Editorial Menoscuarto. 162
páginas. 1ª edición de 2014.
Hace menos de un año leí Un
mortal sin pirueta (Menoscuarto, 2008), el primer libro de relatos de Ernesto Calabuig (Madrid, 1966). Ya
comenté entonces que he coincidido con Ernesto en persona en algunas ocasiones;
y durante la pasada Feria del Libro de Madrid me acerqué un domingo a la caseta
de Menoscuarto para comprar –y que me dedicara– su nuevo conjunto de relatos,
estos Caminos anfibios. Unos días después, Ernesto tuvo la amabilidad
de pasarse por la caseta en la que yo estaba firmando mi novela El
hombre ajeno, para que se la dedicara.
Cuando a principios de 2013 se
falló la tercera convocatoria del Premio
Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, que ganó la mexicana Guadalupe Nettel con Historias
naturales, Caminos anfibios
de Calabuig se encontraba entre los seis finalistas. Durante la deliberación
del jurado, sé que el voto de Enrique
Vila-Matas fue para Caminos anfibios.
Si Un mortal sin pirueta estaba formado por quince cuentos, Caminos anfibios contiene trece. Como
ocurría en su primer libro de relatos, en este último la extensión de los
cuentos también es bastante dispar: desde las 38 páginas de Del
ahogarse en un vaso de agua hasta las dos de Mi padre al lado de un camino.
Ya he comentado más de una vez en
el blog que me gusta bastante la narrativa breve norteamericana. Escritores
como Raymond Carver, Tobias Wolff o Richard Ford practican un tipo de relato que se ha convertido ya en
una especialidad de ese país. En sus composiciones, muchas veces sobre
relaciones familiares, el relato se acerca a un punto en la vida de los
personajes en los que una circunstancia externa hace que su equilibrio se rompa.
Estos personajes, en la mayoría de los casos, se definen más por sus acciones
que por sus pensamientos. Cuando acaba el relato, el protagonista de un cuento
norteamericano arquetípico habrá descubierto algo sobre sí mismo (momento
epifánico), que el lector compartirá con él, o bien tendrá que intuir cuál ha
sido su descubrimiento en un final abierto, porque a veces el autor interrumpirá
la narración un poco antes de que el momento epifánico se produzca, creando así
un halo de misterio y de posibilidad que permita jugar con las expectativas del
lector sobre lo contado.
Hago esta reflexión previa sobre
el relato norteamericano para, por contraste, hablar de los cuentos de Caminos anfibios. Ernesto Calabuig
construye sus cuentos mostrando más los pensamientos de sus personajes que sus
acciones. El hecho importante para la vida del personaje no tiene lugar aquí
durante el tiempo del relato, sino que normalmente ha ocurrido ya y el
personaje, desde la tranquilidad de su hogar alemán (como pasa en el primer
cuento, el titulado precisamente Caminos
anfibios), o desde el asiento de su oficina (cuento Del ahogarse en un vaso de agua), lo rememora. Los cuentos de
Calabuig son, por tanto, cuentos de carácter más estático que un cuento
norteamericano canónico.
Así mismo, el estilo narrativo de Calabuig es
más denso que lo habitual en el citado cuento norteamericano. Aventuro una
hipótesis: al ser Calabuig traductor del alemán y amante de esta lengua, su
estilo, al escribir en español, se ha visto influido por aquélla. Abunda en
estos relatos la frase extensa y con abundantes subordinadas. De esta forma
comienza Caminos anfibios, el primer
cuento del conjunto: “Tan sólo hace unas semanas, un veintisiete de marzo, una
luminosa mañana de domingo en la que se alcanzaron ya los catorce grados (un
récord celebrado en los informativos de todos los canales alemanes tras tantos
meses de un frío empeñado en entumecer por igual el alma y el cuerpo), Marie
Baumann aún había sido Marie Baumann y había hecho las cosas que le eran
propias y se esperaban de ella en esta estación del año, ocupaciones en las que
se empleaba a fondo y con todas sus ganas, cuando un anticipo de buen tiempo,
como una breve y prometedora racha de suerte en el juego, alcanzaba por fin su
ciudad del noroeste de Alemania”-
Precisamente los dos cuentos que
ya he citado, Caminos anfibios y Del ahogarse en un vaso de agua, que con
19 y 38 páginas son los más largos del libro, son también los que más me han
gustado.
Después de haber leído tan sólo
el primer cuento –Caminos anfibios–
ya sabía que Calabuig había madurado como autor respecto a su anterior libro de
relatos. Ya he apuntado que en este cuento la protagonista, Marie Baumann,
reflexiona sobre algo que ya ha ocurrido (una infidelidad). Si bien la anécdota
narrativa –el relato de los hechos acontecidos– que mueve el cuento es pequeña,
las reflexiones sobre cómo ese hecho (la infidelidad) ha modificado la vida y
los puntos de vista de Marie son profundas, ricas en detalles y en
introspección psicológica. Y aquí es adonde quería llegar: los cuentos de
Calabuig son de tradición más europea (más centroeuropea, en realidad) que
norteamericana.
Este primer cuento, Caminos anfibios, es completamente
alemán: su localización, así como sus personajes, lo son. En los demás encontramos
también muy presente el tema alemán: turistas españoles en Alemania, hijos de
inmigrantes españoles en Alemania. Esto da un carácter bastante propio a la
narrativa de Calabuig, gran conocedor de la cultura de este país.
Del ahogarse en un vaso de agua es el relato que más me ha gustado
de este libro. Un editor español, que recibe llamadas telefónicas que le animan
a pasar sus vacaciones en un complejo hotelero de la costa, rememora de pronto
los veranos de su juventud que pasó precisamente en el pueblo del que le están
hablando. Las llamadas le conducen a revivir un acontecimiento importante para
su existencia, que vivió allí cuando tenía catorce años en 1980. La recreación
del verano de 1980 me ha parecido muy evocadora. Yo sólo tenía seis años en
1980, pero he sentido la condensación de mis recuerdos de la década que
comenzaba en este relato.
Como ya he comentado, la
vinculación del autor con Alemania está muy presente en este libro, cuyos temas
de fondo serían el peso de los recuerdos y el de la edad; casi todos los
personajes de Caminos anfibios se
encuentran en la cuarta década de su vida y sienten que ha llegado el momento
de reflexionar acerca de su lugar en el mundo. Sobre este último tema me parece
representativo el relato Burbujas, sobre un hombre enfermo
que se empeña en acudir a la clínica, donde han de realizarle unos análisis, en
bicicleta, como una forma de resistencia, de no querer asumir la propia
decadencia del cuerpo.
Los relatos que menos me han
gustado de Caminos Anfibios han sido
aquellos en los que sólo nos encontramos un recuerdo o una evocación y todo
acaba ahí. Esto ocurre por ejemplo en Secuencias venecianas, donde dos
recuerdos de turista no consiguen, para mí, transmitir toda la fuerza que
espero que contenga un gran relato. Algo parecido me ocurre con los siguientes,
Padres,
hijos… distintos automóviles o La estrella giratoria, en los que la
potente evocación de un recuerdo no consigue suplir la falta de desarrollo
narrativo.
Si al principio decía que los
relatos de Calabuig eran estáticos (alguien que evoca) y que consigue los
mejores resultados al usar esta técnica en sus composiciones más largas,
también se encuentran en Caminos anfibios
algunos cuentos que podríamos considerar de corte más norteamericano. En Dahlmannstrasse
el narrador nos cuenta los días que ha pasado en Berlín con su familia
(mujer y dos hijos), pero durante sus vacaciones se pondrá enfermo y esto hará
que no pueda salir del hotel durante algunos días. Como ya ocurría en Burbujas, el tema de la decadencia
física está muy bien narrado en este cuento.
En este sentido también me ha
gustado el último cuento, Nocturno del Ruhr, que cierra el
libro como empezó: con una infidelidad, llevada a cabo por una persona en su
cuarentena y que empieza a sentir que pierde la juventud. Pero en este caso la
técnica narrativa es diferente: no se evoca, el relato transcurre en paralelo a
los hechos narrados.
El estilo, además de denso, como
ya apunté, es rico en referencias culturales (películas, libros; así por
ejemplo, me ha llamado la atención un comentario sobre el autor norteamericano David Leavitt,
escrito como si el lector tuviera tan clara la referencia como el narrador del
relato; lo que en mi caso, al menos, era cierto). Las mejores páginas de Caminos anfibios son aquellas en las que
este estilo denso funciona de un modo poético para mostrarnos a los personajes.
Es destacable, así mismo, la poderosa metáfora de los caminos anfibios, de los
que se habla en el primer cuento, y que vuelve a aparecer en más de uno de los
cuentos del libro.
Algunos de los temas tratados en Un
mortal sin pirueta siguen presentes en Caminos anfibios: el Madrid de los 60-80: el colegio de curas, la
adolescencia, el refugio de los programas televisivos o los libros de la
infancia. Pero Caminos anfibios va
más allá, y es un conjunto de relatos mucho más cohesionado y maduro que el
anterior.
Caminos anfibios es un
más que notable libro de relatos, con grandes cuentos (Caminos anfibios, Del
ahogarse en un vaso de agua, Burbujas,
Dahlmannstrasse, Nocturno del Ruhr), cuya fuerza descansa en el poder evocador
de una prosa densa y poética, repleta de referencias culturales.