabarlas bien, de modo que no haya que repetirlas; en ser rigurosos y aspirar a la excelencia, al error cero, porque ello nos permitirá trabajar con los mejores. Parece obvio, parece fácil, pero qué raro es. Convivo continuamente con el trabajo mal hecho, inacabado, incompleto.
Me encuentro con ello cuando se presenta una propuesta de cambio de modelo de gestión a un cliente, cuando se trabaja en el cierre contable de una empresa que se está auditando, o cuando reviso el original de un documento en Word que me pasa un colaborador.
Todo ello ¿a qué conduce? A una baja productividad, porque hay que hacer las cosas más de una vez, en vez de hacerla una sola vez y bien hecha. A que los demás deban completar tu trabajo. A que des una mala imagen de tus capacidades, que te devalúa.
Animo a mis lectores a pensar en ello, y a aplicarse en la excelencia de lo que hacen cada día. Poco a poco. Alcanzar la excelencia es sobre todo una actitud, antes y por encima de ser una aptitud.