Recuerdo hace poco más de doce meses, plantearme el último post de 2012. En ese caso, todo quedó claro cuando recibí un wasapp de África contándome que su pequeñín adoptado se había enganchado a la teta como un campeón. Este año también lo tenía claro, y no para el último post del 2013, quizás porque no me apetecía cerrar historias, sino comenzarlas... Y que mejor manera de comenzar el 2014 que hablar del inicio de todas las lactancias, el calostro.
El calostro es ese líquido semitransparente y amarillento que los pechos comienzan a segregar casi al pasar el ecuador del embarazo. En mis anteriores embarazos casi ni me di cuenta de que estaba ahí (y eso que Darío siguió tomando teta durante el embarazo de Diana) y, sin embargo, en este sí que ha hecho acto de presencia y de manera bien visible... Tanto que la peque parece haber cogido con más ganas su ración de tetita nocturna para dormir.
Aparte de decir que es oro líquido, que es la primera vacuna, que tiene grandes cantidades de anticuerpos y células buenas (todos lugares comunes y archiconocidos), me gustaría ahondar un poco en la preocupación de muchas madres de si será suficiente... porque quizás es otro lugar común el hecho de que el calostro es "escaso".
Cuando hablamos del tema en el grupo de lactancia, siempre me gusta recordar el hecho de que todos los mamíferos producen calostro y este, por tanto, ha de tener una función biológica muy importante. Por tanto si el calostro se ha mantenido evolutivamente, y se ha mantenido evolutivamente escaso, será por algo, no porque las mujeres estemos mal diseñadas y tengamos que suplir los defectos de fábrica de nuestras tetas durante los primeros días posparto.
El calostro es poco, es escaso, es un bien muy preciado... Pero es que el tamaño del estómago del bebé también lo es al nacer, con lo cual es idóneo que el calostro se produzca en poca cantidad. El tamaño del estómago de un recién nacido es el de una canica, por lo que no tendría demasiado sentido que el pecho de la madre produjera cantidades mucho más grades de calostro.
Por otro lado, y según la conocida como "teoría de los receptores", durante los primeros días del posparto se establece el número de receptores de prolactina en las glándulas mamarias de la madre. Cuanto más a menudo amamante el bebé, más receptores de prolactina se formarán y mejor y más afinada será la respuesta de los pechos de la madre ante la demanda del bebé y ante la presencia de la hormona prolactina... Así que un calostro escaso que asegure un número frecuente de tomas a lo largo del día, no deja de ser también una ventaja evolutiva.
El calostro, por tanto, permite que el cuerpo de la madre se "sintonice" con la demanda y las necesidades nutricionales de su bebé y, sin duda, debería contribuir a que la mente consciente de esa misma madre se sintonizara con las necesidades de su hijo. Un número frecuente de tomas durante los primeros días, tomas eficientes y placenteras para ambos, debería ser el cimiento de cualquier lactancia de éxito. El problema es que hoy en día el momento del calostro se junta con el posparto inmediato en hospitales con madres agobiadas y desempoderadas, donde cualquiera opina sobre la lactancia y sus propiedades nutricionales (aunque nunca haya dado el pecho), donde las visitas invitan a todo menos a conectar con el bebé, donde muchas madres no cuentan con la intimidad y tranquilidad adecuada para vivir el momento del enganche como un momento de comunicación con su bebé, donde los pequeños son "colocados" bruscamente por enfermeras o auxiliares con prisas...
Entonces, el calostro, como el posparto, debería mimarse y cuidarse. Debería ser un momento de intimidad, preciado por la madre, acompañado por el padre y familiares cercanos, un momento de disfrute y de conexión con el bebé, un alimento que acompañe al pequeño ser humano en su transición hacia la vida extrauterina. Un momento y un alimento para saborear y paladear, en pequeñas dosis pero frecuentemente, forjando un vínculo imborrable entre la madre y su cría y continuando con la relación de nutrición corporal y emocional que la madre inició en su útero en el momento de la unión entre espermatozoide y óvulo.