Clodovaldo Hernández
El Presidente ha cambiado de nuevo a varios ministros, en esta ocasión porque los funcionarios salientes se van a postular como precandidatos a la Asamblea Nacional. Es una buena oportunidad para analizar algunas de las razones por las que ha sido tan difícil llevar a la realidad la consigna “eficiencia o nada”. Son muchos los factores, pero veamos solo algunos relacionados con los movimientos habituales en los altos cargos del gobierno.Especialistas: ¿para qué? El presidente Nicolás Maduro ha mostrado una tendencia a designar a no especialistas en los ministerios y en otros altos cargos. Es una actitud coherente con el pensar revolucionario, pues bien se sabe que eso de las disciplinas fue un invento positivista, y que la superfragmentación del conocimiento es una maniobra orquestada en la posmodernidad para que la gente sepa mucho de algún aspecto específico, pero nunca entienda el contexto.
Especulando sobre otras causas de esa tendencia, Maduro seguramente se guía por su propia experiencia, pues bien se sabe que sin haber pisado nunca una escuela de Estudios Internacionales llegó a ocupar el Ministerio de Relaciones Exteriores, y no el de cualquier gobierno, sino el de Hugo Chávez, para quien la política exterior era un bastión fundamental. Maduro -dicho sea de paso- ha hecho rabiar a los Excelentísimos Embajadores-Sin-Embajada (los EE-sin-E) porque objetivamente hablando, tuvo muchos más logros como canciller que varios de los doctores y patiquines políglotas que estuvieron antes.
Está claro que el jefe de Estado tiene razones para que no le tiemble la mano a la hora de poner -por mencionar dos ejemplos- a una ingeniera hidráulica en el Ministerio de Comunicación e Información o a un abogado sin experiencia docente en el Ministerio de Educación.
Cuando el ministro o la ministra no es especialista, el peso de la gestión recae, quiéranlo o no, en los viceministros y directores. Se configuran así las típicas situaciones de “el que sabe, sabe y el que no, es el jefe”, cuadros harto incómodos -tanto para el que sabe como para el jefe-, como bien puede certificarlo cualquiera que haya vivido una experiencia así. ¿A usted no le ha pasado?
Algunos no especialistas tienen la humildad y la inteligencia para hacerse rodear de expertos y tomar muy en cuenta sus opiniones. Otros, por desconfianza o por arrogancia, se llevan a sus amigos, aunque tampoco dominen el tema. Así, la línea de especialización retrocede un nivel más y los que saben quedan aún más subordinados. No es descabellado pensar que la eficiencia también.
Sobrecarga de cargos. Los funcionarios estrella del gobierno rara vez desempeñan un solo cargo. Ni siquiera dos, sino tres o más al mismo tiempo. Y no es que tengan un cargo principal y se ocupen en sus ratos libres de asuntos de menor monta. No. Se trata de funciones que, cada uno por separado, requerirían de gente que se faje al estilo Comandante: 20 horas diarias, siete días por semana.
En algunos casos los trabajos están claramente vinculados, pero en otros hay que estudiar mucha trigonometría para tratar de entender qué tiene que ver uno con el otro, por ejemplo: jefe del Gobierno del Distrito Capital con jefe civil del Estado Mayor para la Batalla Económica. Por muy eficiente y laboriosa que sea una persona (y Ernesto Villegas lo es) resulta muy difícil que pueda encargarse exitosamente de dos asuntos tan disímiles y gruesos al mismo tiempo.
Flor de un día. Un tercer componente de la falta de eficiencia es lo breve que resultan las gestiones de los ministros y otros jerarcas. Seis meses a un año es el promedio, estimado al ojo por ciento. Esto significa que la persona es removida justo cuando comienza a tomarle el paso al trabajo, exactamente en el momento cuando podría entrar en una fase de alto rendimiento. Cualquiera que tenga alguna experiencia laboral sabe que esto funciona así, desde el nivel de obreros y oficinistas hasta el de supergerentes corporativos.
Los cambios precipitados no solo interrumpen el proceso de adaptación de los funcionarios, sino también dejan en suspenso planes que han comenzado a desarrollarse (muchos de ellos promovidos por los que saben, es decir, por viceministros y directores). Esas enormes estructuras burocráticas se paralizan por días, semanas o meses, mientras llega el nuevo ministro y decide si se deja asesorar por los viejos vices o si se trae a su gente de confianza para improvisar en equipo.
En no pocos casos, esas salidas intempestivas no son un despido, sino un enroque, por lo que el funcionario termina yendo a otra responsabilidad, de la que probablemente tampoco sepa gran cosa, y debe comenzar de nuevo desde cero.
En ocasiones, los tres factores enumerados se entremezclan y su efecto resulta ser todavía más pernicioso. Un no especialista sobrecargado tiene una efímera pasantía en un ministerio y es transferido a otro, mientras los viceministros esperan por el próximo “jefe”. ¿Qué puede esperarse de este panorama: eficiencia o nada? Periodista
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