Lo cierto es que hay rincones muy bonitos, a pesar de que tanto cartón piedra con las imágenes de argentinos célebres como Maradona, Gardel, Evita, Mafalda y ahora el Papa Francisco bendiciendo desde cualquier balcón, me pareció de no demasiado buen gusto.
La calle Caminito se encuentra en el barrio de La Boca y originalmente era el curso de un arroyo que desaguaba en el Riachuelo (nombre con el que se conoce la desembocadura del río Matanza-Riachuelo). A mitad del siglo XIX circulaba por allí un tren de carga hacia la Estación de Muelles de la Boca, que transitó hasta 1928 cuando fue abandonada por la compañía ferroviaria. La zona se fue convirtiendo en un basurero hasta que en 1950 un grupo de vecinos decidió limpiar y recuperar el espacio, entre ellos el artista Benito Quinquela Martín, quien tuvo la idea de pintar las casas con la pintura que sobraba de los barcos.
Así lo describía Quinquela Martín:“Un buen día se me ocurrió convertir ese potrero en una calle alegre. Logré que fueran pintadas con colores todas las casas de material o de madera y cinc que lindan por sus fondos con ese estrecho caminito (…) Y el viejo potrero, fue una alegre y hermosa calle, con el nombre de la hermosa canción y en ella se instaló un verdadero Museo de Arte, en el que se pueden admirar las obras de afamados artistas, donadas por sus autores generosamente.”
Así es, bautizaron la calle con el nombre de “Caminito” en honor al célebre tango que compuso Juan de Dios Filiberto (1926) con letra de Gabino Coria Peñaloza (que por cierto, lo había escrito en 1903 en homenaje a un sendero de la localidad de Olta en la provincia argentina de La Rioja).
A lo largo de Caminito podemos ver las réplicas de los conventillos, lo que permite hacernos una idea de cómo vivía aquella población recién llegada a la ciudad a pesar de que hoy sus cuartos no albergan inquilinos sino comercios y galerías de arte.Los conventillos eran casas muy precarias construidas con chapa de zinc y madera y en ocasiones montadas sobre pilones debido a las frecuentes inundaciones.
El nombre es el diminutivo de convento ironizando sobre las numerosas celdas que tenían estos edificios.
Se trataba de viviendas colectivas donde se hacinaban los inmigrantes, la única posibilidad de vivienda para los recién llegados. Alrededor del patio central solía haber una doble fila de habitaciones en la planta baja y en uno o dos pisos superiores, de tal manera que en cada habitación vivía una familia y compartían patio, cocina y baños si los había (normalmente un solo baño para cientos de personas). La norma municipal establecía que los cuartos no podían tener menos de 12m2 y 3.5m de altura y ese minúsculo espacio a veces se subdividía con cortinas o biombos. Los conventillos se conocen también con el nombre de inquilinatos y no eran exclusivos de Argentina sino que también se encuentran en Uruguay y otros países del Cono Sur.A principios de 1880 había en Buenos Aires 1770 conventillos en los que vivían 51.915 personas repartidas en 24.023 habitaciones. Diez años más tarde ya eran 2.249 conventillos para 94.743 inquilinos.Hay que tener en cuenta que de 1890 a 1930 llegaron a Argentina más de tres millones de inmigrantes en busca de trabajo y de un futuro mejor. En 1904 más de 16.000 personas vivían en los 331 conventillos de La Boca.Las condiciones eran pésimas y en 1907 se produjo una huelga de inquilinos, de tal manera que los ocupantes de los conventillos de Buenos Aires, Rosario, La Plata y Bahía Blanca se negaron a pagar los alquileres como protesta a las precarias condiciones y al aumento de precio. El resultado inmediato fue un desalojo por parte de la policía a manguerazos de agua fría, pero tras una larga lucha se consiguió una mejora en las condiciones de vida y una rebaja en los alquileres.
Sin embargo, aquellas fétidas pocilgas insalubres donde las epidemias se reproducían sin contemplaciones, fueron también una fuente de inspiración para la cultura popular. En los patios se reunían los vecinos y eran el centro de chismes, dimes y diretes. Por eso
al chismoso se lo llama conventilleroEl conventillo fue la cuna del tango y los sainetes y la mezcla de idiomas y culturas fue configurando un nuevo actor en la escena bonaerense.Espero que estos dos textos y las fotos os ayuden a imaginar cómo era una parte de la capital porteña del siglo XIX, principios del XX.
“La casa de inquilinato presentaba un cuadro animado, lo mismo en los patios que en los corredores. Confundidas las edades, las nacionalidades, los sexos, constituía una especie de gusanera, donde todos se revolvían saliendo unos, entrando otros, cruzando los más, con esa actividad diversa del conventillo. Húmedos los patios, por allí se desparramaba el sedimento de la población; estrechas las celdas, por sus puertas abiertas se ve el mugriento cuarto, lleno de catres y baúles, sillas desvencijadas, mesas perniquebradas, con espejos enmohecidos, con cuadros almazarronados, con los periódicos de caricaturas pegados a la pared y ese peculiar desorden de la habitación donde duermen seis y es preciso dar buena o mala colocación a todo lo que se tiene”.
Palomas y gavilanes (1886) de Silverio Domínguez
“El sol de domingo despierta a la gente en cada conventillo como cada domingo. ¿O de qué otro modo iba a ser?. En el patio se confunden los aromas del puchero a la española con la tortilla, los tallarines con salsa aguada y el mondongo hervido.Las macetas se lucen presuntuosamente floridas de tanto verde esperanza, blancos, amarillos, rojos, azules y fucsias y la higuera del otro patio, el de tierra que está más atrás, casi escondido del resto de la casa, arroja los higos morados que se descuelgan apresurados en cada vaivén de la modesta hamaca que mece a los niños sin descanso. Así que los que no tienen el turno para hamacarse juntan los frutos que prometen endulzar la boca de los más avezados.El mate de los madrugadores ha quedado a un costado de la cocina a fogón, la pava negra de tanto carbón. Algunos pocos inmigrantes han empezado a incorporar esta costumbre tan extraña de cebar mate y otros todavía miran con desconfianza eso de andar chupando todos de la misma bombilla”.
Un patio de sol y luna. Por Adela del Valle López.