Buenas noches, compañeros fieles de mis cuentos que poco a poco van encontrando su camino…aunque no es fácil, os lo aseguro. En este mundo de la literatura infantil cuesta mucho que una editorial quiera “arriesgarse” con modelos y estilos distintos de los de sus colaboradores, sobre todo en estos tiempos difíciles…para aventuras. Así es que mientras me llegue el momento tan esperado de poder libremente mostrar mis historias al completo, os voy enseñando algunas partes que selecciono con cuidado, de todas ellas. Estoy pasando una época de trabajo y ocupaciones que no me dejan estar con todos los que os siento al otro lado de la pantalla, y disfrutar de vuestro disfrute en las visitas al blog. Echo de menos el poder contactar con vosotros más frecuentemente de lo que últimamente lo hago, pero sé que me lo perdonáis pues seguimos avanzando en la aceptación del blog: ya hemos sobrepasado ampliamente las 11.000 visitas y las 96.000 visitas en mi cuenta de google, en la que también se ven las entradas presentadas en el blog. Esto me ayuda y me estimula a seguir deseando entrar con frecuencia, aunque no siempre pueda, y contaros cosas.Hoy os quiero traer un cuento que os presenté en el 2012, en junio, y que os lo quiero recordar. Busco el ilustrador adecuado para él y no me está siendo fácil pues no hay demasiada gente experimentada en el dibujo de vehículos y máquinas de tren, sobre todo de las que en tiempos surcaban nuestras tierras. Máquinas que me las imagino y así las veía de pequeño, cuando desde sus ventanales veía los campos por los que pasábamos, serias y responsables en su trabajo, siempre resoplando y lanzando sus suspiros, blancos y densos, al cielo. Eran máquinas que por la noche me daban miedo: eran negras y hacían ruidos ensordecedores que se me antojaban provenientes de sus entrañas, a través de sus ruedas metálicas y las barras que las unían. Las miraba de reojo, a las ruedas, y siempre me sorprendían sus resoplidos cortos y violentos, como queriendo decir "¿quieren ya subir de una vez al tren que me canso de esperar?". Todo eso me imagino que pensaba cuando me disponía a subir a los vagones, con el nerviosismo de un niño que empieza a viajar y a ver mundo…¡¡anda que no he visto mundo después de aquello!! Me daban miedo, pero me gustaban y, como os digo, me parecían entrañables y conforman uno de los mejores recuerdos de mi infancia. Por ello escribí “Camino del Oeste” y, por eso, deseo tanto encontrar a alguien que sea capaz de ilustrarlo y dar vida a mis sueños y recuerdos. Hoy los comparto de nuevo con todos vosotros. Espero que los disfrutéis.Recibid un abrazo lleno de melancolía por aquellos tiempos que ya no volverán más que a través de estas historias, como por la que quiero me acompañéis hoy.José Ramón.
“Camino del Oeste” es un relato lleno de ternura que hace referencia, con añoranza, a tiempos pasados. A través de su lectura se puede disfrutar del embriagador olor a carbón quemado que produce Martina, la máquina protagonista de la historia, y que nos permitirá viajar con ella a ese mundo que anhelaba.Martina no está a gusto con el trabajo que le ha tocado realizar y su sano inconformismo y valentía -valores que se ponen de manifiesto en el relato-, propician que pueda llegar el cambio y la mejora.¡¡Pues no esperemos más; no hagamos esperar a Martina!! ¡¡Viajeros al tren!! Piiiiiiiiiiiiii....chuf........chuf...........chuf.., chuf...,chuf..chuf...chuf, chuf, chuf.piiiiiiiiiiiii.
Era pasada media noche cuando a Martina le despertó un empujón y un fuerte golpe seco, precedidos ambos por el chirrido de frenos que le eran muy familiares. Cada cuatro o cinco días ocurría lo mismo. A ese sobresalto inicial sucedía siempre un repiqueteo, sonoro y rítmico, al contacto de los metales. Los trabajadores que operaban la “Última Terminal” –así se llamaba aquel lugar–, ataviados con unos martillos extremadamente largos, golpeaban rutinariamente las ruedas de los vagones que acababan de enganchar para su traslado, comprobando que todo estaba correcto para el viaje.
Martina ya conocía esta rutina pues desde hace bastantes años venía haciendo este trabajo. Sabía que tras este ritual debía emprender la marcha.Martina era una de esas antiguas máquinas de vapor que se paseaban por todos los pueblos del país con su llamativo canto y su elegante columna de humo blanco, hasta que la llegada de las nuevas máquinas eléctricas ocasionó que fuese retirada, cuando tan sólo tenía un año de vida, y destinada al trabajo que realizaba en aquellos días.Qué orgullosa y feliz se sentía al principio y qué desgraciada después.Martina se encargaba de llevar vagones viejos y en desuso a unos hangares, a aproximadamente cien kilómetros de la ciudad, para su posterior desguace y destrucción. Representaba un triste trabajo ser la última en conducir a unos vagones de mercancías o de pasajeros, según el día, en su último viaje a su destrucción. No era agradable su misión y temía que un día, que presumía no muy lejano, fuese ella parte de ese macabro convoy, tirado por una flamante máquina eléctrica; fría y nada elegante...............................................A mitad de camino, motivado por una luz roja de uno de los semáforos que se distribuían por la vía para regular la circulación ferroviaria, se veía obligada siempre a hacer un alto de unos minutos: quizá a esa hora, en una estación cercana, nudo de comunicaciones de la zona, debía ceder el paso a un tren de pasajeros que, camino de su destino, circulaba a gran velocidad..............................La luz se tornó verde y Martina, al frente de su convoy, reanudó su parsimoniosa marcha acompañada únicamente por el rítmico “chuf-chuf” de su caldera y por los primeros rayos de Sol que, cegándola, le daban los buenos días al llegar al semáforo. Era la única alegría que recibía................ Esas ventanas eran de aquellas que los pasajeros, en su curiosidad por saber a qué estación habían llegado, abrían de arriba hacia abajo para asomarse. Se sabía que en esos vagones semejante acción no se debía hacer durante la marcha pues entraría por la ventana la carbonilla que la máquina en cuestión, en su armonioso “chuf-chuf”, proyectaba al aire formando una cortina que envolvía al tren en su conjunto. ................................Pitido sonoro y ciertamente estridente del Jefe de Estación y chuf……chuf……chuf….chuf..chuf-chuf,chuf,chuf….piiii!!!!! Martina se empezó a alejar camino de su destino, con la pena de.............................................¡Verde, por fin! Pero… ¡era el otro!; el nuevo…………………………..¿Qué pasa si me voy por él?, pensó Martina. No dudó ni un segundo más, no fuera a ser que se pusiese en rojo y tuviese que irse por el suyo, como siempre. ¡Inició su marcha camino del Oeste! ..............................................Llegaba a la primera estación de su recorrido. A lo lejos divisaba la banderola roja del Jefe de Estación que le indicaba que debía detenerse. Se acabó, pensó Martina. Ha merecido la pena esta sensación de sentirme de nuevo activa y con una libertad que no disfrutaba desde hacía mucho tiempo, se dijo tratando de buscar la compensación a su “escapada”. Ese pensamiento le hizo llorar y obediente.............................La columna de humo, producto de una subida en la presión de la caldera, alcanzó una altura que incluso sorprendió a la feliz Martina..............................................................