Revista Cultura y Ocio

Calla, canalla – @GraceKlimt

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Hoy, el día amenazaba lluvia.

Así que salí de casa, vestida con las ojeras de los lunes, con las ganas de vivir aún remoloneando enredadas en las sábanas de invierno, y el paraguas colgando de mi antebrazo.
Es curioso como, aunque al final la amenaza no llegó a cumplirse, en mi interior chispeó sin parar, en un goteo constante muy parecido a la gota fría, que terminó en diluvio irremediable.
Y es que siempre acabamos afectando y siendo afectados por el clima, por el exterior, por los demás.
Somos una suerte de camaleones de asfalto, o algo así, muy poético, muy triste.

El primer nubarrón apareció al tomar el desvío de la autovía. Su voz invadió mi mente sin aviso ni cita previa ni llamada a la puerta ni permiso ni disculpa ni por favor, “¿te acuerdas el día en que en este tramo de carretera metió su mano bajo tu falda, y pisaste el acelerador a fondo?“, y joder, malditas nubes.

Hace ya tantos años de nuestro primer encuentro, que los recuerdos vienen a mí en forma de fotogramas de película muda. Nos habíamos visto miles de veces, esas cosas de las capitales de provincias, en las que a fuerza de ver cada día las mismas caras, al final acabamos siendo todos una pequeña gran familia, aunque ni siquiera nos saludemos.
Así que cuando, en mi primer día en la nueva empresa, puse un anuncio en el tablón para compartir coche, y compañía, me alegré cuando quien acudió a mi llamada fue él.
Somos extraños, los humanos, agarrándonos a una cara conocida como un náufrago a una tabla a la deriva.

Tronó al sintonizar la radio en la oficina. La emisora arrancó con Muse a todo trapo, y su voz se sumó a la música, “mira, vuestra canción, la de podemos con todo, la de somos invencibles“, y el trueno atravesó mi pecho en una trayectoria perfecta que acertó de lleno en el alma.

Cuando nos conocimos, yo tenía 23 años, una agenda verde oliva llena de sueños, y el mundo en mis manos.
Él pasaba a recogerme por casa, con la sonrisa colgando de la comisura de los labios, y una corbata que le hacía el hombre más interesante del mundo.
Me enamoré como la niña que era, pero la culpa fue suya, por ser tan guapo, por ser tan inteligente, por ser tan jodidamente perfecto para mí.
No miento si digo que aquellos tiempos, fueron los más felices de mi vida.

Sopló fuerte el viento del norte al salir de la reunión, y su voz no me dio tregua, “cuántas veces os encerrasteis en los despachos y olvidasteis la hora, las agendas, y el mundo entero“, y el viento me despeinó por fuera, y se me instaló dentro.

Parece que fue ayer, aunque ha pasado mucho tiempo, cuando decidió presentarse al ascenso. Él siempre fue el valiente y yo la cobarde, así que una temporada coordinando la nueva planta en México le pareció una aventura, y a mí una locura horrible.
Me besó en el aeropuerto, en 6 meses nos vemos, morena, fueron sus últimas palabras.
Y de pronto un día, la noticia del tiroteo entre los cárteles de la droga del lugar, los extranjeros que corrían asustados, él que no tuvo tiempo de escapar.

Mientras volvía a casa, aún con las ojeras de los lunes como ropa, pensando en esas putas ganas de vivir que finalmente no se habían decidido a desenredarse de las sábanas, y con el paraguas aburrido colgado de mi antebrazo, su voz volvió a asaltarme, más clara, nítida, y brutal que nunca, “mañana sería vuestro aniversario, espero que no hayas olvidado comprarle flores“, y desató la tormenta, a la vez que un grito callado me desgarraba por dentro, suplicando:
Calla, corazón, que no soporto tanta ausencia, calla, canalla“.

Y es que sí, hoy, el día amenazaba lluvia.

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