Revista Cultura y Ocio
Buenas noches, queridos amigos de esta ventana a las ilusiones. Os propongo un plan: ¿me acompañáis en un viaje en el tiempo? Vamos, seguidme…¡Taxi! Yo creo que cabremos todos. A la estación, por favor. ¡Volando! –me contesta colocándose bien su gorra. El taxi es de aquellos cuyos colores tan característicos los identificaban como de la ciudad a la que pertenecían, independientemente de en dónde se encontraban. Hoy nos recuerdan a otros tiempos de nostalgia.Acabo de pagar al taxista y ya entramos en un mundo trepidante…¡Uy, cuidado! Casi nos lleva por delante ese mozo que con su carretilla de dos ruedas y cogida con maestría, pues pesa demasiado para lo que ahora estamos acostumbrados, se dirige a toda prisa a cargar maletas que los viajeros le dan por la ventana de su compartimento. Es curioso, y también me llena de nostalgia, la pinta que tiene el buen hombre: su gorra sucia, muy sucia, colocada más hacia la coronilla que en la frente, dejando salir su pelo un poco grasiento por la mezcla de sudor y el humo que envuelve la estación y le da un aspecto de seriedad y de llevarse a cabo algo muy importante bajo el cobijo de su gran bóveda de hierro y cristal. Allí, bueno aquí, pues ya hemos llegado, se producen los momentos más alegres y más amargos entre amigos, familiares, amantes, etc, engullidos por ese frenético ir y venir de viajeros, revisores, jefes con sus gorras rojas y sus banderines y silbatos preparados… ¡Qué triste es una despedida en la estación cuándo no sabemos si nos volveremos a ver! Todavía le veo alejarse tras la carretilla. Su chaqueta va a juego con el resto de su persona. Su colilla en la comisura de los labios es parte de la seña de identidad de nuestro mozo de equipajes. Está trabajando y haciéndolo duro…no va a una fiesta. Ese es el mozo que yo recuerdo de aquellos tiempos y que hoy nos acabamos de encontrar; ¡vamos, que casi nos atropella! Siempre rápido de un lado para otro tratando de convencer, con sus maneras de vendedor ambulante, a los pasajeros que, cargados, llegan a la ciudad.Allí lejos distingo el silbido de silbato de aquél que mantiene su banderín rojo, envuelto en su madera (siempre me ha resultado muy parecida al rollo de amasar en las cocinas), y casi instantáneamente un fuerte resoplido y el chuf,…chuf,…chuf,..chuf,..chuf,.chuf,.chuf,chuf,chuf, y un ronco clamor de la máquina que tira del convoy que abandona la estación…menos mal que no es el nuestro…¡Cuidado! De frente se nos acerca esa otra carretilla, también llamada vagoneta de equipajes, que me produce, igualmente, cierta añoranza y que hasta hace bien poco se ha mantenido en nuestras estaciones. De pequeño me quedaba mirando los dos grandes pedales que tenía el conductor en su compartimento al aire libre. Siempre de frente en la dirección de marcha agarrado a dos grandes tubos: uno un poco más arriba que otro pues ello es necesario para que inicie la marcha. Va erguido y con el mismo atuendo que su compañero de a pie: la gorra, la chaqueta, el cigarrillo…y bastante desaliñado. Detrás lleva una plataforma con cajas, hierros y otros atalajes del convoy al que está atendiendo. Siempre les tuve mucho respeto porque, al no hacer ruido, pues eran eléctricas, no estaba seguro de que algún día no nos llevase a alguien de mi familia por delante y terminar así nuestras vacaciones sin haber salido siquiera de la estación. No era fácil, en aquellos días que hoy recuerdo en nuestro viaje, el trabajar en ese mundo de las estaciones y los trenes de humo blanco.¡SHHHHHSSSS! ¡Vaya susto que me ha dado el resoplido de no sé qué de la máquina que tira de nuestro tren! Máquina imponentemente negra; recia pero esbelta. Da sensación de seguridad. Su foco allí arriba ilumina más allá de lo que la vista puede distinguir. ¡¡UUUGGGHHHHH!! (me resulta difícil la onomatopeya). Es el ronco sonido de otra de ellas que inicia su salida.Qué follón hay hoy en la estación. Pasad delante, subid al vagón…si quiere le ayudo, señora, con el equipaje…¡Ay, vaya con cuidado, hombre!... Siempre hay alguien que, una hora antes de la partida del tren, ya está subiendo apresuradamente y empujando a todo el que se pone en su camino, como si el tren fuera suyo o si fuese a salir antes de que pudiese subir a su vagón…¡y está a una hora de la partida! Sí, antes se iba a la estación con una hora de anticipación, por lo menos. Mi abuelo solía estar dos horas antes y quizá a mí me quede algo de él pues me gusta estar con bastante tiempo antes de que parta mi tren.Click, click…ya oimos al revisor con su maquinilla de taladrar billetes…¡qué nervios cuando sacábamos el billete y esperamos en él su imprescindible agujerito para que todo estuviese correcto y pudiésemos viajar tranquilamente. No sé si os acordáis del silencio entre los pasajeros cuando llegaba el revisor al compartimento y la algarabía al marcharse…era un trámite que imponía y siempre precedido de su seco click, click.
¡Ya salimos! Menos mal….
Bueno, amigos, ya estoy de nuevo con vosotros sentado frente a mi pantalla y hoy os quiero traer, precisamente, mi cuento sobre trenes: “Camino del oeste”. Ya pudisteis leer algo sobre él en las entradas del 15 de junio de 2012 y del 1 de mayo de 2015. Hoy lo quiero traer de nuevo porque ya una magnífica ilustradora ha querido formar equipo conmigo para llegar a conseguir su publicación. Ella se llama Ana María Nale, argentina de nacimiento, y su estilo naif me cautivó desde el primer momento que vi sus ilustraciones. Le gustó mi historia y ya se ha puesto manos a la obra. Su web es: http://www.anamnale.com.ar/publicaciones.html(todos los derechos reservados). Espero que disfrutéis en la visita por su arte. Yo, desde aquí, Ana, quiero darte la bienvenida a mi cita con las ilusiones que comparto con mis seguidores repartidos por los cuatro continentes (no tengo constancia que nos lean en Oceanía). Es una grandísima satisfacción compartir proyecto contigo y tener la oportunidad de que esa manera tan cálida, entrañable y bonita que tienes de ilustrar pueda dar vida a Martina y a su mundo. Gracias por ello y te envío desde aquí un cariñoso abrazo.Pues ya doy paso a esta historia y lo que hoy puedo y quiero presentaros. Espero que lo disfrutéis. Un abrazo a todos y soñad y sed felices, una vez más.José Ramón.
“Camino del oeste” es un relato lleno de ternura que hace referencia, con añoranza, a tiempos pasados. A través de su lectura vemos cómo discurre la vida de Martina, una joven máquina de tren a vapor, que se ve relegada al transporte de vagones en desuso camino del desguace. En este relato se puede disfrutar del embriagador olor a carbón quemado que sale por su chimenea negra y compartir la desazón de la protagonista por la vida que le ha vivir. Con ella viajaremos camino del oeste, mundo que anhelaba alcanzar algún día. Su sano inconformismo y valentía -valores que se ponen de manifiesto en el relato-, propician que quizá su vida actual se vea alterada.Era pasada media noche cuando a Martina le despertó un empujón y un fuerte golpe seco, precedidos ambos por el chirrido de frenos que le eran muy familiares. Cada cuatro o cinco días ocurría lo mismo. A ese sobresalto inicial sucedía siempre un repiqueteo, sonoro y rítmico, al contacto de los metales. Los trabajadores que operaban la “Última Terminal” –así se llamaba aquel lugar–, ataviados con unos martillos extremadamente largos, golpeaban rutinariamente las ruedas de los vagones que acababan de enganchar para su traslado, comprobando que todo estaba correcto para el viaje.Martina ya conocía esta rutina pues desde hace bastantes años venía haciendo este trabajo. Sabía que tras este ritual debía emprender la marcha.Martina era una de esas antiguas máquinas de vapor que se paseaban por todos los pueblos del país con su llamativo canto y su elegante columna de humo blanco, hasta que la llegada de las nuevas máquinas eléctricas ocasionó que fuese retirada, cuando tan sólo tenía un año de vida, y destinada al trabajo que realizaba en aquellos días.Qué orgullosa y feliz se sentía al principio y qué desgraciada después.…………………………………………………………………Martina se encargaba de llevar vagones viejos y en desuso a unos hangares, a aproximadamente cien kilómetros de la ciudad, para su posterior desguace y destrucción. Representaba un triste trabajo ser la última en conducir a unos vagones de mercancías o de pasajeros, según el día, en su último viaje a su destrucción. No era agradable su misión y temía que un día, que presumía no muy lejano, fuese ella parte de ese macabro convoy, tirado por una flamante máquina eléctrica; fría y nada elegante...............................................
Esas ventanas eran de aquellas que los pasajeros, en su curiosidad por saber a qué estación habían llegado, abrían de arriba hacia abajo para asomarse. Se sabía que en esos vagones semejante acción no se debía hacer durante la marcha pues entraría por la ventana la carbonilla que la máquina en cuestión, en su armonioso “chuf-chuf”, proyectaba al aire formando una cortina que envolvía al tren en su conjunto. ...................................................