Esta calle de Madrid debe su nombre a un antiguo pozo milagroso que allí se encontraba en el siglo XVIII. El mismo tenía un agua amarga que tornó en dulce y potable, e incluso milagrosa, tras el arrojo de dos espinas de la corona de Cristo en su interior.
Las espinas fueron arrojadas por unos soldados, que acompañaban al archiduque Carlos en la Guerra de Sucesión, tras saquear el Convento de la Victoria y quedarse con las joyas que guardaban los monjes en el mismo.
Años más tarde, al sacar agua del pozo en un recipiente, aparecieron las dos espinas y el agua volvió a ser amarga.