Revista Viajes

Camino de salida. La Cueva del Reguerillo

Por Inshalatravel @inshalablog

Tras aquella fantástica historia de las zapatillas azules, vuelve nuestra inshaler TeleBego a contarnos otra de sus aventuras. Esta vez nos deja con el corazón en un puño, relatándonos su experiencia en la Cueva del Reguerillo (en el término municipal de Patones, en Madrid), una cavidad hoy en día cerrada al público pero que encierra un montón de interesantes historias como la que os traemos hoy...

Se arrastraba a gatas hincando rodillas y codos en el lodo y extendiendo los brazos para palpar el suelo antes de cada paso. No quería volver a quedarse medio suspendida en el vacío de una sima como antes. Cada ataque de pánico le duraba más de media hora. Mirar su reloj con luz y contar el tiempo era lo más reconfortante aquella noche. Para tranquilizarse, lo iluminaba y miraba la hora constantemente. Era domingo, tres de septiembre, a las diez y veintitrés minutos cuando había tenido noticias por última vez de Carlos.

Se había empeñado en visitar la Cueva del Reguerillo ese día. "Está llena de rincones maravillosos", decía, "te encantará, es un lugar perfecto para una tarde de domingo". ¿Pero ella por qué hacía caso de todas sus estupideces? La verdad es que había disfrutado hasta que se rompió aquella cuerda y él desapareció al caer en la sima de 'La Claustrofobia'. No estaba segura de si debía creerse que no estaba herido. Había respondido rápido, "estoy bien, el final es curvo y he caído rodando". No podía creérselo del todo, pero era mejor hacerlo. Si hubiera estado muy mal no se habría ido a explorar 'El Laberinto', pero llevaba más de siete horas sin volver a la sima. Eso significaba ya tres ausencias en la cita que cada dos horas se daban en aquel punto, mientras ambos intentaban desde su piso encontrar una salida.

Estaba ronca de cantar toda la noche por si diera la casualidad de que alguien visitara la cueva en domingo como ellos. Sólo sabía que, desde 'Las Piernas de Sofía', las estalagmitas que marcaban el acceso al túnel de 'La Claustrofobia', no quedaba mucho para la salida. Menos de la cuarta parte de todo el trayecto de la cueva, había dicho Carlos. Más o menos un kilómetro. Al ritmo que ella podía reptar por la cueva, palpando a ciegas en la oscuridad para buscar los agujeros que comunicaban unos túneles con otros, podría tardar varias horas. Sin luz, sin planos y sin conocer de nada la cueva, se sentía imbécil por haber aceptado aquella excursión.

Esta era la tercera vez que revisaba palmo a palmo la caliza rugosa de esa pared de la antesala de 'La Claustrofobia'. Tenía que ser esa la pared donde estaba el agujero que conectaba con el camino principal de salida; las otras cuatro ya estaban descartadas. No conocía absolutamente nada de aquella cueva llena de agujeros trampa y pasadizos sin salida, y las pilas del frontal se habían gastado hacía horas; pero si llegaba al camino principal estaba segura de que conseguiría salir de alguna forma. Saldría, como fuera, no sabía cómo, pero encontraría a Sofía y saldría. Por suerte las pilas gastadas todavía podían dar algunos segundos de una luz tenue cada vez que encendía el frontal, pero debía dosificar mucho esos segundos que todavía le quedaban para encontrar las flechas que marcaban los agujeros hacia la salida.

¿Cómo podía haberle dado un frontal con las pilas sin revisar? ¡Esa se la iba a pagar! Se había tomado aquello como un paseo romántico, era la última vez que la trataría como a una mascota. Todos sus pensamientos estaban dedicados a recordar los motivos por los que se encontraba en aquella situación. Reconoció que era mejor dejar de pensar y seguir cantando, aunque ya le doliera también la garganta. Seguir rastreando y cantando, metódicamente, palmo a palmo.

"¡Agujero, agujero!", gritó emocionada. La luz era tan escasa que tuvo que rastrear la pared alrededor del agujero a pocos centímetros de distancia para poder distinguir la flecha. ¡Lo había encontrado! ¡Por fin podría salir de la cueva y buscar al equipo de rescate! Sin duda esa tenía que ser la salida de 'La Claustrofobia', tenía que ser la conexión con el camino principal. Siguió a gatas por el túnel, a veces se golpeaba la cabeza. Eso era bueno, recordaba bajito el túnel por el que habían accedido a aquella derivación. Llegó al final, sus manos ya no pudieron palpar paredes. Ese era el ensanche del camino donde se desviaron. Lo único que ya importaba era encontrar las estalagmitas, 'Las Piernas de Sofía'. "Sofía, Sofía ¿donde estás?", susurró. Pasó a avanzar describiendo zetas, siempre a gatas. Debería encontrar sus piernas al salir a la izquierda. Chocó con algo a pocos metros. "¿Pared o piernas?", se preguntó. "¡Síiii, Sofíaaaaa!", gritó, como si hubiera encontrado a una amiga a quien no viera desde hacía años, abrazándola con cariño, podía sentir su corazón latir contra el sedimento de aquellas piernas.

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