El tiempo de los pasajes ha concluido.
Les era propio ser pasadizos, lugares de tránsito, pasajes a través de la vida burguesa, que vivía de lo que allí afluía y a la vez estaba por encima de ello. Todo lo que quedaba marginado de la vida burguesa, sea porque no era suficientemente capaz de representarla, sea porque iba en contra de la concepción oficial del mundo, se instalaba en los pasajes. Alojaban tanto lo excluido como lo incluido, es decir, la suma de aquellas cosas que no valían para decorar la fachada. Aquí, en los pasajes, estos objetos pasajeros obtenían una especie de permiso de residencia; como los gitanos, que tienen prohibido acampar en la ciudad, y sólo pueden hacerlo en las carreteras rurales. Se transitaba junto a ellos del mismo modo, subrepticiamente, en las sombras, entre calle y calle.*En la senda de sus coetáneos Walter Benjamin y Franz Hessel, Siegfried Kracauer (Frankfurt, 1889 – Nueva York, 1966) cultivó una literatura ligada a la noción de flâneur, o paseante que vaga sin rumbo por la ciudad, atento al bullicio de las calles, una figura que encuentra sus raíces en la poesía de Charles Baudelaire y que sobresalió en el periodo de entreguerras en las metrópolis del centro de Europa. Este espléndido libro, Calles de Berlín y de otras ciudades, recopila artículos que el autor publicó entre los años veinte y treinta. Estos textos de naturaleza descriptiva profundizan en diferentes espacios y personas, desde la mirada del intelectual que plasma sus impresiones (y he elegido esta palabra, impresiones, a conciencia) al caminar. Muchos artículos tienen como escenario Berlín o París, aunque también evoca lugares como Positano, Marsella o Niza. Además de recrear los pasajes, el escritor presta atención a los locales y sus gentes; sin ir más lejos, escribe sobre unos acróbatas, sobre un vendedor de periódicos y hasta de objetos como una máquina de escribir. No importa tanto el qué como la agudeza del cronista, capaz de hacer del detalle un texto sugerente.Antes de dedicarse a la escritura, Kracauer había cursado estudios de arquitectura, una preparación que sin duda moldeó su rica concepción del urbanismo. Trabajó asimismo como crítico de cine desde los años veinte, una profesión que implica el análisis de la representación audiovisual, de la imagen, del encuadre. Estas experiencias permiten entender hasta cierto punto cómo se robusteció su capacidad de observación, cómo entrenó el ojo para percibir las rendijas de su entorno con una perspicacia muy superior a la del viandante común. En sus artículos evoca las calles, los locales y las personas con un estilo impecable, de una elegancia sin parangón. Como observador curioso, domina la habilidad de fijarse en lo minúsculo; mantiene en plena forma la facultad de asombrarse ante aquello que la mayoría pasa por alto. Pone al lector exactamente en esos lugares, por muy lejanos que queden en el tiempo. Escribe algo parecido a una fotografía narrada: nada de opinión o análisis; solo el paseo, un paseo reflexivo y calmo que se erige en testimonio de su tiempo. Tal vez una forma de periodismo perdida.
Siegfried Kracauer
Fiel a los principios del flâneur, a saber, el arte de perderse, de entender la ciudad como un espacio fluido donde las corrientes dominantes se mezclan con los márgenes, donde tiene cabida lo inesperado, Kracauer manifiesta un interés particular por las zonas de sombra, todo aquello que encarna la «diferencia», el riesgo, la vulnerabilidad. Destaca, por ejemplo, su retrato de las colas en la oficina del paro, como consecuencia de la crisis económica. Aunque no tenga la vocación de una denuncia social –de hecho, en su momento se le reprochó no haber abordado el ascenso del nazismo–, se aprecia su preocupación en los detalles, no vive en la burbuja del académico de salón: «Es difícil encontrar trabajo. Y aunque lo encontrase, la gente necesitaría de apoyo durante un cierto tiempo, hasta que hubiese vuelto a acostumbrarse a una vida digna de un ser humano» (p. 96). Kracauer, en fin, es un prosista estimulante, un exponente ineludible de este tipo de literatura. Sus páginas rezuman sensibilidad, erudición y meticulosidad. No importa el qué, sino el cómo. Y no importa el tiempo que haya pasado, porque el arte (y sin duda estos artículos tienen mucho de arte) no caduca. Quien quiera leer a un gran autor, aquí lo encontrará.*Cita de la página 35.