La victoria de François Hollande en las elecciones de Francia parece un cambio de rumbo en Europa que abre las puertas de nuevo a la hundida socialdemocracia, pero eso es un espejismo idiota porque lo que ha ocurrido en Francia no es un cambio de tendencia sino un episodio más del inmenso placer que experimentan los ciudadanos al derribar a los gobiernos que les han arrebatado la prosperidad y la esperanza. Derribar gobiernos fracasados y hacer morder el polvo de la derrota a los políticos ineptos es y será el gran deporte de los pueblos libres en buena parte de este siglo.
Los que digan que en Europa se está produciendo un cambio de rumbo están seriamente equivocados. Lo que se está produciendo en Europa es la "caza del político en el poder", el "deporte" preferido por una ciudadanía decepcionada ante el fracaso de sus líderes, profundamente enfadada con la clase política y cada día más distanciada de todo lo que signifique poder público, al que acusa de no haber sabido solucionar los problemas, como era el deber del liderazgo. Derribar gobiernos es la reacción natural y libre de los ciudadanos cuando se sienten marginados del poder, maltratados y sometidos a castas que poco o nada tienen de democráticas y decentes.
Los socialistas españoles, humillados por la derrota y con la conciencia sucia por los estragos causados en la sociedad española por Zapatero y su equipo, estaban dispuestos a sufrir un duro calvario en la oposición, pero se sienten eufóricos ante el triunfo de Hollande, que interpretan como el principio del retorno de la socialdemocracia a España y a otros países.
La socialdemocracia está en profundo declive y lo seguirá estando porque las razones de su hundimiento son más profundas y trascendentes que la simple gestión de la crisis. La socialdemocracia se ha alejado de sus valores originales, ha abandonado al ciudadano para abrazar el poder y se ha distanciado, de manera temeraria y bastarda, de la misma democracia, errores dramáticos que la invalidan como ideología útil para el siglo XXI, que será "el siglo de los ciudadanos", como reacción indignada de las masas ante los desmanes y fracasos del siglo XX, que fue el siglo de los estados.
Al mismo tiempo que triunfaba en Francia, donde más que una victoria de Hollande se ha producido una rara y poco comprensible derrota de Sarkozy, víctima de la crisis y de su sumisión ante Alemania, la socialdemocracia era vapuleada en Grecia por unos ciudadanos que culpan al socialista PASOK de la mayoría de sus problemas.
Es evidente que cualquier gobierno que no haya sido capaz de restaurar la riqueza perdida, de domesticar la crisis y de mejorar las duras condiciones de vida de la sociedad será arrasado en las urnas por su pueblo, deseoso de venganza y de castigo, al menos mientras subsista el derecho ciudadano a elegir a sus dirigentes.
El mérito de Hollande ha sido oponerse a las medidas de austeridad decretadas por la UE y proponer una combinación de prudencia en el gasto y política de crecimiento, una receta que convence más a los ciudadanos que el ahorro drástico y los recortes brutales.
La socialdemocracia europea se estaba preparando para una durísima travesía del desierto, después de sus derrotas en Portugal, España y otros países, hasta quedar reducida a cinco países de los 27 que integran la Unión en la actualidad. En sus mejores tiempos, llegó a gobernar en 11 países, cuando Europa sólo contaba con 15 miembros. Debería seguir preparándose para los tiempos duros, que ya han llegado, y será imbécil si cree que la victoria de Hollande es una resurrección.
Pronto los franceses se darán cuenta que Hollande, al igual que Sarkozy, es un muñeco de trapo manejado por la derive terrible de la Historia, otro líder con escaso margen e incapaz de plantar cara a la crisis terrible que está arrebatando la prosperidad a los europeos y trasladándola, de manera irremediable, a otros espacios emergentes del planeta. Pronto descubrirán los franceses que el Estado de Bienestar es irrecuperable, mientras no se encuentre una nueva vía hacia la riqueza. La actual vía ya no beneficia a los países ricos, que han cometido el error de atiborrarse de privilegios y de estructuras muy costosas y pesadas, sino a los países con hambre de riqueza, dispuestos a sacrificarse con un trabajo que los europeos llaman "esclavo", pero que a ellos les permite conquistar cada día nuevas cuotas de prosperidad y avance.
Mientras que Europa no recupere su prosperidad, seguirán derrumbandose la riqueza, las conquistas, los privilegios, los servicios sofisticados, el empleo masivo y el estatus lujoso de una clase política abrumada por sus fracasos, que ya no merecerá ni el reconocimiento ni el respeto de sus administrados.
Dicen que la derrota de Sarkozy debilita también la posición hegemónica de Angela Merkel en Europa, pero los que dicen eso ignoran que la dirigente alemana caerá en las próximas elecciones, derrotada por su propio pueblo, víctima de la crisis que asola al mundo próspero, lo mismo que le ha ocurrido a Sarkozy, a Sócrates, a Papandreu y a Zapatero, quizás el peor y más inepto de todos ellos.
El hundimiento de los imperios y la pérdida de la prosperidad son traumas muy fuertes que siempre convulsionan a la sociedad y que tienen, lógicamente, efectos devastadores sobre el liderazgo. De lo que se trata en Europa es de perder la riqueza y los privilegios de manera ordenada, sin caer en el caos que se instauró tras la caída del Imperio Romano, aprovechando la caída para recuperar los valores, la decencia y la fuerza que nos han arrebatado los estúpidos y corruptos líderes que han dilapidado nuestra prosperidad y riqueza en las últimas décadas.
Revista Opinión
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