Mucho estamos oyendo y leyendo acerca de que nos debemos acostumbrar a los cambios que se están produciendo y que vienen. Pero no dicen, cláramente, cuáles van a ser ni cuanto van a durar. Supongo que tienen que ver con el confinamiento, con el descubrimiento de los nuevos medios de comunicación, ahora sí de comunicación, y con esta vida más introspectiva que nos está tocando llevar.
Si levantamos la vista del asunto que nos preocupa y ocupa, el maldito coronavirus, y repasamos los avisos mundiales que llevamos algunas décadas recibiendo, quizás empecemos a atisbar por dónde pueden ir los cambios.
No es nuevo el comentario, y para muchos sentimiento, de que las cosas no podían seguir así. El consumo frenético, el gasto supérfluo, el culto a lo social, la reverencia a lo externo y la búsqueda de la aprobación del prójimo, nos dirigían. Esta vida que hemos llevado orientada hacia el reconocimiento, la competición, el alarde, en la que se sustituye la necesidad primaria por otra superior, formada por supuestos valores, ahora a todas luces innecesarios, nos enredaba en la maraña consumista.
El progreso, el estado de bienestar, la sociedad moderna, estaba basada en estos pseudovalores. Ahora vemos al rey sin el traje. Y nos hablan de cambios. De que nos vayamos acostumbrando.
Me vienen a la cabeza las palabras de mi madre, que siempre nos decía a los hermanos, que a su generación le había tocado vivir un cambio de vida a mejor, que de cómo vivían ellos y sus padres a cómo vivía ella con sus hijos había mucha diferencia; y que a nosotros nos iba a tocar ir para atrás. Y lo estamos viendo en las siguientes generaciones, en las que el acceso al trabajo y a la vivienda, como lo tuvimos nosotros, ha cambiado sustancialmente,
Y aquí estamos. Un agente externo, desconocido, microscópico, nos ha puesto en nuestro sitio. Y no debía andar muy desencaminada nuestra madre, porque ya en la primera semana de confinamiento, y creo que quedan varias todavía, tiembla el misterio.
Y, retomando el tema de los avisos, no nos olvidemos del cambio climático. Pensemos en veranos con temperaturas insoportables, en ausencia de primaveras y otoños, en inviernos cálidos, en la falta de agua, de vegetación, en alteraciones geográficas, en fenómenos meteorológicos agresivos, en definitiva en cambios radicales de las condiciones de vida como la hemos conocido.
Quizás estemos ante otro de nuestros movimientos pendulares, algo que nos caracteriza, y pasemos de todos fuera a todos dentro, para descubrir, como siempre, que en el centro está la virtud, y que ni antes teníamos que sostener nuestra vida en los aspectos sociales de ella, ni el confinamiento continuado es la forma de vida ideal. Pero un poco menos de cada una de ellas nos pondría en una situación un poco más cercana a lo conveniente.
Pensemos, pensemos y disfrutemos de las ideas, de las palabras, de la comunicación. Añoremos lo que antes era excesivo, y disfrutemos de lo que antes extrañábamos. Bienvenida soledad, bienvenido yo.