Hoy me he presentado en mi centro de salud a pedir hora.
-Para cuando la quieres
-Para el día 31 de Agosto.
-No sé si te va a poder ver ese día.
-Pues sí que me va a poder ver, porque vendré a las ocho y media de la mañana, me sentaré y no me moveré del sitio hasta que no vea a mi médico.
Digo con toda la determinación que mi estado de ánimo me permite. La chica de la centralita me mira y sonríe de manera condescendiente.
-Bueno, voy a ver si te puedo hacer un hueco. Además no sé para qué me molesto en mirar, si en cuanto te vea, te meterá en la lista en último lugar y te verá.
-Es definitivo ¿verdad?
-Sí
-No, si ya lo sé.
Salgo con mi papel de la cita a paso lento. Camino hasta el coche con esa sensación de fatalidad que se tiene cuando hay que enfrentar a lo irremediable.
Dicen que cuando uno está a punto de morir, la vida pasa delante de nuestros ojos a gran velocidad. Pues sí, yo puedo dar fe de ello porque estuve una vez a punto de ahogarme y así ocurrió. De hecho, a partir de ese momento sé cosas de mi vida, que antes no sabía.
Ahora me está ocurriendo lo mismo. Una serie de imágenes se proyectan en mi mente. Las veo y mi memoria se despierta con sonrisas, largos abrazos, miradas llenas de amor y comprensión y palabras de ánimo que estaban enterradas en el fondo de la normalidad y la rutina.
Hace unos años me hubiera embargado la tristeza, pero a estas alturas es una sensación de tremenda soledad, de indefensión, de abandono.
Noto que está saliendo a flote todo mi egoísmo y no pienso reprimirlo en absoluto. Ya que no hay remedio, por lo menos que disfrute teniendo sus cinco minutos de gloria.
Una de mis Anas Madrinas, concretamente mi médico, se jubila el día 31 de agosto.
A partir de ese día, ya no nos atenderá más la persona que lo ha hecho durante los últimos 23 años. La persona que cuida de nosotros con mimo, que es la segunda madre de la Niña, el único médico al que hace caso el Niño, la única que mira fijamente al Consorte y le pone las pilas, la persona con la cual tengo establecido desde hace años el mismo ritual, que en mi caso es: Llego, me siento, me mira y deja que le diagnostique mis dolencias, que le diga la medicación que tendré que tomar y las pruebas que es conveniente que me mande.
Luego me hace subir a la camilla, y empieza a hacer su trabajo. Me dice lo que tengo, lo que hay que hacer ó no y lo que me tengo que tomar. Yo me dejo hacer y digo a todo que sí.
Antes de irme, si ve que me voy preocupada, me dice que ya reza ella por mí. Es cierto. Ella reza por todas las personas que conoce y parte de las que no conoce. Con ella tengo médico y cielo asegurado.
Si la cosa es seria como algunas veces lo ha sido, yo la tranquilizo y le digo que no se preocupe, que no pienso morirme por ahora. Pero sé que consultará lo que haga falta y con quién haga falta, para saber a qué atenerse. Que no dudará en someterme a cuanta prueba exista para descartar todos los males que los libros y su experiencia le dicen que puedo tener. Porque estudia, sigue estudiando, lleva toda la vida estudiando y haciendo su trabajo de manera magistral.
Desde México, pasando media vida en Philadelphia (USA), hasta desembocar en España por amor, para pasar la otra media como médico de familia en un pueblo de la sierra de Madrid.
Ella sí que sabe lo que es ser parte de un equipo como el del Dr. House, del que se ríe alegremente. Ella que hasta hace pocos años se seguía examinando para poder seguir ejerciendo en Philadelphia, cada siete años concretamente. Y cada vez que lo contaba aquí en España, la miraban como si fuera un marciano.
Así, hasta el 31 de agosto. A partir de ese momento, dejará de ser médico en activo, para convertirse en honorable jubilada. Perderé a mi médico. Al único en el que confío.
Si algún día me dijera que tengo que tirarme ó tirar a alguno de los míos de un puente, se lo preguntaría tres veces pero lo haría sin pensarlo. Tal es mi confianza en ella y la gente que conoce mi currículum con la medicina, sabe lo que eso significa.
Si, ya sé que llegará otro y que tendré que acostumbrarme y seguro que me acostumbraré. No me quedará otra, pero hoy siento que algo muy importante en mi vida va a cambiar. Siento un nudo en la garganta. Algo imprescindible en mi ecosistema se ha modificado.
Sin embargo mi amiga, podrá dedicarle todo el tiempo a su adorado marido, a su hija aquí en España y a sus hijos en los USA, a sus hermanos y sobrinos en México. Podrá ir y venir como ella ha deseado siempre y yo me alegro infinito.
La veré, tomaremos café, hablaremos con calma, saldremos a cenar y sé que el calor de su afecto seguirá estando ahí.
Pero cada vez se me hace más difícil que mi vida se altere en sus aspectos básicos. ¡Con lo que me han gustado siempre los cambios!
Empiezo a entender la intransigencia de los ancianos.