Revista Moda

Camila y los repollos mágicos

Publicado el 18 septiembre 2014 por Amcalde

Screen Shot 2014-09-18 at 14.17.50La dieta había cumplido con todos los milagros prometidos, aunque su hermano tenía la hipótesis de que no era por las propiedades adelgazantes de la nauseabunda sopa de repollo, sino porque su consumo contante era la anulación de toda posibilidad de éxito social; el olor que dejaba en la cocina era el abrebocas de lo que Hugo se imaginaba que debía oler su hermana al hablarle de cerca.

Camila nunca pensó en eso más allá de reírse de los comentarios sobre los ingredientes de la sopa mágica, eso, e ir al baño a chequear su aliento cada tanto, la verdad no olía mal, pero lo cierto es que los últimos días no había recibido ni una sola invitación a comer o tomar algún café en casa de amigas o conocidos, ella muy optimista lo asoció con solidaridad a su causa estilizadora y no a las ideas de su hermano, lo importante era haber logrado el cometido, estar doblemente hermosa pero con mucho menos peso.

Todo estaba listo para sus vacaciones y era un acontecimiento familiar, en el que todo el mundo tenía que ver, sus hermanas, ya casadas, la llamaban todos los días a verificar que no le faltara nada al ajuar de viaje, de pronto al regresar, Camila sería como ellas, una señora casada, lejos de ese novio que ahora tenía y nadie quería.

Un viaje de quince días llevaba una preparación de meses, por lo que Camila tenía en una pequeña libreta todas las recomendaciones, enumeradas y al frente el nombre de quien las había dado; en otra hoja tenía una lista de encargos que se iban acumulando a medida que pasaban los días y a cada timbrazo del teléfono era un amigo con una solicitud diferente; luego, estaba una lista con todos los datos que tenía que dar en inmigración, y cada vez que lo veía reía imaginándose a si misma diciendo Jaramilo, quitando la segunda ele (L) de su nombre solo para que la entendieran mejor. La parte final de los apuntes de la libreta consistía en una combinación de actividades fechadas y al frente en paréntesis la descripción del atuendo que debía llevar para ese día:
• 12de abril: Visita a la universidad de Tato (Falda plisada verde esmeralda, camisa blanca, zapatos de atadura dorados) Nota: No olvidar las gafas de sol y brillo con protección solar.
• 13 de abril: Tour por la ciudad (Jeans, camisa rosada, balerinas blancas)
Nota: Llevar bolso grande para los regalos.
14 de abril: Cena en casa de amigos de Tato (Vestido negro) Ah, para eso siempre vestido negro.
• 15 de abril: Viaje en carro a Washington (Pantalón azul oscuro, camisa de flores rosas, suéter lila y balerinas beige)
• 16 de abril: Visita museos (Jeans, camiseta roja, cárdigan azul y balerinas azules.
• 17 de abril: Regreso a Boston, no hay planes (Pantalón azul oscuro, sueter gris, zapatos de atadura dorados) Nota: No ensuciar el pantalón en el viaje de ida.
• 18 de abril: Día D (Vestido hermoso)

Todavía había días en blanco, pero allí también tenía muy claro qué ponerse, quizás las notas no fueran muy claras para los demás pero era suficiente ilustración para su autora. Ella era una mujer metódica, había construido todo un guardarropa de viaje entre las múltiples idas a la modista y las visitas a algunas tiendas a la salida del trabajo, todo pensado en las nuevas tallas y medidas, el resultado de la perseverancia y la sopa mágica.

Un día antes del viaje fue a la peluquería para los últimos retoques. Pelo a los hombros había escuchado decir al peluquero, pero se río, su melena llena de crespos nunca había permitido que se le domara con un lugar como ese para reposar prudente y desapercibida, pero era perfecta, era un marco que no dejaba pasar desapercibido a sus ojos grandes y labios carnosos de sonrisa permanente. El peluquero descubrió lo que podía hacer y dejó el pelo en su libertad pero más fácil de manejar, eso fue lo que dijo al despedirse.

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Al día siguiente llegó al Aeropuerto Internacional Logan de Boston, su primo Ósacr Ricardo, todos le decían Tato, la esperaba recostado a la vidriera de salida. Todo iba de acuerdo al plan y fueron felices desde el segundo en que se abrazaron; él tenía mil planes que no estaban en la libreta, pero todos sonaban encantadores y al salir del lugar, con las maletas en la mano y la adrenalina recorriéndoles el cuerpo de la emoción contenida de tanto tiempo sin verse, él sacó una cámara del maletín y le tomo una foto a su prima.
– Hay que documentar los milagros de la sopa del repollo, qué tal que un día nos hagamos ricos con esa cochinada.

Se rieron y la tarde se convirtió en una sesión de ponerse al día, con historias represadas en la distancia, y como niños se sentaron en el piso de la sala de estar, comiendo sanduches de albóndigas; Tato, dijo varias veces que esa era comida obligada en el lugar y que era hora de despedirse de esa sopa inmunda de las que todos se habían quejado por semanas en la casa. Camila fue libre y entre paquetes de papas, pizza congelada y las burbujas de la famosa cherry cola, se desabotonó el primer botón de la falda que traía puesta.

Todo era perfecto, Tato tenía muchos amigos y todos querían hacer algo todos los días para atender esa prima tan bella y divertida, había días que solo se veían tarde en la noche, él tenía que seguir trabajando en su exposición y asistiendo a clases en la universidad, mientras sus amigos la “adoptaban” para ir de compras allí, a comer allá, a presentarle otros amigos o lugares, Camila se olvidó hasta de los regalos y las listas, pero único que permaneció inamovible fue el vestido hermoso que la esperaba para el día de la inauguración de la exposición del trabajo fotográfico de su primo anfitrión.

Así entre caminatas, paquetes de papas y cervezas llegó el día marcado en la libreta, la sorprendió dormida en el sofá cama de la sala mientras su primo entraba como un histérico en busca de una corbata para esa noche.
– Entre tu libreta de cosas que no hemos hecho no tendrás allí la corbata que nunca compramos.

Camila se reincorporó y estalló de la risa al ver a su primo con la camisa arrugada como una obra de origami, mal abotonada después de intentar ponérsela mil veces poco convencido de lo que estaba haciendo. Movió los paquetes de frituras y chocolatinas del piso y encontró el “bolso grande para los regalos”, de allí sacó un paquete que contenía la famosa corbata.
– Si la compré- Dijo mientras se acercaba al histérico interlocutor – Pero ahora debes planchar esa camisa nuevamente, pareces una manualidad de kinder.
– Yo no plancho, eso qué tiene de artístico.
– Lo mismo que tiene de mágico las corbatas que nunca se compran, pásamela y yo lo hago.
– Esta bien, pero mírate al espejo, tanto escandalo y orden en tus libretas para terminar como las sobras de un caballo mueco. Haz algo por ti ya mismo o no te llevo.
– Primero camisa, luego Camila, yo respondo por mi solita.

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Camila dejó la camisa impecable colgada de mango de la puerta del cuarto de su primo y entró al baño, tomo una ducha que la terminó de despertar pensando en el mito de que se podía “torcer” por bañarse luego de planchar, en su casa decían que uno no podía hacer ese tipo de cosas acalorado, pero era demasiado tarde y no podía darse el lujo de “torcerse” así que dejó a un lado las especulaciones y fue a vestirse.

Ahí estaba, perfecto y paciente como el verdadero amor, colgado sin una arruga, un vestido de magas cortas, entallado en la cintura, que se abría en una falda en A terminando en las rodillas, era negro con pequeños lunares blancos, la ensoñación del momento y el estampado que había invadido todas las revistas del mundo, Camila lo pudo comprobar, porque no solo lo había visto en casa, caminando por la ciudad había visto muchos quioscos empapelados en sus estantes con las páginas de los expertos de moda del mundo y algunas mujeres, las más sofisticadas, que había visto allí usaban tanto el estampado en diferentes estilos como el corte del vestido.

Con las medias puestas, los pies en los tacones rojos, también nuevos y exclusivos para la ocasión (por un momento pensó que podían lastimarle los pies, era una mala idea estrenar zapatos para evento importantes, debió “domarlos un poco en casa), maquillada y con su melena revuelta se metió dentro del vestido y al subir el cierre que estaba a un costado del torso escucho un rugido agónico que la hizo tirarse al piso y llamar llorando a su primo Tato.

-¿Qué pasó?, ahora ¿qué país bombardearon? Él la vio tirada en el piso y supo que el milagro de los repollos había llegado a su fecha de caducidad, hizo un chiste sobre Juanito y los guisantes mágicos que Camila no entendió bien y salió corriendo al cuarto del lado.

Volvió con aguja e hilo en mano, la tomó por la cintura haciendo presión en el abdomen y le dijo:
– Si tienes algún gas por ahí, es el momento de sacarlo, debemos saber con que espacio contamos para hacer el milagro, eso si, esto es peor que con el hada madrina, podemos regresar a la hora que sea, pero ni agua Camila, allá le van a ofrecer comida y usted solo va a sonreír y a pasar hambre, haga de cuenta que está haciendo una penitencia de esas que hace mi mamá por esta época del año.
– ¿Quieres que me pee?
– De ser necesario, la belleza es una cosa de sacrificios.

Camila, lloraba con los ojos muy abiertos para no irse a dañar el maquillaje, pero sonrió y asintió a todo lo que escuchaba, todo parecía irreal.
– No puede ser que no planches pero sepas coser, eso qué tiene de artístico.
– Cómo así, todo, me tenés como los sastres esos de Litlle Italy en New York.
– No conozco New York, no se que es eso de Litlle Italy y mucho menos voy a saber que tienen sastres.
– Si los sastres italianos, boba.
– Bueno y eso qué tiene de arte.
– Todo, ellos son los de los gánsters de New York, los primeros inmigrantes italianos llegaron a este país para importar aceite de oliva y hacer de sastres, solo que en el camino diversificaron el negocio, para hacerte la historia corta muchos seguían teniendo de fachada la sastrería, así que son como yo, unas veces remendando y otras veces disparando.
– ¿Eres un gánster?
– No estúpida, soy fotógrafo, yo disparo con mi cámara y la magia es que todos se vuelven inmortales. Si ves, tanto repollo te ha alejado de la posibilidad de entender mi humor y mi arte.

 

Ilustraciones: Elisa Manjarrés


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