Revista En Femenino

¿Cambiar o aceptar la realidad?

Por Familia De 3 Hijos @familiade3hijos

Puede que tras este post tengamos que cambiar el nombre de nuestro blog. "Familia de 3 hijos busca mundo diferente para vivir". Así se ha llamado todos estos años. Y así de removidos estamos tras el aprendizaje que os compartimos esta semana.

En 2012 entendimos que "buscar un mundo diferente para vivir" era la misión de este blog cuando iniciamos su viaje. Aunar complicidades entorno al inconformismo. Buscar compañeros de viaje entre quienes no están cómodos con este mundo y su deriva distópica. Y han sido muchas, muchísimas, las personas maravillosas con las que hemos compartido camino. Personas en búsqueda. Gente buena que no se siente a gusto con muchos de los paradigmas de esta Humanidad. Pero tras todos estos años, hemos llegado a un punto que nos obliga a detenernos y hacernos una pregunta crucial: ¿De verdad hay que buscar un mundo diferente para vivir? ¿De verdad se trata de impulsar algo distinto a lo que hay?

¿Cambiar o aceptar la realidad?

CDD20 en Pixabay

Si pensamos en un referente del crecimiento espiritual y de la apuesta por un mundo diferente para vivir, probablemente el nombre de Gandhi sea uno de los primeros que a todos nos venga a la cabeza. Instauró métodos de lucha social como la huelga de hambre, rechazó la lucha armada y apostó por la áhimsa (no violencia) como medio para resistir frente al dominio británico, llegando incluso a la desobediencia civil impulsado por su conciencia. Pero ni su camino ni su final suenan ciertamente muy "peliculeros". Nunca llegó a recibir el Premio Nobel de la Paz. Y vivió la cara y la cruz de su sueño por un mundo diferente.

Los miles de millones de personas de esta planeta, de manera más o menos consciente, nos pasamos la vida pensando y haciendo cosas para dar respuesta a la pregunta existencial por excelencia. Una de tres palabras: ¿CÓMO SER FELIZ?. Tres palabras, cinco sílabas, que nos traen de cabeza a toda la Humanidad. Especialmente en nuestra interacción con la realidad y con lo que sucede a nuestro alrededor. Pero de las tres formas que hay de actuar frente a esa realidad que nos rodea (rebelarnos, resignarnos o aceptarla), tan sólo esta última nos puede ayudar a ser felices, porque es la única que nos hace crecer en el nivel de consciencia. 

¿Buscar un mundo diferente aspirando a cambiar el mundo es lo que de verdad nos hace felices? En mi caso particular, desde muy joven tuve un anhelo por el "hacer, hacer y hacer", más que por el "ser". Ahora me doy cuenta que mi reacción ante la realidad que me rodeaba era de rebeldía, y tenía que ver con la culpa, la responsabilidad, y una batalla moral interna del bien contra el mal. Inconscientemente, sin duda, había en mi un sentimiento de carencia y de hiperrresponsabilidad tras la muerte de mi padre teniendo yo cuatro años. Y ello me llevaba a interiorizar que, quizás, yo no era suficiente y que debía hacerme digno a través de mi conducta y de mis acciones. Luchar por un mundo mejor empezó a formar parte mi "yo ideal", que parecía distanciarse de mi "yo verdadero". Pero con el tiempo, a pesar de los logros, me di cuenta de que, por mucha fuerza de voluntad que pusiera, era complicado conseguir una transformación profunda, fuera en lo interno o en lo externo. Y a eso se unía que, cuanto más me esforzaba por combatir algo o por intentar alcanzar el ideal o la meta que me había propuesto, más me acababa llenando de ego, de confusión y de impotencia. Los logros externos (que los hubo) no calmaban ese anhelo interno. Y para colmo, visualizaba como mi máxima aspiración una lápida en mi tumba que loara mi coherencia personal, como epitafio de que había vivido y actuado conforme a mi filosofía, mis principios o mi ideal. Qué absurda veo hoy esa lápida imaginaria. Porque esa coherencia, vista hoy en la distancia y con más experiencia, creo hoy que debe ser la voluntad de ver las cosas tal y como son en "mi aquí" y en "mi ahora", y asumirlas con coraje y honestidad. Así, el objetivo no es ser más perfecto, sino ser más real, asumiendo tanto las luces como las sombras, sin máscaras, con autenticidad. Por eso, no hace tanto, hace sólo unos pocos años, empecé a aceptar lo que era, en lugar de tratar de ser lo que no era. Y empecé a descansar y a relajarme en ese cierto fracaso de mi activismo en el "hacer", confiando en que todo acabaría teniendo sentido para mí. Lo expresa muy bien El Cantar de Ashtavakra: “El necio no alcanza la paz porque lucha por alcanzarla". Menudo necio fui durante años, desde luego.

¿Cambiar o aceptar la realidad?Incluso gente de mucho más nivel consciencial, como Gandhi, probablemente vivieron procesos similares. Así, él experimentó la cara de su búsqueda de un mundo diferente, cuando en 1947, el virrey anunció que después de 200 años de gobierno británico, India alcanzaba la independencia. Pero la cruz de esa búsqueda la padeció cuando constató que no sería como él se lo había imaginado: una  India unida para todos los indios, con los mismos derechos, fueran hindúes, musulmanes o sijs. Sino que sería un país partido en dos: la India hindú y Pakistán musulmán. Y con ello se produjo una de las migraciones forzadas más grandes y sangrientas de la historia, con un millón de muertos. Quién sabe si Gandhi llegó a aceptar ese proceso, que quizás incluso influyó en su muerte, asesinado el 30 de enero de 1947 por un nacionalista hindú. Quién sabe si incluso a alguien como Gandhi se le resistió quizás aceptar lo que aquel dolor traía para la escuela de almas que es la Humanidad. 

Evidentemente, tras tantos años de activismo, nos sigue doliendo "horrores" la injusticia, la desigualdad y la pobreza de este mundo. Y sin duda, es bueno que a tanta gente nos siga doliendo, y que sigamos habitando en la búsqueda y en la perplejidad. El problema es qué hacemos después con ese dolor. Porque quizás habremos superado la insensibilidad de quienes se sienten ajenos o indiferentes. Pero puede que tampoco sea la solución caer en el activismo o en el voluntarismo, y en un "hacer" motivado por nuestra sensibilidad, si resulta desenfrenado y nos acaba contagiando de la misma energía que intentábamos combatir. Porque en muchas ocasiones, juzgamos la realidad añadiéndole nuestra emocionalidad o nuestra sensibilidad, en lugar de simplemente valorar la realidad según sus frutos, sin cargarla con la mochila de nuestras emociones, sentimientos y creencias. Quizás la clave sea la metasensibilidad, que nos equilibra frente a ese dolor del mundo, y nos mantiene en la armonía necesaria para poder actuar y ser eficaces y de servicio, sin caer en el sufrimiento al que nos arrastra el exceso de sensibilidad. El dolor es inevitable, sea físico, mental o emocional, o sea por las injusticias, por la pobreza, por la desigualdad o por las desgracias. Pero el sufrimiento sí puede evitarse y gestionarse. Porque sufrimos cuando mentalmente no aceptamos ese dolor y nos enganchamos a él. Depende, pues, de nuestra respuesta a ese dolor, si sufrimos o no. A Gandhi le dolió la ruptura de la India. Lo que nunca sabremos es si ese dolor se convirtió en sufrimiento para él. Nisargadatta Maharaj no lo pudo expresar mejor: “Entre las orillas del dolor y el placer fluye el río de la vida. Sólo cuando la mente se niega a fluir con la vida y se queda atascada en las orillas, se vuelve un problema. Cuando digo fluir con la vida me refiero a la aceptación. Dejar que venga lo que venga y que se vaya lo que se vaya. No desees, no temas, observa lo real, como y cuando suceda, porque tú no eres lo que sucede, eres a quien le sucede”.

¿Cambiar o aceptar la realidad?

CDD20 en Pixabay

Probablemente la clave sea a qué nos lleva lo de "buscar un mundo diferente para vivir". Sea en lo grande o en lo pequeño. Afecte esa realidad a Ucrania, a Palestina, al familiar que falleció repentinamente o al amigo o la mascota que han enfermado irremediablemente. Porque si implica que, como esa realidad no me gusta, necesita ser cambiada, y que hay que luchar contra lo malo o lo que no me gusta de esa realidad, seguramente acabaremos enfrascados en las cosas de este mundo, o arrastrados por la tristeza, la ira o la desesperanza. Por el contrario, nos estaremos adentrando en un territorio nuevo, quizás profundamente espiritual, si lo que implica es remar a favor de una nueva realidad, aceptando que lo que hay es perfecto para el crecimiento de nuestras almas, siendo conscientes de que no es que estamos en un mundo injusto sino en el mejor de los mundos posibles para nuestra evolución espiritual. Y de este modo, podemos llegar a entender que el mal, la injusticia o la desigualdad no existen, sino que son sólo la ausencia de bien, de justicia o de igualdad. Tampoco existe el frío: sólo la ausencia de calor. Y bajo ese nuevo paradigma, para que cambie lo de fuera, es imprescindible que cambie antes lo de dentro, lo nuestro. Por ello, no sólo es importante, es urgente poner el foco en nuestro crecimiento interior como estrategia y como camino para ese nuevo mundo al que aspiramos, y que es ya la principal misión de millones de personas. Quizás por eso Gandhi se retiró a meditar en soledad cuando todos festejaban un nuevo país, viendo la ruptura y el dolor que se avecinaban. Y quizás por eso, cuando hay cosas que no nos gustan de este mundo, cuando sentimos con fuerza que vivimos en una pura distopía, la vía no sea ni resignarse ni rebelarse y luchar contra la realidad o contra esas estructuras que nos generan rechazo, como obstáculos para ese nuevo mundo que ya visualizamos, sino trabajarse el interior, aceptando y entendiendo que esos obstáculos son precisamente el camino para ese nuevo mundo. Lo colectivo siempre comienza por uno mismo. Y desde ahí, sí que cobra pleno sentido lo de "ser el cambio que queremos ver en el mundo". Porque la intención es necesaria, pero no suficiente. El fruto debe ser la armonía y la compasión. Y si estamos desequilibrados, exhaustos y enfrentados, sea por la causa feminista, por la causa anticorrupción, por la ruptura de la India o por aquel ser amado que enfermó o falleció, algo no va bien en ese impulso de un mundo diferente para vivir. Nos cegará el ansia por resolver problemas usando las herramientas de la mente y de la acción. Pero quizás olvidaremos que no se trata de "resolver" problemas, sino de "disolver" problemas, haciéndonos uno con ellos, conviviendo serena y alegremente con dichos problemas. Dando luz a esa oscuridad. Dando calor a ese frío. Aceptando las cosas como son, en lugar de tratar de adaptarlas a nuestra visión de lo que debería ser. Y ello porque sólo el amor que nace de la aceptación puede cambiar el mundo. 

¿Cambiar o aceptar la realidad?

CDD20 en Pixabay

Pero evidentemente, y como dice Cavallé, aceptar no es aprobar. Convivencia con los problemas no significa connivencia con los problemas. Toca vivir "el aquí y el ahora" aceptando ese dolor, esa injusticia, esa desigualdad, o esa distopía, pero viviendo la realidad desde el alma, desde el centro operativo del espíritu, en lugar de desde el centro operativo del cuerpo, la mente o los sentimientos. Ante una injusticia o una desgracia puedo asumir que ha sido así, que la condición humana es así, e incluso que puede ser inevitable que esas cosas sucedan. Pero puede no gustarme. Y por supuesto puedo preferir otra cosa distinta a lo que estoy aceptando. Incluso puedo llegar a condenar lo que estoy presenciando. Y de igual modo, aceptar no significa resignarse. Nuestro sentido del bien, de la verdad, de la justicia, y de la belleza nos impulsan a modificar lo que sea preciso. Pero esta disposición activa es compatible con aceptar que aquí y ahora es lo que es. La aceptación nos da más lucidez y serenidad para ser mucho más eficaces, porque de hecho, la fuente de transformación más genuina es la rendición. Y llegados a ella, ya no seremos nosotros los que determinemos el curso de los acontecimientos. La aceptación es un acto de potencia y de señorío sobre los acontecimientos, porque nos permite "experienciar" la realidad sin necesidad de ser reactivos, que es una forma de eludir nuestra emoción y de proyectar hacia afuera la causa de nuestra agresividad, no responsabilizándonos de ella, y convirtiendo nuestras preferencias (que son totalmente legítimas) en exigencias. De este modo, lo que nos impide aceptar, a fin de cuentas, es la mente diciendo: "esto no debería ser así". Y eso se debe a que tenemos la falsa creencia de que el dolor se puede evitar alejándonos de él. Pero en realidad no nos dañan los sentimientos que calificamos de negativos. Lo que nos daña y lo que nos causa sufrimiento mental es la resistencia a sentir.

Si ese "buscar un mundo diferente para vivir" nos sigue generando sufrimiento, no es que nuestros martillos no sean fuertes, es que no apuntamos a los clavos adecuados. Y quizás toque apuntar menos hacia fuera y más hacia dentro. Sólo asumiendo nuestra debilidad, conocemos nuestra verdadera fortaleza. Y sólo aceptando nuestra tristeza nos volvemos personas más felices. De lo contrario, igual que cuando nos miramos al espejo y nos vemos despeinados, podríamos caer en la absurda tentación de intentar peinar la imagen reflejada en el espejo, en la contemplación que hacemos de la realidad puede que caigamos en el error de intentar arreglar lo de fuera, lo externo, que no es sino un mero reflejo de nosotros. Y habrá quien se pregunte: ¿pero cómo voy a descansar en "mi aquí" y en "mi ahora" si mi situación personal es un auténtico desastre? Pues así es. Así y con esos pelos.

PD: A raíz de todo lo que hoy os compartimos, hemos creído necesario cambiar el nombre del blog, modificando, como veréis, el subtítulo del mismo.

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