Voy a contarles sobre los rincones que encontré al despedirme de Cerro Colorado. Rincones, recovecos, recodos donde me llené de historias, donde me latió fuerte el corazón, donde me encontré contando y cantando. Pero antes permítanme una intro necesaria (porque no tengo otro lado dónde ponerla). Días previos a salir de viaje una amiga, Grisel, me regaló una bitácora viajera que comencé a usar en Cerro Colorado, aprovechando los días fríos (conozcan su página, Dicha Creativa, tiene cosas hermosas). Ese día arranqué así:
“¿Cómo se comienza una bitácora de viajes? ¿Contando a dónde se va? ¿Dónde se está? ¿De dónde se viene? Estoy en Cerro Colorado. Salí hace una semana de Saldán y algo que estoy extrañando mucho es la cercanía de algo fresco para tomar cuando YO lo quiera. Se nota la falta de heladera… ¿tendré que pagar siempre el frío de las bebidas? En este norte los caminos son largos y calientes así que tengo que averiguar cómo mantener fresca el agua, al menos hasta que tenga botellas térmicas. También tengo que solucionar cuestiones técnicas: ponerle patas a la bici, reemplazar las alforjas delanteras por unas caseras como las que hice para atrás, conseguir el bendito manubrio mariposa, cambiar los frenos, hacer fundas impermeables para la carpa, aislante, valija cuentera, tener un panel solar; adaptar un mini horno, una mini heladera, un equipo de audio, una biblioteca de libros sin peso… basta, a dormir.”
Al día siguiente comenzó a lloviznar. Se puso frío y el cielo prometía una lluvia intensa en breve, así que mudé la carpa a un lugar más resguardado. Ah! La carpa es una maravilla, se porta como una guerrera. Sigue la bitácora:
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