Revista Opinión

Camino a la decisión última

Publicado el 08 abril 2018 por Carlosgu82

Me habían declarado la guerra, mis hermanos no eran y mis primos tampoco; los muertos no declaran guerras. Ellos eran mis tíos, las personas que me criaron desde los doce años. Mis padres habían fallecido años atrás en una protesta contra el gobierno de Mauri. Aquel ser nefasto tuvo el fin que se merecía. Dicen por ahí, que quien subió por el edificio más alto de la ciudad y apretó el gatillo era algún tipo de justiciero. A esta muerte se le sumaron otras. Una vez que apresaron al hombre, su lugar fue ocupado por un grupo de jóvenes anónimos que empezaron a hacer su ley. Enterraron jueces, banqueros, empresarios y funcionarios. Cuando la policía llegaba hasta los cuerpos también encontraban notas pegadas en sus torsos: NARCO, LADRÓN, TRAFICANTE DE ARMAS, ASESINO; no es necesario que siga nombrando, solo piensen en cualquier acto cruel que es capaz de hacer el ser humano y de seguro encontraran aquí un cuerpo para adornarlo.

Siguiendo con los coprófagos, mis tíos, eran los únicos herederos de la fortuna familiar; a parte de mí claro. Según el testamento de mi difundo abuelo, ellos no heredarían nada mientras hubiera otro Front. En pocas palabras, mis queridos y únicos familiares estaban por debajo de mí. Mi abuelo le había advertido: “no te cases con esa gandula o lo lamentarás”.  Y así fue, lo desheredo; pero como la ley es la ley, al no haber otro destinatario para tal riqueza se la darían, por lazos de sangre, al desheredado.

Escapé de cuanta mortífera trampa habían preparado: veneno en la comida (nunca comía nada preparado por mi tía), accidentes en las escaleras y hasta de un desconocido que me seguía a todas partes; creo que era un sicario o para ser optimista, podría ser un hombre, armado, que se había enamorado de mí. Por lo visto, parece que soy un ser inmortal o un chico con mucha suerte; pero, en fin, como no podían matarme empezaron a prohibirme entrar a ciertas habitaciones de la casa: sala de música, salón de juegos, desván, sótano y jardín. Mis movimientos quedaron reducidos a tres espacios: mi habitación, la cocina y el baño. Debería considerarme afortunado al saber que aún puedo comer (mientras todo alimento se encuentre sellado) y hacer aguas menores sin problemas.

Un día, me aventuré a entrar al salón de juegos. Fui descubierto en poco tiempo, mi tío me agarró del brazo y me empujó hacia el interior de mi cuarto, donde me encerró durante dos días. Supe entonces que alguien me vigilaba por ellos, el mayordomo. Se decidió a liberarme cuando uno de los pocos amigos de mis padres vino a socorrerme. La verdad, nunca intenté hablar con él, quise resolver todo por mi cuenta; por lo comencé a planear la muerte de mis tíos. Acaso, ¿era yo un asesino?

Pero, por mi cuenta no podría hacer nada, entonces confabulé con el mayordomo prometiéndole dinero; comencé a tejer el plan que acabaría con aquellos desgraciados. Supe ,por mi nuevo amigo, que uno de ellos no iba a estar por la tarde. Así que esperé impaciente y cuando se dispuso a bajar las escaleras, la empujé. Sin más, la arpía murió. Pero no fue un acto sin preparación, a diferencia de ellos, investigué como tenía que caer para romperse el cuello. Deberían considerarme un buen joven, ello no sufrió en lo más mínimo cuando realmente era merecedora de todo dolor.

Cuando él regresó y vio mi regalo empezó a gritar mi nombre, sabía que el mayordomo no estaba porque era su día libre; pero aquel hombre nunca se fue de la casa, solo fingió marcharse. Mi tío entró a mi cuarto, escuché sus pasos y al no encontrarme fue por cada habitación hasta que llegó a mí, estaba en su escritorio, el cual nunca usa porque aquel cretino no conoce lo que es el trabajo. No me preguntó nada, solo agarró el abrecartas y se dirigió hacia mí. Llegó a herirme y ocasionarme una pequeña pero profunda herida. Seguidamente, desde atrás, el mayordomo le agarró y lo sedo. Después, le colocamos en su cama y le inyectamos una droga. No sé cual fue, pero mi amigo dijo que le mataría y así lo hizo.

Luego de curarme, mi amigo agarró el dinero y se fue; y desde ahí me dirigí hacia un destino incierto. Supe más tarde que nos buscaban, habían dicho que mi querida tía tuvo un accidente y por el dolor, mi tío se suicidó; pera esa, es solo una versión. Hubo gente que nos calificó de asesinos, otros decían que el asesino era el mayordomo y que me había llevado consigo. Ustedes saben cual es la verdad, sin embargo, no creo que sepan que mi amigo está muerto. Cuando le pedí ayuda me dijo unas palabras que jamás olvidaré: ¡Nunca dejes testigos!

Por otro lado, nunca pensé en volver. Ahora era un huérfano más en el mundo: sin padres, sin hermanos y sin tierra; a eso quedé reducido como ser humano, a eso solo, a ser la sombra de quien alguna vez fue un hijo, un hermano y un no tan querido sobrino.


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