Revista Cine

Calor humano

Publicado el 02 febrero 2011 por José Angel Barrueco
En épocas turbulentas para el ánimo uno necesita de vez en cuando su ración de calor. El ser humano da más calor que los radiadores: porque los radiadores calientan por fuera pero no por dentro, como sí hacen algunas personas. Ese calor me ha llegado en el momento en el que más lo necesito, durante mis tres días deambulando por Zamora, a la que Mario Crespo y yo volvimos para presentar un libro junto a dos paisanos, David Refoyo y José Mª Alejandro (“Choche”), y un asturiano llegado de Gijón, David González. Esta vez no tenía excusa para quedarme en casa, pues entre otras cosas quise hacer de cicerone para David y su chica en su primera visita a mi tierra. Quedaron encantados con la ciudad, como siempre quedan quienes nos visitan. En nuestras vueltas por ahí, regresé a sitios muy queridos por mí. Por ejemplo, la emisora de Radio Zamora, donde nos entrevistó Marichu García. O las librerías Semuret y Miguel Núñez, que antaño eran mis sitios favoritos para comprar libros y charlar con sus dueños, quienes son auténticas muestras de una estirpe en extinción, es decir, el librero que sabe de lo que le hablas y ama y conoce su oficio; y con ellos charló David un rato sobre la literatura y los malos tiempos que ésta vive. O bares como el Bayadoliz, el Caballero, el Kalima o, por supuesto, el Ávalon Café, donde Álvaro de Paz volvió a ser una vez más el perfecto anfitrión.
Comimos, en el Trefacio, un delicioso arroz a la zamorana y caminamos por la ciudad, al menos por los rincones más típicos. Les mostré con orgullo el Merlú de Antonio Pedrero, las iglesias donde se celebraron algunos eventos de suma importancia en mi vida, los cuadros y bocetos de mi madre, el perfil de La Catedral, el río reflejando las luces en la noche, los dos puentes entrevistos de lejos, la calle Balborraz, la fachada del instituto donde estudié, Santa Clara y San Torcuato, la Plaza de Viriato, la anodina calle que le dedicaron a Claudio Rodríguez, el aspecto exterior de la Biblioteca Pública y el de la Editorial Lucina, los huecos donde estuvieron algunos de los cines y teatros de antaño, algunas de las casas en las que viví… Para mí todo eso supuso un ejercicio de memoria reconstituyente, como si tuviera que repasar mi biografía en el plazo de unas pocas horas. Me quedé con ganas de enseñarles más garitos, de pasear por más barrios, de mostrarles los muros donde se exhibe el graffiti de la ciudad (David es un apasionado de este arte callejero), de entrar en algunos de los edificios emblemáticos. Pero todos estos trotes, amén de la promoción literaria, que siempre agota, nos obligaban de vez en cuando a irnos a descansar.
Luego, el sábado por la noche, recogimos todo el calor de golpe durante el acto en el Ávalon, y también después de las lecturas, cuando los focos se apagaron y la rutina nocturna siguió su curso habitual. El calor humano, esencial e indispensable. El calor de los hermanos, de las novias, de los familiares, de los amigos, de los conocidos, de los lectores, de los curiosos. Durante ese fin de semana me he encontrado con mucha gente con la que hacía demasiado tiempo que no me topaba. Y me ha servido de terapia. Me ha venido bien para el alma y para el corazón. Porque, en Zamora, si nadie me lo impide procuro caminar por las calles menos transitadas para que mis paseos sean más solitarios. Uno de los escritores que leyó sus poemas en la noche del sábado ha escrito en su blog que esto simplemente acaba de comenzar. También tengo esa misma sensación. Esto es el principio de algo, sin duda.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla

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