En un sistema donde el valor supremo es la productividad el ser humano se mide por su capacidad de acumulación y consumo, reduciéndolo a una pieza más del engranaje de la mega-máquina de la que no puede tomar el control, su fuerza de trabajo es meramente cuantitativa y la calidad del mismo queda cercenada por su alienación y fragmentación producto de la especialización.La reproducción del trabajo asalariado incide en la mercancía fabricada por el obrero y en su forma enajenada de consumo, lo que transforma la mercancía en una mercancía de un valor cada vez más pésimo debido a la producción que fomenta constantemente el sistema de dominación para el que trabaja.