Ayer llegamos a la Costa da Morte (Cabo Roncudo a Cabo Finisterre), recorriendo 150 kms de costa plagada de pueblos preciosos que sueñan mirando al mar, como Jorge Sepúlveda.
La primera parada es en Muros, ciudad amurallada en 1520, declarada Conjunto Histórico en 1970 y descrita como "aldeas de pescadores que conservan los valores ambientales, típico y pintoresco..." Mientras Juantxu, como buen marinero, va hacia el puerto para fijar la vista en las pequeñas embarcaciones amarradas al mismo, yo indago en su casco antiguo, tomando fotos de las viviendas tradicionales de los marineros y su noble arquitectura.
En Carnota pude admirar y fotografiar por todos lados uno de los hórreos más grandes de Galicia, al que por su importancia me referiré en la próxima entrega. Una parada en Corcubión, paso obligado de peregrinos en otro tiempo, y parada y fonda con marisco en Finisterre (finis terrae, el fin de la Tierra).
Estamos al inicio o al final de ese camino negro que siempre contiene una leyenda, aunque si nos atenemos a la investigación, encontraremos numerosos testimonios de naufragios entre los puntos de Camelle y Camariñas, donde se hundieron más de sesenta navíos en cien años. El escritor Rafael Lema Mouzo, nacido en Ponte do Porto, lo recogió en el libro "Catálogo de Naufragios", donde pretendía demostrar que este era el lugar del mundo con el mayor número de ellos, mil cuatrocientos barcos a lo largo de la historia, más de tres mil registrados y documentados en toda Galicia.
También se encuentra aquí el monumento al emigrante, obra del escultor vasco Agustín de la Herrán Matorras, que recuerda a los miles de emigrantes gallegos que se vieron obligados a dejar su tierra.
Llegados a este punto, donde el mar lo abarca todo, y donde tienes la sensación de haber llegado al fin de la tierra, como diría mi amigo Estalayo, amerita entrar en aquel restaurante que mira al puerto y ocuparse del marisco, que aquí lo preparan pa chuparse los dedos. ¡Que espere el fin del mundo!
LA MADEJA | DIARIO PALENTINO-2020